Carlos Marx
(1818-1883)

Sumario:

Introducción
Los años jóvenes
Demócrito y Epicuro en el país de los idealistas
Una prensa de agitación política
La penetración de la alienación en la filosofía materialista
La crítica del idealismo histórico
Vivir trabajando o morir combatiendo
Contra el socialismo utópico
La organización del partido obrero
En las luchas revolucionarias
Las enseñanzas de la revolución
Los años de la reacción
El auge de los movimientos democrático-burgueses
Su obra cumbre
La I Internacional
La última década de la vida de Marx
La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta
Hasta 2025 no culminará la recopilación de las obras completas de Marx y Engels

Introducción

Carlos Marx, genial pensador y dirigente del proletariado, ocupa un lugar destacado entre las grandes figuras cuyas obras y cuyos nombres perviven a través de los siglos. El 17 de julio de 2005 el programa de la BBC In our time organizó una votación entre los espectadores para elegir al mayor filósofo de la historia, y éste fue el resultado:

1.Carlos Marx27,93%
2.David Hume12,67%
3.Wittgenstein 6,80%
4.Nietzsche 6,49%
5.Platón 5,65%
6.Immanuel Kant 5,61%

A estos pensadores les siguen Tomás de Aquino, Sócrates, Aristóteles, Karl Popper y otros. Por tanto, a pesar de todos los esfuerzos propagandísticos de la burguesía acerca de la muerte del pensamiento marxista, sigue más vivo que nunca. Sus ideas transcienden la letra escrita y han ejercido una poderosa influencia histórica, especialmente a lo largo de todo el siglo XX. Ningún otro autor tiene tan ingente número de seguidores como él repartidos por todo el mundo y, desde luego, absolutamente nadie entre los explotados y oprimidos. Marx era un pensador como ha habido muy pocos en la historia. Como escribió Engels, Marx era un genio; los demás, a lo sumo, somos hombres de talento. Sin él, la teoría no sería hoy, ni con mucho, lo que es. Por eso ostenta legítimamente su nombre.

El mayor mérito histórico de Marx consiste en haber forjado la ciencia que trata de las leyes más generales que rigen el desarrollo de la naturaleza, la sociedad y el pensamiento humano, esto es, el materialismo dialéctico y el materialismo histórico. Con ello mostró el camino no sólo para la comprensión del mundo, sino también para su transformación por la vía revolucionaria.

Marx demostró de manera científica que la muerte del capitalismo y el triunfo de la sociedad comunista son inevitables. Gracias a él, el socialismo dejó de ser un sueño estéril en un futuro mejor de la humanidad y se convirtió en una ciencia.

Junto con su amigo Federico Engels, Marx fundamentó científicamente la misión histórica del proletariado como la clase más avanzada, revolucionaria hasta el fin, que, al liberarse a sí misma, libera de todo yugo y de toda explotación al conjunto de la humanidad.

Marx señaló que el camino que conduce a la sociedad socialista es el de la revolución proletaria y la dictadura del proletariado. La principal diferencia del marxismo con las ideologías burguesas más progresistas y avanzadas es la teoría de la dictadura del proletariado.

La doctrina de Marx es la ideología de la clase obrera, la expresión teórica de sus intereses vitales, la ciencia de la transformación del mundo por vía revolucionaria. Los fundadores del marxismo enseñaban que el proletariado no podría cumplir su misión histórica de sepulturero del capitalismo y creador de la nueva sociedad si no organizaba su propio partido proletario.

Si echamos una mirada retrospectiva al espacio creciente de tiempo que nos separa del período en el que Marx vivía, queda claro el hecho irrebatible de que, en el curso de la lucha de clases revolucionaria, la influencia de la teoría creada por él sobre las masas trabajadoras aumenta cada vez más. La clase obrera -la más avanzada, la que orienta a todos las masas oprimidas- va influyendo cada vez más en la marcha de la historia universal, transformando el mundo de una manera activa y conscientemente, apoyándose en las leyes objetivas del progreso social, descubiertas por Marx y Engels y desarrolladas posteriormente por Lenin. La doctrina de Marx, desarrollada por Lenin y empleada de manera creadora y constantemente enriquecida por los partidos comunistas de todo el mundo, demuestra cada vez con mayor claridad su enorme fuerza vital.

Los años jóvenes

Marx nació el 5 de mayo de 1818 en Treveris, una antigua ciudad medieval enclavada en la Prusia renana. En el siglo X fue, con Roma, uno de los centros de la cristiandad. Poseía establecimientos de curtido y fábricas textiles, pero la industria manufacturera no estaba muy desarrollada en comparación con las zonas septentrionales de Renania. Treveris conservaba hasta cierto punto las costumbres de una ciudad medieval, encuadrada en una región vinícola donde los campesinos eran en su mayoría pequeños propietarios, vinateros, amantes de la alegría y el buen vino. Marx siempre se interesó entonces por la situación de aquellos campesinos. Realizaba excursiones a los pueblos de los alrededores y se documentaba a fondo sobre su vida. Los artículos que publicó años más tarde en la prensa demuestran que conocía perfectamente los detalles de la vida rural, el régimen de la propiedad del campo, y los procedimientos de cultivo de los campesinos de la comarca.

Su padre, Enrique Marx, era un abogado de origen judío, culto y libre de prejuicios religiosos que admiraba la filosofía del siglo XVIII y enseñó a su hijo a leer las obras de librepensadores como Locke, Diderot, Voltaire pero sobre todo Kant.

Mientras algunos biógrafos han negado casi totalmente la influencia de su origen judío sobre Marx, otros se han dedicado a subrayar su enorme trascendencia. Es indudable que en la historia del socialismo alemán cuatro judíos, Börne, Heine, Marx y Lassalle tuvieron un papel muy importante. Pero ahí el origen judío no tuvo influencia en evolución política. No fueron motivos religiosos sino políticos, como el propio Marx explicó en sus artículos sobre la Cuestión judía. Estas ligados a la situación semifeudal de Alemania donde, como otros, los judios carecían de derechos civiles y políticos, agravados en su caso porque les alcanzaba aunque se tratara de burgueses. Lo verdaderamente importante y lo que se ha tratado de silenciar con el recuerdo de la raíces judías de Marx, es la situación semifeudal de Alemania y la privacion de derechos políticos de las amplias masas. El padre de Marx, que desde hacía mucho tiempo no practicaba, seguía siendo judío, se convirtió en 1824 al cristianismo para escapar a la descriminación que sufrían los judíos tras la reincorporación de Renania a Prusia. Por su parte, Marx escribió el 13 de marzo de 1843 en una carta a Arnold Ruge: La religión israelita me inspira repulsión.

Aunque no estuviera ligado espiritualmente en absoluto con el medio, Marx se interesó por la cuestión judía durante su juventud. Mantenía relaciones con la comunidad judía de Treveris. Los judíos enviaban frecuentemente peticiones para solicitar la desaparición de diversas medidas humillantes. A petición de sus parientes próximos y de la comunidad de Tréveris, Marx, que entonces tenía veinticuatro años, escribió una de estas peticiones. Marx no despreciaba en absoluto a sus antiguos correligionarios; se interesaba por la cuestión judía y participaba en la lucha por la emancipación de los judíos. Ello no le impedía distinguir perfectamente entre los judíos pobres y los representantes de las altas finanzas, aunque, a decir verdad, había pocos judíos ricos en la región donde vivía Marx. La aristocracia judía estaba concentrada entonces en Hamburgo y Frankfurt.

Buena prueba de la ausencia de aquella influencia religiosa es el segundo de los tres ejercicios escolares que tuvo que presentar para aprobar su bachillerato. Se titulaba Una demostración, según el evangelio de San Juan, naturaleza, necesidad y efectos de la unión de los creyentes de Cristo. Expresa todavía la persistencia confesional del cristianismo que imperaba en el ambiente escolar que, en todo caso, no era el judaísmo sino el protestantismo, también minoritario en Treveris, donde la mayoría era católica.

