La desinformación y la guerra sicológica en la estrategia de la contrarrevolución

Con la evolución del capitalismo hacia el monopolismo y el imperialismo, la agresión ideológica de la gran burguesía contra las masas populares ha tomado unas proporciones inimaginables. La utilización que hace la reacción de su ideología y, en general, de la guerra sicológica en la lucha de clases, no es algo nuevo en la historia, pero sí cabe destacar el grado de intensidad y planificación que ha alcanzado en la actualidad.

La lucha ideológica ha existido desde la aparición de las clases y la formación del Estado, pero será con la entrada del capitalismo en su fase de máxima agudización de las contradicciones económicas y sociales, al comienzo de su crisis final, cuando esta lucha ideológica pasará a ocupar uno de los primeros planos en la contienda de clases, tanto en la esfera internacional como dentro de cada país.

El fascismo, paralelamente a la centralización del podar económico y político, ha construido un aparato para el control ideológico, que intenta ser totalizador, no sólo de la sociedad que domina, sino también sobre los productores más señalados de esa ideología, transformando al viejo intelectual -periodista, etc.- de burgués humanista y relativamente independiente en vocero, plumífero y sicofante; en el "especialista" actual al servicio del la ideología del poder, en el apologista del terror de los estados policíacos, en el protagonista directo de la intoxicación ideológica y la desinformación ejercida contra el pueblo.

En los países capitalistas más desarrollados, donde jóvenes movimientos revolucionarios se están abriendo camino en lucha contra la infamia socialfascista y el bombardeo psicológico, la reacción despliega inmensos esfuerzos en el terreno de la lucha ideológica en su intento por sofocar dichos movimientos y para mantener la desmovilización política de la población. La necesidad de vencer al movimiento obrero y popular revolucionario y la constatación del aislamiento político y social en que se encuentran los regímenes monopolistas, sus partidos domesticados y sus fuerzas represivas, hace que éstas intensifiquen sus esfuerzos y no reparen en ningún medio para ganar la batalla por "el control de las mentes". De esta manera se ha ido abriendo paso una nueva forma de agresión especialmente dirigida contra el pueblo: la guerra psicológica. Frente a la falta del apoyo de masas y anta la imposibilidad de enmascarar la represión fascista abierta, el gigantesco y desproporcionado aparato propagandístico puesto al servicio del Estado trata de llenar con estridentes chirridos y mentiras el vacío de adhesión.

A astas alturas de su crisis, la burguesía monopolista ya no trata de ganar a las masas para su "causa" a través de una lucha de ideas a cara descubierta con las fuerzas revolucionarias. La burguesía imperialista ha perdido, por su propio proceso de decadencia y reaccionarización, la base social que pudo tener en su momento. Hoy, a lo sumo que aspira, y es lo que intenta desesperadamente a través de sus aparatos ideológicos, es a conseguir neutralizar a las masas trabajadoras, por medio de la desinformación y el terror psicológico, para que acepten el orden de cosas establecido.

I

Tras la II Guerra Mundial, en los países capitalistas se procedió a la creación de verdaderos estados-policía en los cuales las llamadas leyes de excepción tomaron un carácter permanente y "constitucional" para combatir al que pasaba a ser el enemigo principal de estos estados, el enemigo "interior", el peligro de revolución.

La Doctrina de Seguridad Nacional formulada por los círculos militares de EE.UU a partir de 1947 sustituyó al concepto de Defensa Nacional y pasaría a ser progresivamente adoptado por todos los astados capitalistas encubierta o descaradamente fascistas. La reacción aprendió en su momento la lección del fracaso de Hitler y ha comprendido que es más rentable políticamente enmascararse ante sus enemigos de clase, explotar en nombre de una llamada "economía de bienestar", reprimir en nombre de la democracia y la libertad, asesinar a los revolucionarias en nombre de la paz o perseguirles en nombre de una Constitución y un Estado "democráticos".

