Hacia la insurrección armada

Al poco tiempo en Petrogrado se reunió el VI Congreso del POSDR. El Partido bolchevique contaba entonces ya con 240.000 militantes y sus delegados eligieron por unanimidad a Lenin presidente del Congreso.

El mismo Lenin vivía a la sazón en las inmediaciones de Petrogrado, en una choza situada a orillas de un lago. De allí dirigió las labores del Congreso por mediación de Stalin que le visitaba regularmente.

Entre los delegados fue distribuido el artículo leninista A propósito de las consignas lanzado en forma de un folleto. Muchos de ellos conocían también las tesis de Lenin publicadas poco antes del Congreso bajo el título La situación política y en las que el dirigente bolchevique explicaba que el desarrollo pacífico de la revolución rusa había sido imposible, porque el Gobierno provisional pasaba a la ofensiva, y el pueblo podía tomar el poder sólo en la lucha armada.

Tras analizar la situación, el Congreso resolvió preparar la insurrección armada.

Lenin recibía de Petrogrado noticias a cual más alarmante. La situación económica del país iba empeorando, gravitaba el hambre. La burguesía llamó a asfixiar a la revolución con el esquelético brazo del hambre y con la abierta dictadura militar. El general Kornilov, comandante en jefe del ejército, intentó implantar aquella dictadura. Pero su intento fue frustrado por las fuerzas unificadas de soldados, marinos revolucionarios y los obreros armados de Petrogrado.

Había también otras noticias. Por ejemplo, que los Soviets de Petrogrado y de Moscú habían criticado a los eseristas y mencheviques, aprobado las resoluciones bolcheviques sobre la toma del poder por los soviets.

En el artículo La crisis ha madurado, Lenin caracterizó los acontecimientos nacionales en todos sus aspectos y constató: La crisis ha madurado. Está en juego el futuro de la revolución rusa. Aguardar al Congreso de los Soviets equivaldría a perder semanas; y en el momento actual, semanas, y aún días, deciden todo; equivaldría a dar al Gobierno la posibilidad de reunir tropas fieles para el día neciamente indicado de la insurrección. Al analizar en éste y en otros artículos escritos en octubre de 1917 la correlación de fuerzas de clase en el país, Lenin insistía: el triundo de la revolución socialista estaba garantizado. Realmente, la clase obrera seguía a los bolcheviques, se hicieron más frecuentes las manifestaciones campesinas contra el Gobierno, toda la Flota del Báltico negó obediencia al Gobierno provisional, de los 17.000 soldados de la guarnición de Moscú, 14.000 apoyaban a los bolcheviques. El Comité Central resolvió en una reunión proponer a Lenin trasladarse a Petrogrado, para poder estar en contacto permanente y estrecho con él.

Triunfa la revolución socialista

El 7 (20) de octubre de 1917 Lenin regresó clandestinamente a Petrogrado.

El plan que trazó para la insurrección armada era el siguiente: garantizar en Petrogrado y en sus alrededores una considerable superioridad de las fuerzas sobre las tropas contrarrevolucionarias; actuar simultáneamente desde fuera y desde dentro, apoderarse por sorpresa y cuanto antes de la ciudad, atacando desde los barrios obreros; ocupar y mantener el teléfono y el telégrafo, las estaciones ferroviarias y los puentes.

En una reunión del Comité Central fue elegido el Centro Militar Revolucionario, cuyos miembros formaron parte del Comité Militar Revolucionario, instituido antes por el Soviet de Petrogrado. Así se formó el Estado Mayor de la insurrección.

Lenin montó en cólera cuando al día siguiente leyó en el periódico un artículo del miembro del Comité Central, Kamenev, informando de los planes del Comité Central y declarando, que él y otro miembro de este organismo –Zinoviev- no ddmitían la insurrección armada que venía preparando el Partido bolchevique. Así Kamenev daba a conocer una resolución secreta del Comité Central, la comunicaba a los enemigos. Era imposible imaginar mayor traición.

El enemigo, advertido, comenzó a tomar medidas urgentes. El jefe de la circunscripción militar de Petrogrado prohibió toda clase de manifestaciones y mítines en la vía pública, ordenando a los jefes de las unidades militares detener a los individuos que exhortaran a la acción armada. El ministro de Justicia volvió a ordenar la detención de Lenin.