Lo mismo cabe decir del supuesto carácter prusiano de Marx, que significa ignorar por completo que aquella Renania era cualquier cosa menos prusiana. No sólo por su temporal adscripción francesa sino porque la reincorporación a Prusia significaba la pertenencia formal a un régimen administrativo que en absoluto suponía que los renanos fuesen, desde el punto de vista social, prusianos. Algunos autores pretenden enlazar esa genética prusiana con Hegel para destacar la sobrevaloración de Marx hacia el Estado y la burocracia. Pero nadie como Marx puso a la sociedad por delante del Estado, dando la vuelta al pensamiento hegeliano y enfrentándose luego a Lassalle a causa de la veneración de éste por el Estado. En cuanto a Prusia, tanto los escritos de Marx como los de Engels testimonian que no hubo mayores adversarios de la unificacón de Alemania por la vía prusiana que ellos. Por tanto, esas ideas son ajenas por completo a Marx a lo largo de toda su trayectoria, en las que demostró que su programa tenía por objeto la desaparición del Estado.

En cualquier caso, el origen -y más si ese origen es lejano- no determina el rumbo de ninguna persona. Influye, pero seguramente influyen mucho más otras cicunstancias, algunas de las cuales la propia biografía personal se encarga de superar y olvidar. Otras permanecen. Entre éstas fue importante para Marx la propia ubicación geográfica de su Renania natal. A orillas del río que le da el nombre y próxima a la frontera francesa, en Renania la influencia de la revolución de 1789 fue muy importante. Estuvo en manos de los franceses y no fue entregada a Prusia hasta después de 1815. Los franceses abolieron en Renania las cargas feudales y la región se convirtió en una de las más industrializadas de Prusia. Las riquezas naturales de la región (carbón y hierro) contribuyeron al surgimiento de una gran industria capitalista metalúrgica y textil que, a su vez, ocasionó la ruina de los campesinos y los artesanos y la formación de una nueva clase: el proletariado.

El desarrollo del capitalismo también hizo cada vez más insoportables los vestigios de las relaciones feudales de servidumbre que perduraban aún en muchos países de Europa. Acostumbrados a una relativa libertad bajo el régimen francés, los renanos reaccionaron contra el régimen prusiano al cual se vieron sometidos. En 1832 se organizó una gran fiesta en Hambach en la cual Börne defendió la necesidad de una Alemania libre y unificada. Entre ellos se encontraba un obrero de 23 años, Johann Becker, un revolucionario que realizaba agitación y propaganda y posteriormente se convirtió en escritor.

Pero Becker era sobre todo un hombre de acción que organizó fugas de los revolucionarios encarcelados. Estando en prisión, su círculo organizó en 1833 un ataque armado contra la guarnición de Frankfurt, sede entonces de la Dieta de la Confederación Germánica. Los estudiantes y obreros afiliados a este círculo estaban convencidos de que una insurrección en esta ciudad produciría una fortísima impresión en Alemania, pero fracasaron. Carlos Schapper participó activamente en aquella insurrección y, después del fracaso, consiguió huir a París donde, junto con Schuster y otros, fundaron una sociedad secreta: la Liga de los Proscritos.

Entonces Marx, que conocería luego a muchos aquellos revolucionarios, estudiaba en el instituto de Treveris, donde permaneció de 1830 a 1835, reconociendo sus maestros que era uno de los alumnos más brillantes. Encargado por su profesor de escribir una composición sobre la elección de una profesión por los jóvenes, Marx argumentó que no se puede elegir libremente una profesión, que el hombre nace en unas condiciones que condicionan la elección así como su concepción del mundo. Se podría adivinar ya el embrión de la concepción materialista de la historia. Pero es necesario ver en ello únicamente la prueba de que, ya durante su juventud, Marx, influenciado por su padre, había penetrado en las ideas fundamentales del materialismo francés.

Después de terminar los estudios en el instituto, en 1836 se matriculó en la Facultad de Derecho de la Universidad de Bonn, donde estuvo un año, pasando luego a la de Berlín. En aquella época habían cesado los disturbios revolucionarios y reinaba establecía una cierta calma en la vida universitaria, presidida por la represión y los confidentes de la policía; la práctica había dejado paso a la teoría. Aunque se había matriculado en derecho su interés estaba en la filosofía y la historia.

De esta época poseemos un documento interesante sobre él: una carta en la que se dirige a su padre como a un amigo íntimo, al cual explica claramente sus ideas. Enrique Marx apreciaba y comprendía muy bien a su hijo, y basta leer su respuesta para poder juzgar su profunda cultura. En el espíritu de este tiempo, Marx busca unas concepciones, unas doctrinas, que le permitan motivar teóricamente el odio que ya siente por el régimen político y social dominante. Posteriormente estudiará esta cuestión con mayor detalle.

Las ideas científicas y políticas de Marx cristalizaron en una época en que en Alemania y otros países de Europa maduraban importantes acontecimientos históricos. El fortalecimiento del capitalismo en los países de Europa occidental llevaba a la agudización de la lucha de clases, al impulso de los movimientos democrático-burgueses y de liberación nacional. Si bien espontánea e inconscientemente, el proletariado se rebelaba ya contra la opresión capitalista, haciendo su entrada en la escena histórica. En la Alemania atrasada y semifeudal, fraccionada económica y políticamente, donde las masas trabajadoras sufrían un doble yugo -el de los vestigios del feudalismo y el del capitalismo naciente- maduraba la revolución democrático-burguesa. El fin de los años 30 y comienzo de los 40 se caracterizaban en Alemania por el aumento del descontento de las masas populares, la animación de la vida social y el surgimiento de diversos grupos y tendencias oposicionistas en la burguesía y la intelectualidad.

Demócrito y Epicuro en el país de los idealistas

En la Universidad de Berlín, Marx leyó de todo pero estuvo muy influido por el pensamiento de Hegel que, convenientemente manipulado, era la doctrina oficial del Estado prusiano. Hegel había muerto en 1831 y no era en absoluto responsable del modo en que quienes decían ser sus herederos, retorcían sus postulados, especialmente aquel de que todo lo real es racional. Más que cualquier otra cosa, Hegel es el filósofo del cambio, de la evolución, de que todo lo real tiene que convertirse en racional, lo cual es precisamente lo contrario de lo anterior. Bajo Hegel se cobijó tanto la reacción como la revolución; en una expresión no del todo correcta pero gráfica se ha dicho que los unos se aferraron al sistema, los otros al método. Lo realmente importante es que aquellas disputas no eran más que el envoltorio de una lucha política entre el viejo feudalismo alemán y la nueva burguesía revolucionaria. Pero aquello duró muy poco. Hegel no podía ser nunca un pilar sólido del orden establecido. La presencia de Hegel en la burocracia prusiana y alemana ha sido muy exagerada por la posteridad. La misma existencia de unos revolucionarios que se refugiaban en el hegelianismo, desencadenó una reacción contra todo lo que tuviera algo que ver con el pensamiento de Hegel y el gobierno tuvo que liquidar hasta su misma memoria.

Aunque Hegel glorificaba a la burocracia prusiana, esto sólo podía ir en detrimento de la religión, que era el núcleo de la tradición feudal y fue en el terreno religioso donde sobrevino el primer choque entre ambas corrientes que se reclamaban hegelianas. Hegel había sostenido que las historias sagradas de la Biblia debían ser consideradas como profanas porque a la fe no le compete el conocimiento de la historia. En 1835 David Strauss se aferró a esa idea para someter la historia evangélica a la crítica histórica escribiendo una Vida de Jesús que provocó una enorme sensación. La Biblia no era la palabra de dios sino un libro de historia. Así Strauss entroncaba con el luteranismo y el racionalismo burgués. Su planteamiento hubiera sido inconcebible en un país dominado por el catolicismo y el dogma pero resultaba lógico en aquellos países donde la vinculación del hombre con dios se establecía a través de una lectura propia de la Biblia.

Hasta Strauss, la filosofía hegeliana y la religión habían vivido en buena armonía. Marx escribió, pocos años después: La crítica de la religión es la condición necesaria de toda crítica. El fundamento de la crítica irreligiosa es el siguiente: el hombre hace la religión, la religión no hace al hombre. Pero el hombre no es un ser abstracto, exterior al mundo real. El hombre es e1 mundo del hombre, es el Estado, la sociedad. Ese Estado, esa sociedad, que son un mundo absurdo, producen la religión, absurda concepción del mundo. La religión es la realización fantástica del ser humano, porque el ser humano no tiene verdadera realidad. La lucha contra la religión es, pues, indirectamente, la lucha contra un mundo del que ella es el aroma espiritual.