Veamos cómo resumía en su momento esta doctrina el presidente del Brasil, mariscal Castelo Branco:

"El concepto tradicional de Defensa Nacional enfatiza los aspectos militares de la seguridad, por lo tanto insiste en los problemas de agresión exterior. La noción de Seguridad Nacional es más totalizante. Constituya la defensa global de las instituciones, considera los aspectos psicosociales, la preservación del desarrollo y la estabilidad política interna. Además, el concepto de Seguridad, más explícito que el de Defensa, toma en cuenta la agresión interna, materializada en la infiltración y la subversión ideológica, así como los movimientos de guerrilla, formas todas de conflicto mucho más probables que la agresión externa".
Es, pues, en este contexto de estrategia de la contrarrevolución permanente en el que obligatoriamente debemos centrar el tema que nos ocupa. De acuerdo con ella -llevada a la práctica en toda su amplitud en Vietnam, Argelia, Chile, etc.-, el estado-policía de los monopolios se ha dotado de todos los medios legales y materiales que considera necesarios para combatir al movimiento de resistencia y a sus organizaciones revolucionarias; ha creada nuevos cuerpos especiales de represión, ha construido numerosas cárceles para el exterminio de las presos políticos que se oponen al régimen, ha elaborado una nueva legislación que garantiza la impunidad a las detenciones masivas e indiscriminadas, los registros domiciliarios, la aplicación sistemática de la tortura a los detenidos por razones políticas y de opinión, etc. Pero la reacción no sólo utiliza todos las aparatos de control y represión de que dispone, desde la policía y el ejército hasta las mafias sindicales y partidos domesticados, pasando par la Iglesia y la Educación. Junto a éstos hace uso también de los medios de comunicación de masas y do los equipos de tecnócratas especialistas en las modernas técnicas de guerra psicológica y desinformación. De esta manera su terror policiaco se complementa con su terror ideológico y éste, con el económico, en una sola práctica de dominación.

Es evidente para todos, que la reacción viene utilizando su aparato propagandístico con el objetivo prioritario de desarmar ideológicamente al proletariado revolucionario e impedir, a cualquier precio, la influencia de la ideología revolucionaria entre las masas. El tremendo poder de penetración de los modernos sistemas de comunicación, en relación a los existentes, por ejemplo hace medio siglo, pretende ser una suerte de narcótico en la mente de las masas, velando así su sangrante realidad cotidiana y encubriendo la tremenda agudización de todas las contradicciones de la sociedad capitalista. Esta penetración de la ideología dominante entre las masas, de sus productos culturales de todo tipo, transmitida por medios tan poderosos como la radio o la T.V., ha permitido al fascismo, en algunos países, desmovilizarlas temporalmente y dirigir una represión selectiva contra el movimiento revolucionario, sin descuidar ni un momento el fortalecimiento progresivo de su aparato policiaco-militar. De esta suerte, el principal componente de los medios de comunicación, la noticia, el periodismo, es, más que nunca, una fuerza de choque de la reacción contra el proletariado y el movimiento revolucionario. Y lo es en dos direcciones fundamentales previstas en la estrategia de la contrarrevolución: como medio desarme ideológico de los trabajadores y como órgano de la guerra psicológica contra el movimiento de resistencia.

Robert Moss, uno de los primeros "expertos" que trató el fenómeno del nuevo movimiento revolucionario en Europa, dice en su libro "La guerrilla urbana", escrito a comienzos de los años 70: "La guerrilla urbana se distingue del terrorismo en que tiene un plan estratégico para la insurrección armada o la victoria política, por muy utópica que parezca". Ante tal amenaza, Moss aconsejaba a los gobiernos que "la lucha contra la guerrilla no debe asemejarse a un partido de fútbol entre ella y el gobierno en el que la masa del país desempeñe un mero papel de espectadora: de aquí la necesidad por la batalla de las mentes o las lealtades, de la acción psicológica, en una palabra". Como vemos, para los ideólogos de la burguesía, para sus propagandistas y para la canalla vociferante de los medios de comunicación, ya no se trata de difundir ideas, sino de manipular conductas. Sus métodos persiguen siempre el mismo objetivo: crear un hombre privado de todas las capacidades que lo permiten comprender la situación de las cosas y pensar de modo crítico.