El Comité Militar Revolucionario del Soviet de Petrogrado dispuso enseguida que todas las unidades de la guarnición capitalina cumpliesen únicamente órdenes que llevasen su firma y sello. Al mismo tiempo, designó comisarios suyos para todas las unidades militares, las estaciones ferroviarias, centros de comunicaciones y Estado Mayor de la circunscripción militar de la ciudad.

A fin de evitar la insurrección, el Gobierno provisional adoptó varias medidas urgentes. Al amanecer del 24 de octubre (6 de noviembre) un destacamento de cadetes se presentó en la imprenta que editaba los periódicos bolcheviques y la cerró. Pero la Guardia Roja y los soldados expulsaron a los cadetes de la imprenta por orden del Comité Militar Revolucionario. El mismo día, al anochecer, los cadetes intentaron levantar los puentes sobre el Neva, que unían el centro de la ciudad con los suburbios obreros. Al enterarse de ello, Lenin, que se hallaba en una casa cladestina situada en uno de esos suburbios, envió aviso al Comité Central, pidiendo que le autorizara el traslado al Instituto Smolny, donde se ubicaba el Comité Militar Revolucionario y se reunía el Comité Central.

Escribía a los miembros del Comité Central:

La situación es crítica en extremo. Es claro como la luz del día que hoy en verdad aplazar la insurrección es la muerte. Quiero con todas mis fuerzas, convencer a los camaradas de que hoy todo pende de un hilo, de que en el orden del día hay cuestiones que no pueden resolverse por medio de conferencias ni de congresos (aunque fueran, incluso, congresos de los Soviets), sino únicamente por los pueblos, por las masas, por medio de la lucha de las masas armadas...

La historia no perdonará ninguna dilación a los revolucionarios que hoy pueden triunfar (y que triunfarán hoy con toda seguridad), que mañana correrán el riesgo de perder mucho, tal vez de perderlo todo.

Anochecía, y del Smolny llegaban noticias. Entonces Lenin decidió ponerse en camino sin demora, para dirigir en persona la insurrección.

El Smolny quedaba lejos y el camino era peligroso. Varias veces Lenin fue interpelado por patrullas de cadetes. Por fin llegó. La luz de las ventanas del local y el fuego de las fogatas que ardían en la plaza adyacente iluminaban el siguiente cuadro: carros blindados alineados, camiones y motos que iban y venían; a la entrada, cañones y ametralladoras; centinelas formando junto a la puerta.

Era una acción muy osada. Se sabía muy bien que los agentes del Gobierno provisional estaban literalmente a la caza de Lenin, que habían puesto alto precio a su cabeza. Y de repente, sin advertir a nadie y sin protección alguna, Vladimir Ilich llegó al Smolny, cruzando el bullicioso Petrogrado, donde tras cada esquina podía aguardarle un enemigo.

Desde entonces, los acontecimientos se precipitaron; Lenin manejaba todos los hilos de la lucha armada.

He aquí cómo lo comentó Alejandra Kolontai, miembro del Comité Central: Lenin está aquí. Lenin está con nosotros. Esto nos animaba y nos infundía 1a seguridad en la victoria. Lenin se veía tranquilo. Se le veía firme. La claridad y la fuerza que tenían sus órdenes y actos le hacían parecer a un expertísimo capitán en medio de la tormenta. Y la tormenta era inusitada: la de la gran revolución socialista.

Al amanecer, los obreros de la Guardia Roja y los marinos y soldados revolucionarios tomaron los puentes sobre el Neva, la estación telefónica, la emisora de radio, las estaciones ferroviarias y el Banco del Estado. Cercaron el Palacio de Invierno, donde se había ocultado el Gobierno provisional. Luego lo tomaron por asalto desde la misma plaza en que 12 años antes fue brutalmente fusilada (enero de 1905) por orden del zar, una manifestación obrera pacífica.

En la mañana del 25 de octubre (7 de noviembre) de 1917 los periódicos, la radio y el telégrafo hicieron público el llamamiento ¡A los ciudadanos de Rusia!: El Gobierno provisional ha caído. El poder del Estado ha pasado al Comité Militar Revolucionario, órgano del Soviet de Diputados Obreros y Soldados de Petrogrado, que está al frente del proletariado y de la guarnición de la ciudad.