Políticamente, Strauss era inofensivo, como lo siguió siendo durante toda su vida. Pero había abierto la veda; sólo había que explotar aquel filón y para eso ni siquiera eran necesarios pensadores profundos y gruesos libros de filosofía sino, más que nada, divulgadores y agitadores. Entre éstos encajaba a la perfección Arnold Ruge (1802-1880), quien había estado encarcelado de 1824 a 1830. En 1832 entró como profesor en Halle, donde comenzó a publicar los Anales de Halle entre 1838 y 1841, el órgano de la izquierda hegeliana. Gracias a un matrimonio afortunado, disfrutaba de una existencia apacible. Ruge nunca fue más allá del liberalismo burgués, por más radical que fuera su apariencia. Aunque luego tuviera que refugiarse, en sendas ocasiones, en Francia y en Inglaterra, él mismo se calificó alguna vez, bastante acertadamente, de comerciante en espíritu al por mayor. Sin ser ningún pensador original, ni mucho menos un revolucionario, Ruge tenía, sin embargo, la cultura, la ambición, el celo y el ardor combativo que hacían falta para dirigir bien una revista o un periódico científico. Él aseguraba a la burocracia prusiana que sus Anales de Halle eran cristianos y prusianos de Hegel pero, por mucho que se lo suplicó, el Estado prusiano no le correspondió en aquel momento, tardó un poco más, lo que tardó Ruge en abandonar cualquier veleidad agitadora. Finalmente, Ruge acabó a los pies de Bismarck, quien en 1877 le gratificó con un pensión para pagar y apagar su conciencia. Es de aquellos que pasó de vivir el presente a vivir del pasado y, naturalmente a recordarlo: escribió unas memorias tituladas Recuerdos del tiempo pasado, 1862-1867. Pero eso sucedió bastante después...

En Halle los Anales de Ruge se convirtieron en un centro de reunión para todos los espíritus inquietos, especialmente todos los neohegelianos de Berlín, entre los que había docentes, profesores y escritores de edad juvenil. De ellos destacaremos a cuatro: Eduardo Meyen, Adolfo Rutenberg, el más íntimo de los amigos berlineses de Marx, Carlos Federico Köppen y, sobre todo, Bruno Bauer. No se sabe si también pertenecía a aquel círculo Max Stirner, profesor en un colegio de señoritas. Nada hay que permita afirmar que Marx le conociera personalmente, pero entre ambos no medió nunca la menor afinidad espiritual.

El más importante de todos ellos era Bruno Bauer (1809-1882), hijo de un pintor en una fábrica de porcelana. Estudió filosofía y teología en la Universidad de Berlín directamente con Hegel hasta que éste murió en 1831. En una ocasión Hegel otorgó al joven Bauer un premio académico por un ensayo filosófico criticando a Kant. Tras obtener la licenciatura en teología, comenzó a enseñar en la Universidad de Berlín en 1834 y se ocupó, sobre todo, de crítica bíblica. Próximo entonces a las posiciones de la derecha hegeliana, criticó a Strauss afirmando la autoridad indiscutible de la revelación divina, lo que desató una réplica por parte de éste y de la reacción prusiana. Fue este debate el que empujó a Bauer a cambiar de alineamiento filosófico, pasándose a la izquierda hegeliana. Al mismo tiempo, en el curso de esta polémica la reacción se dio cuenta que aquel peligroso proceso tenía sus raíces en Hegel y que había que acabar con todo el hegelianismo. A la inversa, Bauer se aprecibió de que la única manera de defender Hegel de aquel ataque generalizado era desde las posiciones de la izquierda.

En 1836, durante sus primeros días como profesor, Bauer impartió clases a Marx del mismo modo que, una generación después, también fue mentor de otro joven: Friedrich Nietzsche. Ambos acabaron abandonando a Bauer. En 1838 publicó en dos volúmenes su Kritische Darstellung der Religion des Alten Testaments que muestran que, aún siendo muy superior a Strauss desde el punto de vista intelectual, seguía fiel a la derecha hegeliana. Pero muy pronto su opinión sufrió un vuelco y, en tres trabajos, uno sobre el cuarto evangelio, el de Juan, otro sobre los tres sinópticos (Marcos, Mateo y Lucas) y el tercero titulado Herr Hengstenberg, kritische briefe uber den Gegensatz des Gesetzes und des Evangeliums, anunció su ruptura con la derecha hegeliana.

Las aportaciones de Bauer a la historia evangélica fueron muy importantes, limpiando los últimos residos teológicos que Strauss había dejado en pie. Elaboró un profundo análisis de la literatura cristiana del siglo I para demostrar que en los Evangelios no existía la verdad histórica, que todo en ellos era obra de la imaginación de los evangelistas. Asimismo argumentó que la religión cristiana no le había sido impuesta, como se pensaba, al mundo greco-romano, sino que era el más genuino producto de este mundo. De este modo, abría la única senda por la que se podían investigar científicamente los orígenes del cristianismo. Sostuvo que muchos temas centrales del Nuevo Testamento, especialmente los que eran opuestos al Antiguo Testamento, ya se encontraban en la literatura greco-romana de aquella época. Bauer demostró que la influencia judía en Roma había sido mucho más importante de lo que los historiadores habían creído hasta entonces y que el judaísmo se había introducido en Roma en la época de los Macabeos, incrementando su población.

Pero en 1839 el prestigio de Bauer, el giro radical que dio a la teología y, sobre todo, su incorporación al círculo de la izquierda hegeliana forzaron su traslado a la Universidad de Bonn. Era un intento de descabezar al grupo, privarlo de su dirección para dispersarlo. La vinculación entre Bauer y Marx era muy estrecha entonces. Apenas se estableció aquel en Bonn, intentó que Marx se trasladara con él. Entonces Marx trabajaba en su tesis doctoral sobre la Diferencia entre la filosofía natural de Demócrito y la de Epicuro. Para Bauer aquello no tenía demasiado interés. Para él, fuera de Aristóteles, Spinoza y Leibniz, no había otra filosofía en el mundo. En una carta le aconsejaba a Marx que acabase de una vez con aquel despreciable examen y que no le dedicase tanto tiempo, lo cual demostraba que ya entonces Marx hacía gala de su estilo de escribir concienzudo y, por tanto, exasperantemente lento, lo que fue una desolación para todos los que le conocieron, especialmente Bauer, que era una máquina de escribir, casi de manea automática. En la carta Bauer le decía, además, que Ruge le daba pena y calificaba de lánguidos sus Anales de Halle aceptando, a cambio, la publicación de una revista radical que Marx le había propuesto, dirigida por ambos.

Bauer era el campeón de la crítica. Si existe el arte por el arte, Bauer sería el representante de la crítica por la crítica, un verdadero precursor de la Escuela de Frankfurt. La palabra nihilismo apareció entonces bajo estas influencias perdidas en la abstracción. Lo de Bauer era una revolución pero sólo en el terreno de la filosofía, para la que Bauer contaba más con la ayuda que con la oposición del gobierno. La miopía política de Bauer no era otra cosa que el reverso de su agudeza de visión filosófica, escribió Mehring. Bauer atacaba a la teología pero sólo para entronizar al Estado prusiano sobre fundamentos más sólidos. Separando a la Iglesia del Estado se fortalecía el Estado y más concretamente sus instituciones educativas, especialmente la universidad, algo en lo que los académicos como Bauer estaban muy interesados en una época en la que aún estaban obligados a llevar peluca. Como Ruge, Bauer acabó sus días siendo otro de aquellos aduladores de Bismarck.