J. Martín, un "investigador" yanqui del tema, decía en su libro "Internacional Propaganda": A la hora de afrontar los conflictos internos y externos "la guerra psicológica, la guerra de la palabras y la batalla por la mente de los hombres constituyen los métodos del presente y del futuro". Otro yanqui, Lasswell, concretaba más este principio rector de la guerra psicológica: "La propaganda política es la utilización de las comunicaciones masivas en interés del poder".

Es lo que decíamos al principio, el objetivo de la contrarrevolución ya no es ganarse a las masas, sino neutralizarlas. Su obsesión y fin supremo es mantener la dominación y la esclavitud asalariada, no otra cosa. La burguesía no tiene nada que ofrecer que no sea la aberración cultural y la miseria material y espiritual; de ahí que su lucha ideológica haya terminado por convertirse exclusivamente en una guerra psicológica donde la desinformación, el engaño, la mentira, la intoxicación y la manipulación priman sobre todo. La comunicación, en las sociedades capitalistas, tiene por objeto la reproducción de la ideología dominante, fenómeno comprensible si tenemos en cuenta el hecho de que quien controla los medios de comunicación ejerce su dominio, su dirección, sobre la sociedad entera en contra de la voluntad de la inmensa mayoría. Todo se reduce a la cuestión de propiedad. Con lo cual podemos afirmar que los medios de comunicación son medios de opresión social al servicio de la clase propietaria de los mismos; son medios, no "de" masas, sino "contra" las masas: ni más ni menos que órganos ideológicos y de control de la clase dominante.

Ahora bien, en la práctica ¿qué efecto real posee la propaganda ideológica emitida por los medios de comunicación en una sociedad capitalista? Los ideólogos y demás apologistas a sueldo de la burguesía intentan presentarnos a los medios de comunicación como algo omnipotente, el "cuarto poder", cuya influencia sobre la llamada "opinión pública" es total y determinante. Nada más lejos de la verdad si tenemos en consideración que, en una sociedad dividida en clases, la "opinión pública" no la conforma una masa homogénea y amorfa de ciudadanos, sino diversas clases en lucha a muerte, con ideologías e intereses antagónicos. Las tentativas de manipular la conciencia -colectiva e individual- fracasan inexorablemente en una sociedad donde la realidad de enfrentamiento clasista permanente prevalece sobre la ficción de "armonía", "consenso", etc., que predican los medios de difusión de la burguesía. El estado de conciencia de las clases e individuos no sólo cambia por la influencia de los medios de comunicación sino que lo hace principalmente y en un sentido opuesto a causa de las contradicciones económicas, sociales y políticas que se dan en la sociedad, por la propia práctica y la lucha de clases en la que participan los individuos.

II

En España, debido a su extremado carácter fascista, el régimen de los monopolios no ha podido mantener velado el uso criminal de su aparato policiaco-militar en la lucha contra la "subversión" y el "terrorismo" -como les gusta denominar al movimiento revolucionario y a sus organizaciones de vanguardia. La represión, orientada por una estrategia contrarrevolucionaria que combina la violencia armada permanente e indiscriminada, el control de la población y un sistemático martilleo de desinformación y guerra sicológica, se articul1a en tres niveles: la policía, el aparato judicial y carcelario y el ejército; el aparato institucional y los partidos domesticados, y, en tercer lugar, los medios de comunicación de masas. Cada uno de estos niveles de la represión juega su papel de acuerdo con la situación política y la relación de fuerzas, aunque en última instancia, es el aparato policíaco-militar el que ejerce su hegemonía sobre los demás.

