El arte de urgencia sigue siendo necesario

Jose María Sánchez Casas, Vargas
Antorcha, núm. 4

La confusión y el desconcierto campean desde hace décadas en el terreno de las artes plásticas, al igual que ocurre con la literatura, el cine o el cada vez más moribundo teatro.

El arte burgués, con careta o sin ella, adolece de una grave enfermedad y camina hacia su desaparición.

En medio de este panorama, la mayoría de los artistas y literatos se refugian en el intimismo más desolado y lleno de angustia, siendo el desencanto y el pesimismo las musas que los llevan de la mano. El artista se aleja de la realidad de la calle, intenta olvidar lo que día a día ocurre: los sentimientos, los padecimientos y las esperanzas y luchas de los pueblos, aislándose en su torre de egoísmo.

Los mismos que ayer aún cantaban a la esperanza, hoy lo ven todo oscuro y tormentoso sin vislumbrar ninguna salida.

Estos intelectuales y artistas nos quieren hacer pasar de matute su micromundo y desengaño como la realidad que asola a toda la humanidad.

Pero ¿qué ocurre realmente?, ¿no existen ya causas justas por las que luchar y partir una lanza?, ¿no hay injusticias que denunciar ni pueblos a los que cantar por el heroísmo de su resistencia?, ¿se acabaron esos grandes temas que movieron plumas como la de un Cervantes, un Maiakovski, o pinceles como los de Goya, Siqueiros, Daumier y tantos y tantos otros?

Basta echar una mirada a la prensa diaria para convencernos que más bien han aumentado.

Entonces, lo que debe ocurrir es que esos artistas e intelectuales se han acobardado e, incapaces de adoptar una postura de compromiso con su época, se han atrincherado tras la manoseada gran duda a la que han elevado a escaños filosóficos, convirtiéndose en unos seguidistas de las cambiantes modas del momento; a pintar o escribir por encargo y, sobre todo, a agradar a los que detentan el poder buscando su favor y la recompensa correspondiente.

La verdad es que esta caterva de oportunistas jamás creyeron en el pueblo, y si alguna vez pareció que estaban a su lado, se trataba sólo de que por aquellos años vestía llevar el disfraz de revolucionario y antifascista, pero hoy, con todo lo que ha ocurrido en nuestro país, tras la muerte del dictador y la defenestración de las efímeras esperanzas que todos ellos pusieron en el llamado cambio, o bien cínicamente se han apoltronado al lado del poder recogiendo las migajas que les han querido pagar por su venta, o han sido barridos y, ante el hundimiento de su mundo burgués que indudablemente ya no tiene ninguna salida, han caído en el pesimismo más mortal.

Por fortuna, y no podría ser de otra forma, no todos han terminado en esa infecta charca y, valiente minoría siguen sacando a la luz lo que las leyes establecidas pretenden ocultar, denunciando los crímenes y abusos del poder.

Por otro lado tenemos a una sana juventud que no pasa de nada y que cada vez muestra mayor disconformidad y rebeldía contra el mundo que le pretenden imponer.

No cabe duda quede ahí saldrán -están surgiendo ya- los artistas e intelectuales comprometidos con su época y su gente.

Ladinamente, los que más atados y faltos de libertad están por su compromiso con lo establecido, tachan de seguidistas a los que libremente escogen el camino de la rebeldía y la denuncia. Ellos, que escriben y pintan al dictado, acusan de no ser libres a los que con total albedrío se han puesto al lado de su pueblo. Los que han sacralizado el más engañoso intimismo y la duda permanente, tachan de panfletarios a los que defienden una idea y tienen la osadía de exponerla sin cortapisas.

Hay que tener en cuenta una cosa, que el que pinta para sí mismo no hace arte, al igual que no lo es el adaptarse a las modas del momento o pintar para agradar a los poderosos, ensalzando las leyes y costumbres establecidas. Eso no es arte, es simplemente trabajo mercenario, encubierto por una vacía palabrería de un hermetismo tal que impida ver su engaño y ramplonería. No puede tener valor artístico la obra de la que el propio artista dice que sólo puede entenderla él y algunos exquisitos especializados en la materia.

Para comprender una obra artística es totalmente falso que haya que tener conocimientos pictóricos o estar iniciado en la técnica, esas cosas te las puede explicar cualquier guía de museo y no es ni con mucho lo más importante de una obra.

Una parte fundamental de la obra de arte es el espectador, pues a él en definitiva está dirigida. Y el momento cumbre de la misma es cuando se enfrenta a él, cuando se produce la comunicación. Tiene muchísimo más valor la vivencia comunicativa espectador-obra que cualquier efímera búsqueda de un lenguaje capaz de transmitir con fuerza la idea que pretende expresar y hacer llegar al espectador. Está claro que éste no debe ser sólo un elemento contemplativo, sino por el contrario debe adoptar una postura indagadora exigente y de participación activa.