Muy influido entonces por Bauer, Marx presentó su tesis doctoral sobre Demócrito y Epicuro, dos filósofos que Hegel había tratado con bastante desdén porque no podían competir con Platón ni compararse con Aristóteles. Los escépticos, epicúreos y estoicos formaron escuelas filosóficas griegas que brotaron en su decadencia, contribuyendo más que ninguna otra a fecundar el cristianismo. Su meta común era hacer al hombre individual, independiente de todo lo exterior a él, retrotrayéndole a su vida interior, llevándole a buscar su dicha en la paz del espíritu, asilo inconmovible aunque el mundo se derrumbase. En suma, eran filosofías de la autoconciencia. Pero luego el cristianismo, sostenía Bauer, había enajenado la autoconciencia en beneficio del Señor de los Evangelios. La humanidad había sido educada en la esclavitud de la religión cristiana para, de este modo, preparar mejor el advenimiento de la libertad y abrazarla con tanta o mayor fuerza cuando por fin ese día llegase. La propia conciencia del hombre, al recobrar su autoconciencia, recobraría un poder infinito sobre los frutos de su prolongado renunciamiento.

Como había escrito Köppen, en este abigarado galimatías filosófico de la época no subyacía otra cosa que el racionalismo burgués del siglo XVIII, que también había bebido de las fuentes de la duda de los escépticos, el ateísmo de los epicúreos y la convicción republicana de los estoicos. Aunque no tenían la talla de Platón o Aristóteles, estos filósofos griegos habían dejado una huella muy profunda en la historia. Habían abierto al espíritu humano nuevas perspectivas, rompiendo las fronteras sociales de la esclavitud y las fronteras nacionales del helenismo, habían fecundado el cristianismo primitivo, la religión de los dolientes y los oprimidos, que en Platón y Aristóteles se trocaba en la Iglesia explotadora y opresora de los dominadores.

Esta es la médula que Marx quiso explotar. Entonces, aunque seguía compartiendo la concepción idealista, empezaba ya a extraer de la ambigua filosofía de Hegel conclusiones ateas y revolucionarias. Mientras Hegel criticaba el materialismo y el ateísmo de Epicuro, Marx hablaba con admiración de la valiente lucha que el filósofo griego había sostenido contra la religión y los prejuicios. Mientras todos los filósofos se habían burlado de Epicuro por su absurda tesis de la declinación de los átomos, Marx le considera como el más grande racionalista griego que había introducido un absurdo entre las leyes ciegas de la naturaleza por el que se filtraba la libertad humana.

Naturalmente, en medio de un ambiente idealista, que era también el de Marx entonces, éste traía el materialismo, el atomismo y el ateísmo como notas discordantes, otra declinación de los átomos. Además del materialismo, Demócrito y Epicuro tenían en común su atomismo, y Marx expone así la diferencia entre ambos: para Demócrito se trata tan sólo de la existencía material del átomo, mientras Epicuro pone de relieve el concepto del átomo al lado de su realidad, la forma al lado de la materia; no le basta la existencia; investiga también la esencia, y no ve en el átomo solamente la base material del mundo sino también el símbolo del individuo aislado. Si Demócrito deducía de la caída perpendicular de los átomos la necesidad de cuanto acaecía, Epicuro los desviaba un poco de la línea recta para dejar sitio al libre arbitrio. Es una contradicción entre el átomo como fenómeno y como esencia. La filosofía de Epicuro introduce así una explicación ilimitadamente arbitraria de los fenómenos físicos.

Es también sorprendente la superioridad que Marx observa en Epicuro sobre Demócrito porque éste no hizo más que aventurar una hipótesis que era el resultado de la experiencia, pero no su principio dinámico, un defecto capital que luego Marx siempre denunció en todo el materialismo anterior que no captaba la realidad más que bajo una forma pasiva, no como práctica, no como actividad humana. Con esto adelantaba la importancia que luego dio al movimiento y a la práctica. Demócrito era un teórico y Epicuro un político, como se demuestra en el desafío de éste a la religión. Epicuro le atrajo a Marx porque era un luchador, un filósofo se alzaba contra el peso oprimente de la religión y la desafiaba.

Fue la primera obra extensa de Marx, de la que Mehring concluye: Con este estudio, el discípulo de Hegel se extiende a sí mismo el certificado de mayoría de edad: su pulso firme domina el método dialéctico, y el lenguaje acredita esa fuerza medular de expresión que había tenido, a pesar de todo, el maestro, pero que hacía mucho tiempo que no se veía en el séquito de sus discípulos.

Marx tenía la oportunidad de consagrarse a la actividad científica y hacerse profesor de la Universidad de Bonn junto a Bauer. Pero él prefería a Epicuro antes que a Demócrito. Era un militante, no un teórico. No quería convertirse en un pensador solitario que escribía en el remanso de una biblioteca. Era un demócrata, un revolucionario que luego evolucionaría hacia el comunismo bajo la atracción de una clase, el proletariado, que supo hacer suyos el indudable talento de Marx como pensador en la lucha por un mundo nuevo. La concepción de los revolucionarios nunca ha sido invención de un ideólogo individual, sino la expresión teórica de un movimiento vivo.

El ministro de Educación Altenstein había trasladado a Bauer a la Universidad de Bonn con la promesa verbal de condederle una plaza de profesor titular, pero murió en mayo de 1840 casi al mismo tiempo que Federico Guillermo III y su sustituto, Eichhorn, no estaba por la labor. Se iniciaba una etapa de dura reacción acompañada de represión política. Le propusieron que se dedicara a escribir con la promesa del apoyo financiero del Estado pero Bauer no aceptó y se aprestó a librar una batalla con la ayuda de Marx en una nueva revista de agitación. El nuevo ministro mantuvo el pulso inundando la Universidad de Berlín de reaccionarios prestos a librar toda clase de batallas. Llevó allí al viejo Schelling, que se había convertido en portaestandarte de la revelación divina, para dar el golpe de gracia al hegelianismo. En medio de violentas manifestaciones de protesta, Julius Stahl, un absolutista, sucedió al hegeliano Gans, fallecido el año anterior. El forjador de escuela histórica del derecho, Savigny, amigo personal del nuevo monarca Federico Guillermo IV, depuró a universidad de las tesis jurídicas hegelianas. Por tanto, en 1840 Prusia había declarado la guerra al hegelianismo, que apenas había podido reinar una década. El título de un folleto de Bauer resumía el final de aquella época: La trompeta del juicio final contra Hegel, el ateo y el anticristo. Marx participó en la redacción de ese folleto; formaba parte de esa corriente y, aunque lo hubiera pretendido, las aulas estaban vetadas para él.

Marx decidió doctorarse en la pequeña Universidad de Jena y publicar luego la tesis doctoral, acompañado de un prólogo retadoramente audaz, como testimonio de sus conocimientos para luego instalarse en Bonn y editar allí con Bauer, la proyectada revista. Además, como doctor por una Universidad extranjera, la de Jena, las universidades prusianas no podrían cerrarle sus puertas y tendrían que permitirle profesar la enseñanza por libre.

El 15 de abril de 1840 Marx recibió la investidura de doctor por la Universidad de Jena, sin su presencia personal, previa presentación de una tesis que no era más que un fragmento de una magna obra en la que se proponía estudiar la evolución de la filosofía epicúrea, estoica y escéptica, poniéndolas en relación con toda la filosofía griega.

Una prensa de agitación política

Cerrada la vía de la docencia, Marx se lanzó al periodismo, que era una forma de agitación política desconocida hasta entonces en Alemania. Desde abril de 1842 empezó a colaborar con la Gaceta Renana que convirtió en una tribuna para propagar las ideas avanzadas y luchar contra la reacción política y el oscurantismo.

En el periódico Marx empezó a caer del cielo a la tierra, de lo abstracto a lo concreto. Su puesto de observación le permitió conocer de cerca la situación de los trabajadores. El contacto directo con la lucha de las amplias masas de Alemania y su conocimiento del movimiento obrero de otros países influyeron grandemente en el joven Marx y le hicieron comprender la necesidad de profundizar sobre problemas nuevos para él, los problemas económico-sociales. La aparición de una nueva clase, el proletariado, en la palestra de la lucha hizo que Marx sintiese curiosidad por las publicaciones socialistas que habían aparecido en Inglaterra y Francia. Engels dice que Marx le habló posteriormente más de una vez de que el estudio de la ley sobre la tala ilícita y de la situación de los campesinos de Mosela le indujeron a pasar de la política a la economía y, de este modo, al socialismo.