Recién estrenada su operación "reforma", allá por febrero de 1977, el Estado Mayor del Ejército (E.M.E.) Español publica un documento de circulación interna que, bajo la clave 0-0-2-5 y con el título de "Orientaciones, Subversión y Contrasubversión", aborda el problema que venimos tratando de forma concluyente, matizando los principios de lo que hemos definido como estrategia de la contrarrevolución a aplicar en España y extendiéndose en lo que constituye el objeto de nuestro estudio: la guerra sicológica y la utilización de los medios de comunicación en la lucha contra el pueblo y el movimiento revolucionario organizado.

Si bien, para los militares, el ejército debe estar -como de hecho sucede hoy- en los órganos de dirección de la lucha contra el movimiento revolucionario, advierten éstos en su documento que en una primera etapa, en la que dicho movimiento revolucionario está en sus inicios, la represión debe ser selectiva y las FF.AA. no deben intervenir directamente en ésta, dejando dicho cometido en manos del Poder Civil y de las Fuerzas de Seguridad. Según los militares, durante esta primera etapa "el objetivo general es que la subversión no prospere; cercenando su desarrollo. El problema del mantenimiento del orden, entonces, tiene exclusivamente un carácter político, policial y sicológico". Para impedir que la influencia de la propaganda subversiva entre en la población, se requieren", simultáneamente a un control efectivo de la población, "demostrar por medio de acciones sicológicas de todo orden, que la ideología subversiva no tiene fundamento ni razón de ser". Por lo tanto, el plan de acción es: "Actuar sicológicamente para desacreditar a la organización subversiva y sus objetivos, y fraccionar y captar a sus elementos".

He aquí los principios y consignas que inspiran la desinformación en España, expuesto por su responsable más destacado: el Ejército. He aquí el reconocimiento expreso de la guerra de clases, el decreto de guerra permanente entre la oligarquía financiera y monopolista -su Estado, sus partidos colaboradores, sus medios de comunicación, etc.- y la clase obrera, el pueblo y los partidos y organizaciones verdaderamente democráticas y revolucionarias. Por si quedara alguna duda de que bajo el concepto de "subversión" se encuadra todo tipo de lucha popular, volvamos al documento del E.M.E : "La agitación subversiva se desarrolla a través de reuniones y asambleas de todo tipo: mítines, conferencias, congresos, huelgas reivindicativas pacíficas o políticas, sentadas, interrupción de la circulación viaria, siembra de propaganda, etc. los sectores donde la agitación encuentra campo más favorable son los laborales y universitarios, sin que pueda descartarse su aplicación sobre el resto de los que integran la sociedad". Resumiendo, la subversión es todo tipo de lucha popular, todo tipo de acción que tenga por objeto la conquista de los intereses populares. Contra esa lucha y esas exigencias ha elaborado y pone en práctica su estrategia y política contrarrevolucionaria el Estado fascista español. Toda una estrategia meticulosamente planificada que incluye como parte imprescindible para su realización la utilización de los medios de comunicación no sólo contra el movimiento revolucionario sino contra toda la población, puesto que para los militares "la formación de la opinión pública aconseja tener presente las siguientes consideraciones: no se forma de un modo espontáneo; precisa de medios concretos de comunicación social; exige una planificación y unas técnicas apropiadas de tratamiento".

En efecto, para "formar" -léase alienar- la "opinión pública" es necesario un "tratamiento" desinformativo planificado y reiterado", acompañado de gigantescas campañas de difamación, calumnias y guerra sicológica.

Así pues, los profesionales de los medios de comunicación, en la actual fase de la contrasubversión, no tienen que preocuparse sino de recibir órdenes más a menos explícitas de la policía y cumplirlas celosamente. A este oficio de portavoces de la represión queda reducido el periodismo burgués, lo cual se puede comprobar cada vez que encendemos el televisor o la radio u ojeamos cualquier periódico o revista.

En la reciente historia de España abundan los ejemplos de todo tipo de esa labor desinformadora y manipuladora de los medios de comunicación, hasta tal punto que se hace inconcebible el proceso enmascarador "reformista" seguido por el régimen en estos años sin la cobertura proporcionada por dichos medios.