De día en Smolny se convocó una reunión extraordinaria del Soviet de Petrogrado. Al son de los jubilosos y prolongados aplausos de los diputados Lenin anunció:

La revolución obrera y campesina, de cuya necesidad han hablado siempre los bolcheviques, se ha realizado... Se inicia hoy una nueva etapa en la historia de Rusia, y esta tercera revolución rusa deberá conducir, en fin de cuentas, a la victoria del socialismo.
Aquella noche en Smolny se inauguró el II Congreso de los Soviets de toda Rusia, que dispuso que todo el poder en las localidades pasase a los Soviets de Diputados Obreros, Soldados y Campesinos.

Se abría una nueva página en la historia del país, en la historia de la humanidad.

Los primeros pasos

Lo primero que hizo el poder soviético fue el Decreto sobre la Paz, cuyo proyecto fue redactado por Lenin. Proponía a los Gobiernos y los pueblos de los países beligerantes el cese inmediato de las operaciones militares y concertar la paz.

En la misma sesión Lenin propuso al congreso adoptar también el Decreto sobre la Tierra, por el cual toda la tierra propiedad de terratenientes se entregaba a los campesinos.

El Decreto sobre la Tierra fue redactado a base de 240 mandatos campesinos y no todas sus cláusulas coincidían con el programa bolchevique. Pero a Lenin esto no le desconcertó. Dijo: Se oyen voces aquí, en la sala, que dicen: el decreto y el mandato han sido redactados por los socialistas revolucionarios. Bien. No importa quién los ha redactado; pero como Gobierno democrático, no podemos dar de lado la decisión de las masas populares [...] La vida es el mejor maestro, y mostrará quien tiene la razón [...] Lo esencial es que el campesinado tenga la firme seguridad de que han dejado de existir los terratenientes, que los campesinos resuelvan por sí mismos todos los problemas y organicen su propia vida.

Aquello fue una decisión sabia. Los campesinos comenzaron a apartarse poco a poco del partido de los eseristas. No era de extrañar: en los ocho meses que éstos habían estado en el poder, no habían hecho nada para satisfacer las necesidades más apremiantes de los campesinos, pese a que se decían sus defensores. Lo hizo el Partido de Lenin.

El Congreso dio su aprobación al nuevo Gobierno obrero-campesino: el Consejo de Comisarios del Pueblo, para el cual fue designado Lenin presidente.

Ya se podían acometer las tareas más urgentes y difíciles: dirigir el Estado de obreros y campesinos.

A las instituciones del Estado fueron comisionados miles de obreros instruidos y políticamente maduros, así como representantes de la intelectualidad trabajadora.

Ya en febrero de 1917 los obreros comenzaron a imponer sus viejas exigencias: implantar la jornada laboral de 8 horas y el control sobre la contratación y el despido de los trabajadores, haciéndolo a despecho de los capitalistas patronos de las fábricas. La Revolución de Octubre lo legitimó. Lenin firmó la ley sobre el particular el 11 de noviembre de 1917.

Por iniciativa de Lenin fueron instituidos también nuevos órganos estatales de gestión económica; en primer lugar el Consejo Supremo de la Economía Nacional.

En diciembre fueron nacionalizados los bancos e instituciones crediticias privados y se procedió a nacionalizar grandes empresas industriales.

El 15 de noviembre Lenin firmó la Declaración de derechos de los pueblos de Rusia que proclamaba la plena igualdad de todos los pueblos -más de cien- del inmenso país. De una vez y para siempre se acabó con la falta de derechos y con la opresión de la población no rusa. Todas estas y otras muchas medidas que tomó el poder soviético fueron consolidando cada vez más la unidad de los trabajadores en la gigantesca labor que habían emprendido para transformar la vida nacional, en la formación del primer Estado obrero-campesino del mundo.

Pero la situación seguía siendo difícil. Ante todo era necesario acabar la guerra mundial que continuaba. Los soldados, extenuados (¡más de 8 millones!), ansiaban volver a sus hogares. Sin embargo, los Gobiernos burgueses no hacían caso a los reiterados llamamientos del Consejo de Comisarios del Pueblo y se negaban a entablar negociaciones de paz con Alemania y sus aliados. Entonces Lenin propuso concertar la paz por separado. Era una necesidad vital. En marzo de 1918 se firmaba la paz con Alemania. El VII Congreso del Partido bolchevique, reunido inmediatamente, se pronunció por ratificar el Tratado de Paz. En aquel Congreso el Partido cambió e nombre. Según Lenin había propuesto en sus Tesis de abril, empezó a llamarse Partido Comunista (bolchevique) de Rusia.

