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Aunque el pueblo todavía considera como los hombres más poderosos a los políticos con altas investiduras públicas, las elites saben que detrás del poder político existen individuos con tanta influencia como los que ocupan los principales cargos del país.

Por Patricia Estupiñán de Burbano
Al explicar su éxito como vendedor de plantas a vapor, Eric Bouldron solía decir con ironía: "Vendo lo que más ansían los hombres: poder". En efecto, indistintamente de la cultura, la raza, el idioma o la nación, una constante en la historia humana ha sido la búsqueda del poder: "La posibilidad de imponer la voluntad propia a los demás por algún medio: el conocimiento, la inteligencia, la fuerza, la riqueza, el dogma o cualquier otro factor que sirva para impulsar o constreñir a otros a hacer lo que, en otras circunstancias, no harían", según la Enciclopedia de la Política del ex presidente Rodrigo Borja.

Desde la fuerza bruta en la época de las cavernas, hasta la capacidad de ser omnipresentes a través de los medios de difusión masiva, las bases del poder han variado considerablemente. Al término de este segundo milenio, "en un mundo encendido por televisores, entrecruzado por satélites y regido por el dinero, la definición de poder ha cambiado. Antes del encogimiento global y de la explosión de la era de la información, los hombres poderosos eran una raza familiar: presidentes, primer ministros y monarcas. La influencia de los titanes de la industria u otro tipo de líderes sobre el poder político era limitada", sostiene la revista Vanity Fair en un amplio reportaje sobre los 65 hombres más poderosos del planeta. Añade: "Ahora, tras el deshielo de la guerra fría, encontramos que las riendas del poder -previamente en pocas manos- están a disposición de otras manos. En esta singular era, un hombre muy rico puede dominar las relaciones internacionales de un país. Por ejemplo, el magnate George Soros creó un fondo de 1.000 millones de dólares para generar cambios políticos en 31 países del mundo. Eso es poder. O magnates como Bill Gates, Rupert Murdoch, Gianni Agnelli y Gustavos Cisneros que controlan los tentáculos de gigantescos pulpos industriales, tienen tanta o más influencia que jefes de Estado. Otro, Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal desconocido para 99% del mundo, es una persona mundialmente poderosa por su capacidad para alterar los mercados y controlar las tasas de interés. Probablemente es el hombre de mayor influencia en un mundo de economías en expansión".

El Ecuador no podía apartarse de esta corriente. Al menos así lo refleja una encuesta hecha por la firma Survey Data, a comienzos de este año, para Vistazo. Aunque la quintaesencia del poder en el país, sigue siendo la política, en la percepción de la mayoría hay otros hombres y mujeres, que sin tener poder político son vistos como tremendamente influyentes o poderosos. Pero no solo eso, sino que la misma encuesta hecha a los líderes de opinión del país -ex presidentes, ex candidatos presidenciales, jerarcas de la Iglesia, presidentes de las cámaras de la producción, líderes sindicales, analistas y editores de medios de comunicación, etc.- los políticos no son los únicos hombres más poderosos del país.
E
n un régimen presidencialista, la lógica política apunta a que el hombre percibido como el más poderoso del país sea el Presidente de la República. No lo es, de acuerdo a la encuesta. Para el 70.4% de los ecuatorianos, el actual alcalde de Guayaquil León Febres-Cordero es el hombre más poderoso del Ecuador. En política las percepciones erradas o ciertas son realidades. Varios factores han contribuido para la preeminencia de Febres-Cordero en estos últimos 10 años. El primero, a diferencia de otros ex presidentes, que una vez cumplido su mandato optaron por no hacer política partidista activa -con excepción del doctor Rodrigo Borja, en el último año- Febres-Cordero no se apartó nunca del poder. Buscando consolidar la fuerza electoral de Jaime Nebot, se candidatizó a la alcaldía de Guayaquil en 1992 y ya en el sillón de Olmedo, hizo transformaciones a la ciudad que le ganaron simpatías aun entre antiguos opositores políticos. El segundo, la debilidad personal y política de los mandatarios con los que ha tratado desde que es alcalde le ha permitido consolidar su poder. Ni Sixto Durán-Ballén, ni Fabián Alarcón ni Jamil Mahuad tienen una personalidad agresiva, ni tampoco han tenido el respaldo de fuerzas mayoritarias en el Parlamento para no obviar el apoyo o la oposición de los socialcristianos. Solo con Abdalá Bucaram, en los primeros meses, mantuvo un perfil bajo. Finalmente, gracias a la habitual rueda de prensa de los jueves, opina de todo lo que ocurre en el país. Los años no han disminuido sus arrestos. Verbalmente sigue tan arrogante como cuando era Presidente y sus declaraciones siempre polémicas lo mantienen vigente en las primeras planas de periódicos y noticieros de televisión.

En la percepción del pueblo, el segundo lugar corresponde a Álvaro Noboa. La campaña electoral donde aseguró que era el hombre más rico del Ecuador y el creador de 115 empresas, se quedó en el imaginario de la gente, que asocia riqueza con poder. Noboa es percibido como poderoso principalmente en las provincias de la Costa, donde un 76.5% lo mira como tal. En la Sierra, su poder desciende a un 50.7%.

El tercer lugar, le corresponde al presidente Jamil Mahuad. En seis meses, Mahuad no ha conseguido proyectar una imagen de liderazgo consistente. Su solidez en el campo internacional contrasta con su debilidad en el manejo de la economía. Ha cedido la iniciativa en las propuestas -buenas o malas- al diputado Jaime Nebot, quien al tomarle la delantera, ha impuesto las condiciones. A mayor poder de Nebot, menor poder de Mahaud.

Su imagen se ha deteriorado, además, por otras circunstancias. La primera fue la dureza del ajuste económico, cuyos ingresos se evaporaron con un cuestionado rescate al mayor banco del país. Resulta -en la percepción popular- incongruente exigir mayores sacrificios a las grandes mayorías y en cambio tener mano abierta para salvar a los banqueros. Finalmente existe la percepción de que no cuenta con un equipo económico sólido. El ministro Fidel Jaramillo -un académico de prestigio- es aplanado por consideraciones políticas y cuestionado duramente al interior del mismo gabinete. El distanciamiento, hecho público por el propio Presidente, con el Banco Central por diferencias técnicas lesiona aún más la imagen del gobierno.

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Una alianza costosa. A mayor preeminencia de Jaime Nebot, menor percepción de poder del presidente Mahuad.


Para las elites serranas, Jaime Nebot es más poderoso que León Febres-Cordero. ¿Ha comenzado el retiro?