Hemos venido comprobando, a lo largo de estas páginas, cómo el periodismo venal (practicado a través de la prensa, radio y la televisión) es la fuerza de choque de la reacción en el terreno ideológico-propagandístico y cultural en general; la punta de lanza de sus aparatos de control y dirección social, la sección preferente, especializada en la guerra sicológica y en la manipulación de la conciencia colectiva.

En la sociedad de clases, la reacción utiliza los medios de comunicación como un arma política, al igual que sus partidos institucionales, sindicatos mafiosos, etc. Son conocidos los seminarios que reúnen periódicamente a políticos, policías y periodistas para a coordinar sus esfuerzos en la lucha contra el movimiento revolucionario y sus organizaciones de vanguardia, tanto a nivel nacional como internacional. Concretamente en nuestro país, a la hora de proclamar la patraña y la calumnia como principio rector del periodismo reaccionario, el mayor cinismo y descaro correspondieron al plumífero Juan Tomás de Salas, Director-Presidente de Cambio 16, Diario 16 y otras publicaciones. La ponencia que presentó ante la Conferencia Europea sobre Terrorismo -Estrasburgo 1980- es realmente antológica: "El papel de la prensa en una sociedad libre nos había hecho creer, con ingenuidad flagrante, que al informar de lo que ocurre, de toda lo que ocurre, sin manipular en más o menos la importancia de las noticias, ayudábamos al fortalecimiento de la libertad". Sería ante lo que él califica de "barbaries terroristas" cuando "empezamos a vacilar y a dudar de aquel ingenuo principio de que hay que informar con absoluta neutralidad de lo que pasa". Es enternecedora la "ingenuidad" de este fiel servidor de la policía y su preocupación "por el fortalecimiento de la libertad" que hace patente ocultando sistemáticamente la tortura, el asesinato, la miseria y demás atrocidades que comete su dueño y señor, el Estado fascista; conmueve, además, su preocupación por el fortalecimiento de un "régimen de libertades" en el que sólo él y los perros de su traílla tienen derecho a ladrar, y ello sólo si es para mentir. Veamos que bien sabe desempeñar este oficio, y con ello llegamos, al núcleo de lo que este miserable denomina como periodismo "agresivo y de choque". Su plan de calumnia y desinformación se concreta en cuatro puntos:

"a) Aniquilar la imagen y prestigio del "terror"

"b) Destrozando su coartada ideológica

"c) Plantando cara

"d) Disminuyendo la intensidad del mensaje..."

Y continúa: "En el caso del GRAPO en España sospechar que actuaba utilizado por la extrema derecha..., hablar del ‘extraño GRAPO’, convertir las siglas en sustantivo casi insultante –‘los grapos’-, analizar sus textos y descubrir en ellos incoherencias, barbarismos, coincidencia de sus intereses con los golpistas de la extrema derecha, con la KGB, con la CIA o con quien sea, puede ser un mecanismo útil para destrozar la imagen de la organización terrorista y con ello hacer muy difícil su implantación".

He aquí, firmada por uno de ellos la confesión de culpabilidad de todos los cínicos manipuladores de la información; esos mismos que, profesando un amor desmesurado hacia el dinero que puntualmente les paga el régimen por los servicios prestados, acusan con el dedo histéricamente a los que se atreven a enfrentarse -arriesgando su libertad y aún su propia vida- al Estado que pretende perpetuar la corrupción y la explotación de las clases oprimidas.

