Los galones hay que ganárselos. Hace poco tuve un par de conflictos, pero el importante es el que estuvo a punto de explotarme en la cara.
Un paciente llegó diciendo que había ingerido una cantidad exagerada de neurolépticos y no sé que más. En privado, me conmovió cuando me dijo "yo no estoy mal de la cabeza, pero tengo roto el corazón". Aquel tipo deprimido tiene una historia de abandono a sus espaldas que no es capaz de superar y que le puede. De hecho le ha llevado a la depresión. Aspecto descuidado y sucio, una mancha de nicotina que abarcaba todo el espectro de tonos cubría sus dedos segundo y tercero de la mano izquierda.
No se podía dormir (por lo que descartamos las cantidades de fármacos que refirió) y por eso me pidió permiso para ir a fumar. Para eso tiene que salir de la unidad, y es algo que no está permitido. Sin embargo, la carga de trabajo ayer era muy baja y me pude permitir el lujo de acompañarle hasta la puerta por donde entran las ambulancias. Antes consulté con las médicos de guardia la conveniencia, obteniendo su beneplácito. Sin embargo, una compañera de otra categoría profesional no estaba demasiado conforme con mis intenciones y no dudó en cuestionarme en público, delante del paciente. Primero que si tenía permiso para salir, y yo le dije que si, después me desacreditó aún más diciendo que yo no podía dar ese permiso y que si lo sabía el médico, y le dije que si, después dijo que ella no iría a acompañarle, y yo le dije que no se lo había pedido y que era mi responsabilidad por lo que sería yo quien le acompañaría, y después a regañadientes dijo que si le dejaba ir a fumar ahora (debían ser la una y media pasada) estaría toda la noche pidiendo para ir a fumar, a lo que yo no hice caso. Le acompañé a fumar. Lo que después me sirvió como moneda de cambio para pedirle al paciente un favor.
Más tarde, justo antes de irme a cenar, volvió a pedirme permiso para ir a cenar y yo le dije que en este momento era imposible. Que estábamos sólo la mitad de la plantilla y que ahora iría yo a cenar. Pero que a la vuelta, si no había mucho trabajo, le volvería a acompañar. Y así lo hice. A la vuelta, y mirando que el reloj marcaba prácticamente las cinco y media, le dije al paciente que esta era la última vez que salíamos a fumar en este turno. Y el me dijo que le parecía bien y que intentaría dormir aunque fuesen dos horas, hasta por la mañana, cuando presumiblemente le darían el alta.
Pero no consiguió dormirse, y cuando nos había llegado un paciente con edema agudo de pulmón, mientras lo estabilizábamos, quiso volver a ir a fumar. Esta vez con menos bradipsiquia y más determinación. Llegando a ser desafiante. Se sacó la cajetilla, pese a que le dije que no lo hicera. Sacó un cigarrillo, pese a que le dije que no lo hiciera. No guardó ni lo uno ni lo otro, pese a que le dije que lo hiciera. Incluso se puso de pie y se encaró hacia el pasillo. Yo le puse una mano en el pecho y le dije que ahora no podía salir. Le advertí con que si seguía así, terminaría atado a la cama. Le recriminé su falta de lealtad al pacto al que habíamos llegado. Le repetí muchas veces que no me vacilase y que no jugase conmigo y que ya se había fumado dos cigarrillos más de los que se hubiese fumado con cualquier otro/a. Mientras atendía al otro paciente, estando agachado (tras el murete de separación que hay entre las camas) para extraerle una gasometría, escuché como un auxiliar con el que mi paciente tenía confianza le decía que se guardase el cigarrillo y se sentase. Mi paciente le dijo que no tenía la intención de hacerlo, y el auxiliar le dijo que no habíamos quedado así. Mi compañera del principio repitió su vaticinio: se veía venir que al final tendríamos problemas con este por culpa del tabajo. Entonces el paciente negó la mayor y me levanté de detrás del muro (que mide metro y medio) me giré hacia él y le dije que no me vacilase (una vez más) que no habíamos quedado así, que la próxima vez que viniese no habría ningún pacto. Él intentaba hablar, pero yo cada vez subía más el tono, le cortaba, quería intimidarle y finalmente cuando me dijo: ¿me escuchas? me giré súbitamente y le espeté que no, que tenía que trabajar. Se cortó el problema. Se quedó en la cama, inmóvil y sin volver a insistir.
Es cierto que este paciente al final nos generó un problema que además, estuvo a punto de explotarme en la cara. Sin embargo creo que valoré bien la situación. Por una parte aquel hombre tenía un problema muy serio de adicción (sus dedos llenos de nicotina eran la prueba) y en sí constituía una bomba de relojería. Si estaba tumbado en la cama con insomnio y durante 10 horas sin fumar, de alguna forma violenta hubiese acabado aquella situación. ¿Hubiese acabado contenido? Más o menos así terminó en un ingreso anterior. Sin embargo, el conflicto estalló a las siete y media de la mañana, y no a la una y media, cuando lo preguntó por primera vez. Por otra parte, me veo obligado a prestar unos cuidados lo más personalizados posibles, siempre que la situación lo permita, y la situación lo permitía. A mi cargo tenía adscritos a 2 pacientes en la primera salida a fumar (uno de ellos era él) y en la segunda salida tenía un total de 3 (estando los otros dos estables). Mis compañeras me dieron permiso para salir y quedarse ellas a cargo de mis pacientes, por lo que no veía yo inconveniente a concederle esa dosis de ansiolítico inhalado que en otras circunstancias le hubiésemos administrado farmacológicamente.
Sin embargo, el momento en el que me di cuenta de lo que realmente había pasado fue cuando una compañera me dijo de bromilla que cómo me había puesto y que nunca se imaginó que yo pudiese llegar a mostrarme así. En otras palabras, había plantado mi bandera en público y demostré hasta qué punto estaba dispuesto a defender mi terreno. Opino que llegar a este extremo es una opción límite, primero hay que pasar por todas esas fases que van desde la comprensión empática del problema del paciente, pasar por la búsqueda de alternativas, negociar posibles soluciones y si no las hay, convencer de lo que en este caso es una norma del servicio. Lo que viene después es contener mecánicamente. Pero todavía tengo demasiadas preguntas sobre esto como para entenderlo como una medida más.
La importancia estuvo en que, aunque me costase sudar 3,785 litros, conseguí ganarme mi primer galón en el trabajo. Sólo me ha costado medio año. Ahora toca defenderlo con buenas praxis.