Como correspondía a un demócrata revolucionario, en una serie de artículos, Marx asumió la defensa de los intereses materiales de las masas populares. Aquí se perfila el paso de Marx del idealismo al materialismo y de la democracia revolucionaria al comunismo. Pero aún faltaba un trecho. Cuando el periódico fue acusado de comunismo, Marx respondió anunciando la próxima publicación de una crítica fundamental del comunismo. Se negó a adoptar las teorías comunistas tal y como existían entonces de una manera superficial. Pensaba que las formas de comunismo expuestas eran burdas y poco desarrolladas, presentándose como abstracciones dogmáticas. En una carta a Arnold Ruge de noviembre de 1842 escribía que consideraba inadmisible y hasta inmoral el contrabando de dogmas comunistas y socialistas, es decir, de una nueva manera de ver el mundo, en las críticas teatrales corrientes, etc., y que exigía, si se trataba el tema, un estudio totalmente distinto y más a fondo del comunismo.

Además, Marx tampoco era aún materialista; estaba convencido de que para cambiar la sociedad primero había que cambiar el pensamiento. Para ello había que influir en la opinión general, desarrollar nuevas ideas y desplegar vastas campañas de propaganda. Sus preocupaciones entonces estaban en la prensa, en la defensa de la libertad de expresión. La política también la concebía como un debate de ideas. Por eso uno de sus artículos más importantes, realmente demoledor, es el que analiza las nuevas normas sobre censura. Compuesto de seis largos artículos, analizaba entonces los debates de la Dieta renana sobre la libertad de prensa que habían sido divulgados públicamente pero sin mencionar los nombres de los participantes. Decía que la Dieta no soportaba la luz del día y que si, al elegir a sus representantes, los lectores confiaron en ellos, al ocultarse en el anonimato no confíaban en el juicio de quienes les otorgaron su confianza.

Uno de los oradores había reclamado la libertad de prensa como parte integrante de la libertad de industria, y Marx respondió: ¿Acaso es libre la prensa degradada a industria? Es innegable que el escritor tiene que ganar con el trabajo de su pluma para existir y escribir, pero jamás existir y escribir para ganar. La primera libertad de la prensa consiste precisamente en no ser una industria. Al escritor que prostituye esa libertad de prensa, convirtiéndola en medio material, le está bien empleada como castigo de esa esclavitud exterior de la censura; o por mejor decir, ya su propia existencia es su castigo. Marx también hablaba de sí mismo, exponiendo una norma a la que se ajustaría durante toda su vida. Sus trabajos fueron siempre fin y jamás un medio, hasta tal punto que llegó a dedicarles su propia existencia.

En sus artículos Marx se mantiene aún en un punto de vista humanista abstracto, antropocéntrico. Para aquel Marx, el problema reside en saber quien es el sujeto real que, para el hombre, es el hombre mismo. Con la Gaceta Renana Marx lucha contra la opresión social, política y espiritual imperante en Prusia y en el resto de Alemania. Al observar, en numerosas ocasiones, la actitud desalmada del gobierno prusiano y sus funcionarios hacia las necesidades vitales del pueblo, Marx llegó a la conclusión de que dicho gobierno, sus funcionarios y sus leyes no reflejaban ni defendían los intereses del pueblo, sino los de las capas dominantes: la nobleza y el clero.

En la redacción de la Gaceta Renana, Marx había asistido, en las oficinas del periódico en Colonia, a las reuniones de un círculo de discusión animado por Moses Hess (1812-1875), el primer hegeliano que se pasó a las filas del comunismo. Los historiadores no han valorado suficientemente esta temprana influencia de Hess, anterior a la de Weitling y Proudhon. También de origen burgués y con una vasta cultura, Hess había viajado de joven por Francia e Inglaterra y destacó entre los primeros revolucionarios renanos. Aunque reclamaba el sufragio universal, Hess denominó anarquía a su filosofía social expuesta primero en su Triarquía europea y en 1843 en Die Philosophie der Tat.

Hess era un hombre muy influenciable y su doctrina, muy primitiva, acusa su eclecticismo, por no decir confusión. Se declaraba atraído por Spinoza; ponía a Saint-Simon a la altura de Hegel, aunque también se le puede considerar próximo a Stirner al declarar que todas las acciones libres deben surgir de los impulsos individuales, no contaminados por ninguna influencia externa. Este híbrido no podía satisfacer a Marx, que no se comprometió con Hess a la ligera. Era la época dorada del socialismo utópico cuyas diversas variantes se basaban, casi todas, en especulaciones abstractas acerca de la forma de alcanzar una nueva sociedad más igualitaria, y no tenían ninguna, relación con las luchas que se desarrollaban ante sus ojos. Es por lo que Marx rechaza la mayor parte de esos tipos de socialismo que le son contemporáneos y los considera como formas dogmáticas que encaran el mundo con esquemas preestablecidos y que consideran indignas de su atención las luchas políticas prácticas. No se trata de aportar la conciencia a cualquier cosa inconsciente -la esencia del idealismo- sino de hacer consciente un proceso que evoluciona ya en esa dirección, un proceso conducido por una necesidad material que contiene también la necesidad de hacerse consciente de sí mismo. Es la formulación de la Ideología alemana que define al comunismo como el movimiento real que suprime el estado de cosas existentes, que sitúa la conciencia revolucionaria en la existencia de una clase revolucionaria y que define explícitamente la conciencia revolucionaria como una emanación histórica del proletariado explotado.

No obstante, durante un tiempo los caminos y Hess y Marx caminos corrieron en paralelo. En setiembre de 1841 Hess escribió a Berthold Auerbach una carta para presentarle a Marx:

Te alegrarás de conocer a un hombre que es ahora amigo nuestro, aunque vive en Bonn, donde muy pronto será encargado de curso [...] Me ha producido una impresión extraordinaria y, sin embargo, mi actividad está muy próxima a la suya; en resumen, disponte a conocer al más grande y quizá al único verdadero filósofo vivo. Muy pronto, cuando sea conocido del público (por sus escritos al mismo tiempo que por su curso en la Universidad), atraerá sobre él las miradas de Alemania entera [...] El doctor Marx -así se llama mi ídolo- es todavía un hombre muy joven (apenas tiene veinticuatro años). Dará el golpe de gracia a la religión y a la política medievales; une el espíritu más mordaz a la más profunda gravedad filosófica: imagina a Rousseau, a Voltaire, a Holbach, a Lessing, a Heine y a Hegel fundidos en una sola persona, y digo fundidos y no arrojados al mismo saco [...] ese es el doctor Marx.

A Marx su suegro ya le había insistido en la importancia de Saint-Simon, pero fue Hess quien acercó a los últimos utopistas franceses a Alemania. Hasta ese momento sólo llegaban noticias muy vagas acerca de sociedades secretas que circulaban por los periódicos alemanes. Cuando al cabo de poco tiempo Hess y Marx coincideron en París, conocieron a Proudhon y a Bakunin y compartieron varios proyectos políticos. La Ideología alemana es una respuesta contra un ataque de los hegelianos contra Marx, Engels y Hess, hasta el punto de que parece ser que éste escribió una parte del texto. Pese a su anarquismo nominal, Hess nunca estuvo próximo a Proudhon y sus relaciones con Bakunin terminaron más tarde en una disputa encarnizada. A pesar de que Hess escribió la parte de la Ideología alemana en la que se ataca el verdadero socialismo, luego se convirtió en un exponente de ese mismo verdadero socialismo junto con Carlos Grün, Hermann Kriege y otros, por lo que tuvo que verse sometido a la demoledora crítica de Marx. No obstante, a pesar de las divergencias, a diferencia de otros renegados, Hess nunca se apartó totalmente de Marx, acabando en las filas lassalleanas. Luego Marx y Engels siguieron manteniendo relación con su mujer Sibylle Pesch (1820-1903), otra activa militante revolucionaria que participó en la Liga de los Comunistas, en el partido lassalleano y en dos congresos de la I Internacional, los de Bruselas y Basilea. En una carta escrita dos años de la muerte de Hess, Marx le califica de amigo y camarada, apreciando su obra científica Teoría dinámica de la materia.