Como se desprende de las palabras de Tomas de Salas, la manipulación de la información, dirigida e institucionalizada por las clases dominantes, es especialmente importante en la primera fase de su estrategia contrarrevolucionaria, es decir, cuando la alternativa de lucha de las masas populares, sintetizada en los programas de sus organizaciones revolucionarias, comienza a desarrollarse. En este sentido, nuestro Partido, el PCE(r), y las organizaciones guerrilleras como los GRAPO han soportando a lo largo de su existencia las más agobiantes campañas de desinformación y guerra sicológica que puedan concebirse. Valga, entre los innumerables ejemplos que podrían citarse, el programa emitido por la televisión sobre los GRAPO titulado "Verdugos y Víctimas", verdadera muestra de maquiavelismo enajenante, muy propio del periodismo policíaco, de los especialistas de la fabricación de mentiras y moldeadores de la "opinión pública". Este es el papel que a los medios de información le está tocando jugar en la enconada lucha de clases que se libra en nuestro país: a la vez que airean falsas expectativas y alimentan ilusiones engañosas promovidas por el régimen, combaten por todos los medios la resistencia antifascista, silenciando y tergiversando sistemáticamente sus propósitos y alternativas y, denigran a sus protagonistas, los verdaderos demócratas.

Llegado a este punto cabe formularse una serie de preguntas: ¿cuál es la influencia real de la ideología reaccionaria difundida a través de los medios de comunicación entre las amplias masas? ¿Cuál es la efectividad de sus campañas desinformativas y de guerra sicológica? En suma, ¿cuál es el balance de la lucha mantenida los últimos años entre la reacción y el movimiento revolucionario y sus organizaciones de vanguardia? Desde que el régimen inició su "operación reforma" han transcurrido cerca de diez años. Durante todo este tiempo, la oligarquía monopolista ha desatado una feroz represión en las calles y cárceles del Estado, con el objetivo de frenar el auge del proceso revolucionario, a la vez que promovía rabiosas campañas de calumnias con el vano propósito de desacreditar a las organizaciones revolucionarias. Por otra parte, los esfuerzos del aparato propagandístico de los monopolios se han centrado en convencer al pueblo, con su demagogia, de que no existía otra opción que la suya, es decir, su "reforma" y "democracia", mostrando el garrote del "golpe de estado" con un doble fin: dotar a su régimen de una mínima credibilidad que no poseía y situarlo en el "centro" del arco político, y eliminar las unánimes manifestaciones de repudio de las masas a su "legalidad" y "legitimidad". Pero ni la demagogia ni las amenazas lograron amedrentar a un pueblo que ya contaba con una notable experiencia en la lucha contra el terror tras 40 años de dictadura fascista. La demagogia no influiría en las masas trabajadoras ni mitigaría su lucha por unas auténticas libertades, lo cual situó al régimen ante la alternativa de un cambio real o, por el contrario, de un fracaso completo en sus planes "reformistas". Esto último es lo que ha ocurrido.

El PCE(r), junto a los GRAPO, con su actividad política y militar, respectivamente, han denunciado desde el principio ante el pueblo la maniobra emprendida por el régimen fascista de viejo cuño en su intento por superar la crisis permanente a la que estaba abocado tras 40 años de dictadura criminal. Esa labor de denuncia y desenmascaramiento se materializa en los numerosas llamamientos de boicot al régimen, a sus nuevas instituciones de control y opresión fascista, a sus mascaradas electorales montadas en colaboración con los partidos domesticados, etc., así como en otra serie de diversas actividades propagandísticas y agitativas. Al mismo tiempo, el PCE(r) y los GRAPO siempre han sostenido, en la medida de sus posibilidades, una lucha incansable orientada a desbaratar la demagogia e intoxicación desinformativa que el sistema fascista ha vomitado sin cesar contra las masas y sus organizaciones revolucionarias, y lo han hecho atacando los órganos directa o indirectamente responsables de la promoción de guerra sicológica, desinformación y propaganda ideológica reaccionaria. Por ejemplo, una operación de gran envergadura puesta en marcha por los GRAPO la constituyó la "Operación Papel". El objetivo de esta operación consistió en atacar el principal medio de difusión de la contrarrevolución. Fueron voladas simultáneamente diversas instalaciones y repetidores de TVE, consiguiéndose interrumpir les transmisiones a varios puntos de la península y cortarlas completamente a la colonia africana de Canarias.

Otras acciones importantes serían la colocación de explosivos en diarios y revistas de corte policíaco y fascista -tipo Cambio 16- y la ocupación militar de emisoras de radio. Con estas acciones la guerrilla denunciaba ante el pueblo el carácter intoxicador y desinformativo de los medios de comunicación, auténticos instrumentos de la propaganda ideológica reaccionaria.