El 11 de marzo el Gobierno soviético y el Comité Central se trasladaron de Petrogrado a Moscú, que desde entonces es capital del país y donde el 14 de marzo se reunió el Congreso de los soviets de toda Rusia, que ratificaría el Tratado de Paz con Alemania.

Las tareas inmediatas del Poder soviético

Como la paz fue obtenida y había comenzado la tregua, se pudo concentrar toda la atención en los asuntos económicos urgentes.

Los tres años y medio de guerra imperialista habían sido nefastos para la economía nacional. Estaban cerradas muchas fábricas, el transporte funcionaba pésimamente; el hambre amenazaba a la población.

En aquel momento el Consejo de Comisarios del Pueblo había dictado ya un gran número de decretos nacionalizando fábricas e industrias enteras. Al firmarlos, Lenin siempre subrayaba que quitar a los capitalistas una u otra empresa era mucho más fácil que dirigirla. Decía a cada delegación obrera que acudía a él, en su calidad de jefe del Gobierno soviético, exigiendo nacionalizar su empresa: Ustedes quieren que la fábrica sea confiscada. Bien, tenemos listos los formularios del decreto, lo firmaremos al instante. Pero díganme: ¿pueden ustedes hacerse cargo de la producción; han hecho el cálculo de la producción; conocen la correlación real entre la producción local y el mercado ruso e internacional?. Con frecuencia resultaba que a los obreros les faltaban conocimientos y hábitos.

Los viejos especialistas eran los que tenían conocimientos y experiencia. Y Lenin propuso la única solución racional; aprender de ellos, tomar de ellos la experiencia de administrar la economía capitalista. Estaba seguro de que mucha de esa experiencia sería útil al flamante Estado soviético.

Entretanto, los primeros pasos prácticos en aquel sentido se habían dado ya. A comienzos de 1918 el sindicato de curtidores había concertado un convenio con la asociación de propietarios curtidores por el cual, un tercio de miembros del Comité principal de Curtidores eran representantes del sindicato; otro, representantes del personal técnico; otro más, representantes de los propietarios de las fábricas. Se llego a convenios análogos en las industrias textil y azucarera.

A comienzos de abril de 1918 el Comité Central del Partido encomendó a Lenin elaborar las tesis sobre la situación del momento. Lenin lo hizo. Nosotros, el Partido bolchevique -escribió- hemos convencido a Rusia. La hemos reconquistado de manos de los ricos para los pobres, de manos de los explotadores para los trabajadores. Ahora debemos gobernarla.

Las tesis fueron bastante extensas. Lenin explicaba con detalles cómo organizar con la máxima racionalidad el control sobre la producción y su distribución, en qué condiciones y con qué fines contratar a los viejos especialistas, cómo incrementar la productividad del trabajo, y otras muchas cuestiones referentes a la gestión económica nacional. A los dos días las tesis fueron publicadas en la prensa bajo el título de Tareas inmediatas del Poder soviético.

La tregua duró poco. Los viejos explotadores, la burguesía y los terratenientes no querían resignarse con la pérdida de su dominio y desataron una cruenta guerra civil. Emprendieron tentativas armadas de derrocar el poder soviético. En el verano de 1918 acudieron en ayuda suya los capitalistas de Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Japón y otros países, grandes y pequeños. Los eseristas y los mencheviques acabaron por traicionar definitivamente la causa del pueblo: llamaban a declararse en huelgas y sabotear todas las resoluciones del poder soviético.

El 30 de agosto de 1918 Lenin, igual que otros muchos dirigentes del Partido y el Estado, habló en mítines en Moscú. En sus discursos explicaba a los trabajadores el peligro que se cernía sobre la Rusia soviética y les instaba a combatir con todas sus fuerzas a la contrarrevolución exterior e interior.

Terminado uno de los mítines, se dirigió, a la vez que seguía conversando con los obreros, al coche. Entonces resonaron varios disparos. Las balas envenenadas que disparó la dirigente de los eseristas Kaplan, causaron a Lenin graves heridas y pusieron su vida en peligro.

Felizmente, Lenin tenía un organismo vigoroso. Se recuperó de las heridas con bastante rapidez. Apenas su estado de salud mejoró un poco, exigió se le informase todos los días, aunque fuese en breve, de los asuntos más importantes. A los médicos, que le prohibieron trabajar, les contestaba: No es el momento para ello.