Inicialmente Hess fue el director del periódico porque Marx no comenzó a colaborar hasta que en abril se desvanecieron sus intentos de seguir a Bauer en la Universidad de Bonn. En octubre del mismo año fue nombrado redactor-jefe y tuvo que trasladarse a vivir a Colonia, mientras Bauer, al ser expulsado de Bonn, se fue a vivir a Berlín y allí fundó la Liga de los Libres con sus hermanos, Max Stirner, Meyen, Köppen y otros, entre los que se puede incluir a Engels que entonces cumplía en Berlín el servicio militar. Con la excepción de Köppen y Engels, este grupo inició una deriva nihilista, mientras en Colonia Marx experimentaba un proceso inverso. En el periódico se fue abriendo una brecha entre Marx y sus viejos amigos berlineses, entre el político y los filósofos, que acabará en una lucha abierta: Cuanto más penetraba Marx en la realidad concreta más se perdían en la abstracción sus amigos berlineses, escribió Nikolaievski. En un principio simplemente pareció que Bauer no evolucionaba, pero nada se estanca; lo que no evoluciona retrocede y el retroceso de Bauer, el fogoso neohegeliano, le pondrá en los brazos de la reacción.

El detonante de la ruptura fue George Herwegh, un poeta que había ganado gran notoriedad en 1841 con una obra romántica de éxito. Aunque era un atolondrado político, Herwegh formaba parte de los círculos de intelectuales revolucionarios y tuvo que exiliarse a comienzos de 1843, aunque pudo regresar pronto, siendo recibido por Federico Guillermo IV, una entrevista absurda que dio lugar a una polémica. Algunos colaboradores berlineses de la Gaceta Renana querían criticar la reunión de Herwegh en el periódico. Por su parte, Herwegh respondió atacando a aquellos berlineses neohegelianos vinculados al círculo de amigos de Bauer. Marx no estaba de acuerdo con la reunión de Harwegh con Federico Guillermo IV y, por otro lado, estaba de acuerdo con las críticas de Harwegh a los berlineses, aunque no entraban en el fondo del asunto, que era su propio comportamiento. Con el apoyo de Ruge, Marx se negó a publicar las críticas a Harwegh en el periódico y los berlineses rompieron la relaciones. Bauer se unió a ellos.

La polémica con la Liga de los Libres tiene relación con las dos visitas de Engels a Hess en la redacción de la Gaceta Renana. La segunda de ellas se produjo a finales de noviembre de 1842 cuando marchaba camino de Inglaterra. Entonces conoció a Marx pero aquella primera toma de contacto no fue buena. Engels estaba en correspondencia con los berlineses, que le hablaban mal de Marx, y éste desconfiaba del que consideraba como un embajador de la Liga de los Libres.

Gracias a Marx, la Gaceta Renana fue adquiriendo una orientación democrática y revolucionaria. El gobierno de Prusia estableció una rigurosa censura sobre el periódico, asustado por el rápido aumento de su influencia. Bajo la dirección de Marx se triplicó el número de suscriptores, alcanzando los tres mil, un número alcanzado por muy pocos periódicos en Alemania. Los artículos que superaban la censura eran reproducidos por otros medios y se citaban elogiosamente. Estaba a punto de convertirse en el periódico más importante de Alemania cuando en enero de 1843 el gobierno dispuso su suspensión a partir del 1 de abril del mismo año después de haberse publicado unos artículos subversivos, entre ellos uno de Marx sobre los sufrimientos de los viñadores de la región del Mosela. Como no podía compartir los propósitos de los accionistas de la Gaceta Renana, que querían imprimir al periódico una orientación más moderada, Marx declaró el 17 de marzo que no pensaba seguir en la redacción. Fue entonces cuando decidió abandonar su país para editar en el extranjero una revista revolucionaria destinada a Alemania. Marx entendía que la revista debía someter todo lo existente a una crítica implacable.

La penetración de la alienación en la filosofía materialista

En 1841 apareció en Alemania una obra que dará un giro completo a la filosofía clásica alemana: La esencia del cristianismo de Ludwig Feuerbach (1804-1872). Acerca de la influencia de esta obra, escribió Engels: El entusiasmo fue general: al punto que todos nos convertimos en feuerbachianos.

Emparedado entre dos gigantes del pensamiento, la aportación de Feuerbach parece menor: ya no es Hegel pero tampoco es todavía Marx. No es así. Hoy apenas podemos imaginarnos la trascendencia de un filósofo que fue el primero en enfrentarse con Hegel, que había llevado el pensamiento a las más altas cumbres de la historia de la humanidad, con los hegelianos y con el idealismo en general, en una ambiente totalmente dominado por aquella ideología. Fue un extraordinario filósofo al que, sin embargo, se conoce por referencias y al que todo el mundo compara. Apenas existen aún hoy traducciones de sus obras al catellano (1). Además de La esencia del cristianismo, entre sus obras, cabe destacar su poema Pensamientos sobre la muerte y la inmortalidad, escrito en 1830, donde ya niega la existencia de dios y de otra vida más allá de la muerte, Contribución a la crítica de la filosofía de Hegel (1839), Tesis preliminares para la reforma de la filosofía (1842) y Principios fundamentales de la filosofía del futuro (1843).

Feuerbach es el prototipo usual de filósofo dedicado a desarrollar un pensamiento original en el campo, alejado del alboroto urbano y de las pequeñas cuestiones mundanas. No comprendió la revolución de 1848 y nunca aceptó el marxismo, pese a que en 1870, dos años antes de morir, se afilió al Partido Socialdemócrata. Pero esta militancia era un señuelo por dos razones:

— el pensamiento de Feuerbach es un exponente de los límites hasta los que podía llegar la democracia burguesa revolucionaria de aquella época en Alemania

— en su biografía y en su obra la práctica no existe y la política tampoco.

Feuerbach, dirán Marx y Engels en la Ideología alemana, llega todo lo lejos que puede llegar un teórico sn dejar de ser un teórico y un filósofo. No superó el carácter contemplativo de toda la filosofía anterior a Marx. No es casualidad que el aforismo de Marx acerca de que los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversos modos, cuando de lo que se trata es de cambiarlo, lo insertara precisamente dentro sus Tesis sobre Feuerbach, escritas en 1845, porque eso es lo caracteriza a su filosofía.

En aquel ambiente intelectual cargado de idealismo hegeliano, Feuerbach fue el primer materialista, el primero que rompió con el maestro desde posiciones claramente revolucionarias y, por sí mismo, eso ya le vale un puesto de renombre en la historia de la filosofía.

En la teoría del conocimiento sigue con todo rigor el punto de vista del empirismo y del sensualismo. Es una consecuencia del carácter contemplativo de la filosofía en general y más específicamente del materialismo anterior a Marx. Las cosas sensibles, dirá Marx, no son simples objetos dados a la contemplación humana. El hombre actúa transformándolos. El mundo es también creación humana, no es algo estático, sino resultado de la industria y del estado social humano. Las primeras líneas de las Tesis sobre Feuerbach tratan precisamente esta cuestión y son de capital trascendencia en el marxismo:

El defecto fundamental de todo el materialismo anterior -incluyendo el de Feuerbach- es que sólo concibe el objeto, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, como práctica, no de un modo subjetivo. De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como tal.

La crítica de Marx al carácter pasivo del conocimiento de Feuerbach revaloriza uno de los aspectos que, sin embargo, retiene de él: el importante problema de la relación del hombre con la naturaleza. Esa relación -dice Marx- no es una contemplación sino una actividad práctica. Los seres humanos nos ponemos en relación con la naturaleza mediante el trabajo. La naturaleza es el medio para satisfacer las necesidades, así como el objeto de nuestra actividad. Marx decía que la naturaleza es el cuerpo inorgánico del hombre. Mediante el trabajo, el hombre satisface sus necesidades y exterioriza sus potencias humanas, es decir, crea sus condiciones de vida, crea un mundo humano, se crea a sí mismo superando su mero ser natural.

Frente a la antítesis de Bruno Bauer entre naturaleza e historia, la lucha del hombre contra la naturaleza, Marx habla de su unidad y la encuentra en la industria: hay una naturaleza histórica y una historia natural. A su vez, esto no impide a Marx y Engels retener dos puntos importantes:

— la prioridad de la naturaleza exterior
— el hombre como algo distinto de la naturaleza.

A su vez, en su trabajo se relaciona con otros seres humanos, creando diferentes formas de relación (cooperación, intercambio, división del trabajo, explotación, lucha de clases) que cambian históricamente.