Si bien el fascismo nunca cesará de calumniar a los verdaderos demócratas y revolucionarios que luchan y exponen su vida por la libertad del pueblo, hoy día es evidente para todos que la propia continuidad del movimiento revolucionario y sus organizaciones de vanguardia basta por sí sola para dar al traste con cada una de las iniciativas del régimen en el terreno de la represión y guerra sicológico-desinformativa. ¿Qué fue de aquellas cacareadas "desarticulaciones"? ¿Dónde quedó la "oscuridad" de los GRAPO? Todos los montajes edificados por la policía y los plumíferos a su servicio han servido para que, a la postre, el ministro de la represión del gabinete psoefascista, Barrionuevo, se apresure a corregir y descalificar a los medios de comunicación, alegando que se impone abandonar las viejas y gastadas calumnias porque ya no queda nadie que se las crea. Ese público reconocimiento de la esterilidad de sus campañas de guerra sicológica va acompañado de un hecho aún más trascendental por su importancia: el descrédito en que se hallan sumidos todos los medios de desinformación del Estado. Y no sólo en el descrédito. En el caso de la prensa, el rechazo popular se traduce en continuas quiebras y cierres de periódicos, revistas, etc., que sólo se mantienen en base a las continuas aportaciones económicas del Estado.

Este es el resultado, el verdadero balance de la lucha que durante estos años, han mantenido el régimen de los monopolios y las fuerzas revolucionarias: la quiebra ideológico-propagandística de los aparatos de desinformación y de guerra sicológica reaccionarios.

El pueblo, con su lucha ha neutralizado el efecto esperado por los medios de comunicación de la oligarquía monopolista, volviendo, contra sus diseñadores todas las campañas de intoxicación. Además -y esto es lo decisivo- ha aislado al régimen y a sus instituciones y partidos domesticados, la bancarrota del revisionismo es un hecho ya irrefutable, que corre pareja suerte con la misma "reforma". Su fracaso es tanto más estrepitoso por cuanto no ha alcanzado ninguno de los dos objetivos que se proponía, a saber: desmovilizar y confundir a las masas, neutralizándolas, e impedir el arraigo e implantación de las organizaciones revolucionarias.

Por el contrario, quienes han salido fortalecidos son el partido de la clase obrera y las organizaciones guerrilleras, su ideología y su alternativa política. Estas se han ganado el corazón de las masas y cuentan con su apoyo y simpatía.

En el movimiento revolucionario se ha experimentado, en los últimos años, un salto cualitativo que abarca al conjunto de las masas obreras y populares. Este salto se concreta en la desaparición de las ilusiones reformistas, en el completo aislamiento del régimen y sus instituciones, en la crisis total de los partidos y sindicatos domesticados ya en el abandono, por parte de la clase obrera, de los métodos de lucha meramente legalistas y pacifistas a los que pretendía constreñirlos la reacción mediante su imposición de la Constitución fascista y terrorista. Todo ello ha culminado en una situación política inmejorable para el desarrollo progresivo de las organizaciones revolucionarias, a las cuales se dirigen las masas por ser las únicas capaces de conducirlas con éxito a la consecución de su objetivo político: la revolución socialista.

Este desenlace no es casual sino que viene determinado esencialmente por tres factores: la realidad socio-económica de miseria y explotación a que está sometida la clase obrera; la esencia reaccionaria del régimen, sus instituciones y partidos colaboradores y, por último, un elemento fundamental y decisivo: la resistencia y la lucha consecuente del partido del proletariado y las organizaciones guerrilleras y de democráticas. La acción política de la lucha revolucionaria es, por tanto, la principal fuente de educación política de los trabajadores y la que, en última instancia, forma la conciencia revolucionaria.

Comuna Carlos Marx de los presos políticos
del PCE(r) y de los GRAPO
Prisión de Soria, febrero de 1985

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