Al cabo de una semana comenzó ya a dictar cables para las tropas. El 16 de septiembre los médicos le permitieron reanudar el trabajo. Lenin se consagró a su tarea principal: fortalecer al recién formado Ejército Obrero-Campesino Rojo y organizar la resistencia a las superiores fuerzas enemigas.

En el país se implantó el estado de sitio. Aquello significaba que una disciplina férrea se imponía no sólo en el ejército, sino también en el transporte, en la industria militar, en los organismos estatales de acopios y distribución de víveres. Para llevar a la práctica las medidas pertinentes se instituyó el Consejo de Defensa Obrera y Campesina, con Lenin al frente.

La actividad de Lenin fue extraordinariamente intensa en aquel periodo. Al llegar por la mañana al despacho lo primero que hacía era tomar la carpeta de los partes militares los leía con rapidez y marcaba en los mapas el movimiento de los frentes. Luego escuchaba los informes sobre el curso de las operaciones bélicas.

Hasta los militares profesionales se asombraban de la rapidez y precisión con que Lenin se orientaba en las más complejas y especiales cuestiones del ejército. Pero él mismo solía decir: No presumo en absoluto de conocer el arte militar.

Sin embargo, estudiaba a fondo los libros de temas militares y conocía perfectamente la historia de las guerras. Al analizar la situación en los frentes, siempre sabía determinar la tarea principal y centrar los esfuerzos para cumplirla. Dado que al país le faltaban fuerzas para realizar operaciones militares activas simultáneamente en todos los frentes (que se extendían a miles de kilómetros en el sur, el norte, el oeste y el este), esto era de singular importancia, vital.

En aquel periodo aciago, Lenin realizaba también todos los días un trabajo colosal en el Comité Central del Partido, en el Consejo de Defensa Obrera y Campesina y en el Consejo de Comisarios del Pueblo. Anatoli V. Lunacharski, el primer comisario del Pueblo para la Instrucción Pública, escribió lo siguiente de la reuniones del Consejo de Comisarios del Pueblo, de aquel entonces: Aquí reinaba una atmósfera condensada diríase que el tiempo mismo se hizo más compacto: tantos hechos, ideas y decisiones se ventilaba cada minuto. Había un sinfín de problemas: faltaban jefes militares, armas, pertrechos, municiones... El pueblo entero debía realizar unos esfuerzos verdaderamente heroicos para abastecer a las tropas y a la población urbana de pan, vencer el hambre y asegurar el funcionamiento del transporte y de las fábricas militares.

En cada una de las reuniones del Consejo de Comisarios del Pueblo o del Consejo de Defensa -decía Lenin- tenemos que distribuir los últimos millones de puds de carbón o de petróleo.

Los enemigos tenían la esperanza de que el poder soviético se hundiría con rapidez. Pero frustraron sus planes la infatigable actividad del Partido Comunista y el heroísmo masivo de los combatientes y jefes del Ejército Rojo que hicieron lo imposible por defender a la revolución y el desprendimiento de los trabajadores de la retaguardia. La guerra civil terminó con la victoria total del pueblo revolucionario.

Se podía volver a acometer de lleno el trabajo pacífico creador.

Pero la inmensa tensión de fuerzas, las cargas sobrehumanas y las heridas no pudieron dejar de repercutir en la salud de Vladimir Ilich, que desde finales de mayo de 1922 empeoró violentamente. Por consejo de los médicos Lenin se instaló a 40 kilómetros de Moscú, en Gorki. Allí trabajaba todo lo que le permitían las fuerzas: mantenía una extensa correspondencia y exigía que le enviasen regularmente libros, periódicos, revistas.

El 2 de octubre de 1922 Lenin regresó a Moscú. Reanudó su trabajo en el Comité Central, presidió las reuniones del Consejo de Comisarios del Pueblo y pronunció varios discursos.

A mediados de diciembre volvió a sentirse mal. Los médicos le convencieron a duras penas de que dejase de trabajar. Pero, incluso gravemente enfermo, Lenin mantenía una extraordinaria fuerza de voluntad, claridad de pensamiento y optimismo. Le preocupaban el presente y el futuro del país soviético, los destinos del socialismo. Meditaba mucho en aquellos temas.