El ateísmo fue la segunda aportación de Feuerbach, aunque la primera en el tiempo. No llegó a ese punto a causa de su materialismo sino que, como buen alumno idealista, partió por el contrario de la crítica teológica. Feuerbach concibe la religión como una alienación porque no es la religión quien hace al hombre sino el hombre quien hace la religión. Los seres superiores que crea nuestra fantasía, los dioses, son producto de la proyección fantástica de nuestro propio ser. La religión es una objetivación de las propiedades humanas y de un ser sobrenatural al que también éstas se atribuyen. Es como si el hombre se duplicara y contemplara su propia esencia en la imagen de dios. Resulta, pues, que la religión se presenta como autoconciencia inconsciente del hombre.

No obstante, Feuerbach no considera que la alienación religiosa sea un reflejo de una enajenación más profunda: la terrenal. Tras criticar el mundo religioso es preciso criticar y revolucionar prácticamente el mundo social del que es un reflejo. Por otro lado, lo que él critica no es exactamente la religión, sino la teología.

Otra de las aportaciones importantes de Feuerbach es el concepto de alienación, concepto introducido por Hegel, del cual Feuerbach mantiene su sentido negativo, pero nada más, ya que le da la vuelta al considerar que la alienación no es la objetivación sino la abstracción: Abstraer significa poner la esencia de la naturaleza fuera de la naturaleza, la esencia del pensar fuera del acto de pensar. La filosofía hegeliana ha enajenado al hombre de sí mismo en la medida en que todo su sistema reposa en estos actos de abstracción. Ella identifica de nuevo, ciertamente, lo que separa, mas sólo de una manera a su vez separable, mediata. La filosofía carece de unidad inmediata, de certeza inmediata, de verdad inmediata. La alienación es un fenómeno del sujeto.

Pero en este punto, como en la religión o la ética, Feuerbach no es materialista. Concibe el sujeto sólo como conciencia. La conciencia es lo primero y lo más imortante y, en consecuencia, la alienación como un fenómeno de la conciencia exclusivamente, de modo que, por rechazo, aspira a crear una conciencia exacta, como dijeron Marx y Engels. Del mismo modo que en su crítica de la religión sustituye una teología por otra, también aquí Feuerbach sustituye la conciencia falsa por la verdadera. Mientras pretende cambiar la conciencia para ponerla de acuerdo con lo existente, lo que se proponen Marx y Engels era cambiar lo existente como modo de cambiar la conciencia.

Superadas las limitaciones con que Feuerbch la concibe, el concepto de alienación resultará fundamental para introducir luego toda una batería de nociones decisivas en el marxismo, especialmente la de ideología. Ese desarrollo lo inició Marx en los Manuscritos filosófico-económicos de 1844 y está presente en todas esas características alusiones suyas acerca del fantasma que recorre Europa, el fetichismo de la mercancía, entre otras.

Sin embargo, Feuerbach tuvo importantes carencias, la más importante de las cuales es su abandono de la dialéctica de Hegel: es materialista pero no tiene en cuenta la historia y, en la medida en que tienen en cuenta la historia, no es materialista. No ve que el mundo sensible que le rodea no es algo dado desde toda una eternidad y constantemente igual a sí mismo -escriben Marx y Engels-, sino el producto de la industria y del estado social, en el sentido de que es un producto histórico, el resultado de la actividad de toda una serie de generaciones, cada una de las cuales se encarama sobre los hombres de la anterior, sigue desarrollado su industria y su intercambio y modifica su organización social con arreglo a la nuevas necesidades.

Además, Feuerbach aún mantenía las concepciones idealistas acerca de los fenómenos sociales. Buscaba en la sustitución de la autoconciencia inconsciente por la conciencia, o sea, en última instancia, confiaba en la instrucción, e incluso sostenía que era necesaria una nueva religión.

La característica del materialismo de Feuerbach es su antropocentrismo: Mi primer pensamiento fue Dios, el segundo fue la razón y el tercero y último, el hombre, dice Feuerbach resumiendo su itinerario intelectual. Al recuperar el sensualismo, Feuerbach recupera también al hombre y sitúa en un primer plano el problema de su esencia y de su puesto en el mundo. Sin embargo, lo que hace es cambiar la abstracción de sitio; esencializa la naturaleza humana, planteando las relaciones sociales y la misma humanidad como una esencia inmutable fuera de su producción histórica, fuera de las condiciones que hacen nacer en cada momento dicho tipo de humanidad y sociedad. Concebía al hombre como un individuo abstracto, como un ser puramente biológico.

No existe la esencia humana eterna e inmutable, no existe el hombre sino el patricio, el plebeyo, el siervo de la gleba, el burgués, el proletario. Feuerbach, al realizar su crítica en términos de esencia humana, deja de analizar las relaciones sociales que determinan lo que los hombres son; al hablar del hombre abstracto, ahistórico, naturaliza las relaciones sociales existentes que son un producto histórico y uno una esencia natural.

En suma, como escribieron Marx y Engels, en Feuerbach no había más que intuiciones sueltas, simples gérmenes necesitados de desarrollo. El desarrollo les correspodía a ellos proseguir.

La crítica del idealismo histórico

Antes de salir de Alemania, Marx contrajo matrimonio con Jenny von Westphalen, amiga suya desde la infancia, a la que se había prometido siendo estudiante. Pasó el verano y el otoño de 1843 en Kreuznach, muy cerca de Treveris, donde inició la redacción de la Contribución a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel (2), publicada en los Anales Franco-Alemanes (3) en 1844 y de la que se conserva el manuscrito inconcluso.

Esta obra, así como la Cuestión judía, redactada en la misma época y publicada por el mismo medio, más que una crítica son una autocrítica que Marx y Engels utilizarán a menudo como manera de jalonar su propio avance ideológico ajustando las cuentas con su pasado a través de todos aquellos cuya influencia les había servido para superarse a sí mismos. El primero tenía que ser Hegel. Ambas obras expresan, por tanto, la ruptura con Hegel y la adopción de posiciones claramente materialistas. Al mismo tiempo, son obras que están bajo la influencia de Feuerbach, si bien en ellas Marx va más allá de lo que Feuerbach había alcanzado: si éste había llevado el materialismo a la filosofía de la naturaleza, Marx se propuso hacer lo mismo con la sociedad, siempre bajo la forma de una crítica a las tesis de Hegel al respecto porque él seguía siendo la referencia.

Lo más destacable es que en ella no se critica la filosofía hegeliana sino los aspectos históricos y sociales de su pensamiento, especialmente la religión, el derecho y el Estado. Habitualmente, al traducirse literalmente, el título en castellano no resume bien el contenido de la obra. Se trata de una crítica a lo que hoy se conoce como Estado de Derecho en la forma que Hegel lo expone. Es, por tanto, una obra política más que filosófica. Marx se encaminaba directamente a sentar los fundamentos del materialismo histórico porque quería presentar un programa de lucha y de acción revolucionaria. En una carta a Ruge, en alusión a Feuerbach, le dice Marx: Hace demasiado hincapié en la naturaleza, sin preocuparse en los debidos términos de la política. Sin esta alianza, la filosofía actual no llegará a ser nunca una verdad. En consecuencia, bajo la expresión tradicional de filosofía del derecho y otros se escondia la política, los asuntos sociales.

Al comienzo del manuscrito, Marx introduce en la parte más especulativa, la crítica de la religión, que va más allá de las críticas racionalistas de la burguesía ilustrada y demuestra que el poder de la religión proviene de la existencia de un orden social que niega las necesidades humanas. Al señalar la benéfica influencia de la crítica de la religión llevada a cabo en Alemania, Marx indica que la misión de la filosofía avanzada consiste en convertir la lucha contra la religión en lucha contra las condiciones objetivas que la engendran, en convertir la crítica del cielo en crítica de la tierra, la crítica de la religión en crítica del derecho y la crítica de la teología en crítica de la política. Marx subrayaba que dicha crítica debía ser efectiva y revolucionaria: Las armas de la crítica -decía Marx- no pueden, claro está, sustituir a la crítica con las armas; una fuerza material debe ser derribada por otra fuerza material. Pero también la teoría se convierte en una fuerza material tan pronto como prende en las masas.