Comprendía perfectamente la seriedad de su enfermedad. Y dijo más de una vez a los médicos que sabía que podía morir. El 23 de diciembre de 1922 dictó durante cinco minutos a una taquígrafa sus consideraciones sobre algo que le preocupaba. Al otro día quiso seguir dictando, pero los médicos protestaron. Entonces Lenin planteó el asunto de esta manera:

- O me permiten dictar mi Diario todos los días por poco tiempo que sea, o me niego en redondo a curarme.

Uno de los médicos que trataba a Lenin dijo con certeza: Trabajar significa para él vivir, la inactividad es la muerte. Se decidió permitir a Lenin dictar todos los días de 5 a 10 minutos.

La poderosa voluntad y la conciencia de su enorme responsabilidad le dieron a Lenin las fuerzas para sobreponerse a los sufrimientos físicos y realizar lo que parecía rebasar todas las posibilidades humanas.

En poco más de dos meses, del 23 de diciembre de 1922 al 2 de marzo de 1923 dictó algunos artículos y cartas, dilucidando en diferentes aspectos una sola cuestión clave: cómo construir la sociedad socialista.

Lenin insistió muchas veces en la urgente necesidad de crear la base industrial nacional; abordó el tema último artículo que dictó: Más vale poco y bueno.

No menos importante era organizar la gran producción agropecuaria. Para lograrlo, había que atraer a la edificación del socialismo a millones de campesinos, lo cual era imposible sin vencer su secular costumbre a trabajar individualmente. Lenin estimaba que las cooperativas eran el modo mas accesible para los campesinos de pasar a las formas mas productivas del trabajo. Explicó en su artículo Sobre la cooperación, que aquello permitiría al campesino ir convenciéndose gradualmente de las ventajas que ofrecía la hacienda colectiva. El tránsito al trabajo colectivo debía ser, a juicio de Lenin, sencillo, fácil y accesible para los campesinos.

Para viabilizar ese tránsito, hacía falta la maquinaria apropiada. El país no podía disponer de ella en aquel período.

Naturalmente, no sólo para cumplir esa tarea se precisaba una gran industria socializada. Solamente la industrialización podría garantizar al pueblo soviético el progreso y la posibilidad de defenderse de los numerosos enemigos exteriores (los grandes Estados capitalistas no dejaban de fraguar planes para asfixiar al país).

La industrialización y la colectivización del campo dependían en buena medida de la actividad y conciencia con que participarían en estas transformaciones los propios trabajadores. A su vez, la actividad y la conciencia las determina, en considerable medida, el nivel de conocimientos de los trabajadores. Por eso se planteaba como impostergable erradicar el analfabetismo, lastre del pasado: de cada 100 habitantes del país, 68 no sabían leer ni escribir. Lenin indicó cómo debía procederse en el artículo titulado "Páginas del diario". El mero hecho de que inaugurara con él el Diario, como llamaba Lenin a sus apuntes, dictado a la taquígrafa, demuestra la importancia que daba al problema.

Los últimos trabajos de Lenin constituyen, en rigor, una sola obra, en la cual se expone en forma sintética el programa socialista para el país.

El 10 de marzo de 1923 Lenin tuvo otro ataque, el más serio, de la enfermedad. Pocas horas antes habían permanecido junto al lecho su esposa y su hermana. Recordaban el pasado.

En 1917 -dijo Lenin- yo descansé en la choza cerca de Sestroretsk, cuando los agentes del Gobierno provisional andaban a la caza y captura; en 1918 descansé gracias al disparo de la Kaplan. Después no he vuelto a tener ocasión de hacerlo...

Cierto es, no había tenido ocasión de descansar. Una permanente e indecible tensión de todas las fuerzas y el trabajo ininterrumpido cortaron prematuramente la vida de Lenin. Esto sucedió el 21 de enero de 1924, a las 6’50 de la tarde.

La triste noticia del fallecimiento de Lenin se extendió pronto por el país, por el mundo entero. Cuatro días y sus noches, pese al frío que hacia, cientos de miles de personas estremecidas desfilaron ante al ataúd con sus restos mortales para rendir el último tributo al forjador del primer país socialista de la historia.

El 27 de enero el país le enterraba. Profundamente doloridos estaban no sólo los soviéticos, sino también los trabajadores de todos los países del mundo. Cinco minutos pararon las fábricas, los trenes y los automóviles: así los trabajadores del planeta se despidieron de su más abnegado defensor.

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