De las conclusiones a que llegó gracias a su crítica de la filosofía del Derecho hegeliana, Marx dijo posteriormente, en el prefacio a su trabajo Contribución a la crítica de la Economía Política: Mi investigación desembocaba en el resultado de que, tanto las relaciones jurídicas como las formas de Estado no pueden comprenderse por sí mismas ni por la llamada evolución general del espíritu humano, sino que radican, por el contrario, en las condiciones materiales de vida cuyo conjunto resume Hegel, siguiendo el precedente de los ingleses y franceses del siglo XVIII, bajo el nombre de ‘sociedad civil’, y que la anatomía de la sociedad civil hay que buscarla en la Economía política.

Marx no sólo comienza a interpretar con un criterio materialista los fenómenos sociales, sino que desarrolla la concepción materialista del mundo que, antes de él, era mecanicista y metafísica. Basándose en el materialismo, Marx afirma que una teoría no puede prender en las masas más que cuando refleja sus necesidades cotidianas y sus intereses vitales.

A diferencia de Feuerbach, que rechaza por entero la dialéctica de Hegel, Marx procede a revisarla críticamente. El método dialéctico de Hegel encerraba su médula racional: la idea de desarrollo. Hegel consideraba los acontecimientos y los fenómenos en conexión e interdependencia, sometidos a un ininterrumpido proceso de surgimiento, cambio y destrucción; trataba de descubrir la base de ese desarrollo en la lucha de los contrarios. El método dialéctico era un método progresista comparado con el método metafísico, que consideraba el mundo como una aglomeración casual de objetos y fenómenos sin ninguna relación recíproca, algo inmóvil e inmutable. Pero la dialéctica de Hegel tenía un defecto: era idealista. Hegel estimaba que la base del desarrollo de la naturaleza y la sociedad era el desarrollo del espíritu, de la idea absoluta. Poniéndolo todo del revés, Hegel suplantaba el desarrollo real por el autodesarrollo de la idea, y la dialéctica de las cosas por la de las ideas.

En la Contribución a la crítica de la filosofía del Derecho de Hegel, Marx señaló por primera vez al proletariado como única clase revolucionaria capaz de conseguir la emancipación social no sólo de sí misma, sino de todas las clases de la sociedad. Además, por primera vez, identifica al proletariado como el motor de la revolución y demuestra que es una clase que, por su situación, puede y debe ser la portadora de la teoría revolucionaria, de la filosofía avanzada: Del mismo modo que la filosofía encuentra en el proletariado su arma material, así también el proletariado encuentra en la filosofía su arma espiritual. ¿Dónde reside la posibilidad real de la emancipación humana universal?, se pregunta Marx, y contesta: En la formación de una clase atada por cadenas radicales, de una clase de la sociedad civil que no es ya una clase de ella; de una clase que es ya la disolución de todas las clases; de una esfera de la sociedad a la que sus sufrimientos universales imprimen carácter universal y que no reclama para sí ningún derecho especial, porque no es víctima de ningún desafuero especial, sino del desafuero puro y simple; que ya no puede apelar a un título histórico, sino simplemente al título humano; que no se halla en ninguna suerte de contraposición unilateral con las consecuencias, sino en contraposición omnilateral con las premisas mismas; de una esfera, por último, que no puede emanciparse a sí misma, sin emanciparse de todas las demás esferas de la sociedad y, al mismo tiempo, emanciparlas a todas ellas; que representa, en una palabra, la pérdida total del género humano, por lo cual, sólo puede ganarse a sí misma mediante la recuperación total del género humano. Esta disolución total de la sociedad cifrada en una clase especial, es el proletariado.

La emancipación del proletariado es indisociable de la emancipación de toda la humanidad: la clase obrera no se libera solamente de la explotación; no se establece eternamente como clase dominante; actúa como representante de todos los oprimidos. No se contenta con liberarse y liberar a la humanidad del capitalismo, sino que debe permitir a la humanidad superar la pesadilla que sobre ella hacen pesar todas las formas de explotación y de opresión que han existido anteriormente. De ese modo formula Marx por primera vez la idea de la misión histórica del proletariado. El pensamiento de servir a la humanidad, expresado ya por él en la escuela, toma ahora un carácter revolucionario más concreto y eficaz. Servir a la humanidad es servir al proletariado, a la clase más avanzada, más consecuentemente revolucionaria. A partir de entonces, Marx puso todas sus energías y toda la fuerza de su genio al servicio del proletariado, cuya misión histórica es la de transformar el mundo mediante la revolución.

Al plantearse la tarea de someter las instituciones sociales y políticas existentes a una crítica implacable, Marx empezó por un problema que se le había planteado ya cuando trabajaba en la Gaceta Renana: el problema del Estado, de su relación e interdependencia con las condiciones materiales de vida de la sociedad. Era imposible dar una respuesta a este problema sin una previa revisión crítica de los conceptos idealistas de Hegel sobre el Estado y el Derecho. Marx fue el primero en someter estos conceptos a una crítica científica. El primer filósofo materialista que criticó a Hegel, Ludwig Feuerbach, cuyos trabajos contra la filosofía idealista contribuyeron a que Marx abrazase el materialismo, sólo era materialista en la interpretación de los fenómenos de la naturaleza, pero seguía siendo idealista en la interpretación de la historia, las relaciones sociales y la política. Aunque valoraba altamente los méritos de Feuerbach, Marx señaló la limitación e inconsecuencia de su materialismo. A diferencia de Feuerbach, Marx trataba de elaborar una concepción materialista consecuente, que no sólo abarcara la naturaleza, sino también la sociedad.

Con 25 años de edad, antes de conocer a los socialistas utópicos franceses, Marx miraba mucho más allá del ideal de un régimen político democrático. Las acusaciones de algunos historiadores acerca de una supuesta veneración de Marx hacia el Estado, hacia toda clase de Estado, procedente del hegelianismo, no tienen fundamento. Aunque defendía el sufragio universal y la república democrática como importantes conquistas políticas, Marx consideraba al Estado –incluso al Estado burgués con su parlamento- como una institución transitoria que expresaba la alienación de la sociedad humana. Defendía que el sufragio universal y la democracia anunciaban la superación del Estado e incluso de la sociedad capitalista: En el Estado político abstracto, la reforma del derecho de voto es una disolución del Estado, pero también la disolución de la sociedad civil. De forma embrionaria en 1843 perfilaba ya el objetivo final que ha animado al movimiento comunista en toda su historia: el desaparición del Estado.

Tanto este manuscrito como sus cartas de esta época muestran de qué modo Marx se fue convirtiendo en el fundador del socialismo científico y del materialismo moderno, más rico en contenido y más consecuente que todas las formas anteriores del materialismo, reelaborarando la dialéctica hegeliana, con el fin de unir el materialismo y la dialéctica en una concepción única, dinámica y científica.

Entre los textos de aquella época destaca la carta a Arnold Ruge, escrita en septiembre de 1843, en la que Marx reitera que no se trata simplemente de luchar por una nueva sociedad que sustituya al capitalismo, ni tampoco de la emancipación de la clase obrera. Marx insiste en que estamos en los inicios de un despertar de la especie humana. Como dijo Engels más tarde, para el conjunto de la especie humana se trata de pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad, de liberar la totalidad de las potencialidades que el hombre contiene en sí mismo y que se encuentran amordazadas desde la prehistoria, debido, primero, al débil desarrollo de las fuerzas productivas y de la civilización y, después, a la existencia de la sociedad de clases.

Notas

(1) Las obras de Feuerbach asequibles en castellano son: La esencia del cristianismo, Editorial Claridad, Buenos Aires, 1941 y también en la Editorial Trotta, Madrid, 1995; Tesis provisionales para la reforma de la filosofía, Editorial Labor, Barcelona, 1976; y La esencia de la religión, Editorial Páginas de Espuma, Madrid, 2005; además existe una selección de Textos escogidos que incluye los Principios de la filosofía del futuro, publicado por la Facultad de Economía de la Universidad de Caracas de 1964.
(2) Traducida y publicada en castellano con notas de Rodolfo Mondolfo por la Editorial Nueva, Buenos Aires, 2ª Edición, 1968.
(3) Los Anales Franco-Alemanes fueron publicados en 1970 en Barcelona por el editor Martínez Roca.

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