Cada espectador tiene su propia vivencia, sus propios problemas y experiencia, así que habrá muchas formas de ver la obra de arte. La clase social a la que pertenece influirá de manera definitiva en su punto de vista.

Recuerdo que cuando allá por los años sesenta dirigía el grupo de Teatro Quimera, en Cádiz, nos ocurrían con las representaciones cosas muy significativas y contradictorias, según el lugar donde representábamos.

Con Una libra de carne, de Cuzzani, recibí la siguiente opinión de un grupo perteneciente a la pequeña burguesía: Lo que has hecho es un panfleto, se entiende toda. Se entiende toda, sí señor, ése era el gran problema. Había que elaborar un lenguaje oscuro y cerrado al que no tuvieran acceso más que las minorías exquisitas. Por el contrario, cuando la obra fue llevada a los barrios de la ciudad, la representación produjo rápidamente el que al final de la obra y al iniciarse el coloquio surgieran una serie de opiniones, no sobre la obra en sí, sino sobre problemas candentes y del momento que padecían los habitantes de aquella zona y que nuestra representación había hecho recordar y sacar a la luz.

Para mí ésa es la meta fundamental de toda obra artística, su gran riqueza, la de ser capaz de producir en el espectador una conmoción y dar lugar a esas mil y una interpretaciones que posiblemente en principio y conscientemente el artista no se propuso, pero que en el encuentro espectador-obra de arte nacen, dando un nuevo impulso a la obra y enriqueciendo al artista con ella.

La originalidad es otra palabreja que se estima mucho en esos mundillos de excelsos artistas. Pero el artista no es ningún ser privilegiado que se saca las ideas como por arte de magia de su cabeza, no le vienen por inspiración de ningún espíritu santo. El artista se nutre de toda la experiencia anterior a él, de los hechos que ocurren a su alrededor, no inventa nada, sino que sólo se limita a reflejar lo que hay en su entorno, dándole su propia interpretación.

Hay que rechazar tajantemente la falsa idea del artista como un hombre por encima de los demás y del que milagrosamente nace la genialidad. Grandes y comprometidos artistas han sido Goya, que supo trasladar al cartón y al lienzo la crónica de su tiempo y tuvo la valentía de denunciar y satirizar a los detentadores del poder, o Daumier que fustigó bravamente la corrupción y las lacras de una sociedad caduca, poniéndose al servicio de su pueblo. Y más cercano a nosotros, Helios Gómez, militante comunista que durante la Guerra Nacional Revolucionaria del 36 al 39 tuvo que hacer un arte de urgencia entroncado con el momento histórico por el que atravesaba nuestro pueblo.

Ese arte de urgencia sigue siendo necesario aquí y ahora. No es nada nuevo, ¿qué otra cosa eran, si no, las sangrantes caricaturas y denuncias de Grosz, Jossot y tantos otros? En la actualidad, con la necesidad de llegar a miles de sitios a la vez y la posibilidad de poderlo conseguir, gracias a los medios que la tecnología pone en nuestras manos, la llamada obra única queda relegada al olvido, adquiriendo carta de naturaleza la multiplicación de la obra artística, y esto no va en demérito de la misma, sino por el contrario que ésta se conozca por miles de personas, acabando con la egoísta y arcaica costumbre del cuadro para contemplar sólo por unos pocos de agraciados que se apropiaban de ella debido a su posición económica.

La obra de arte salta a la calle y toma partido; el cartel, la prensa independiente, la revolucionaria, son algunas de las muchas plataformas desde las que puede lanzar su grito de denuncia y de esperanza. La juventud rebelde crea sus propios órganos para contrarrestar la información tendenciosa y oficialista: los fanzines, las radios libres, ahí también hay un hueco para el artista. El arte abandona los palacios dejando de ser patrimonio de cuatro elegidos para lanzarse a los barrios populares y ser de todos.

Mis dibujos están hechos desde esa perspectiva y ese compromiso. Compromiso con mi clase, con mi gente. Esas son las únicas ataduras, libremente elegidas, que tengo.

A los 6 años de la muerte de Jose María Sánchez Casas
fundador del PCE(r)

Este histórico dirigente obrero de Cádiz, de 55 años de edad, ingresó en la clandestina OMLE en 1968, cuando era obrero del muelle de Cádiz y un conocido director de teatro.

Participó en el Congreso fundacional de nuestro Partido en junio de 1975, resultando elegido miembro del Comité Central. Luego pasó a dirigir el grupo y la revista Pueblo y Cultura.

En julio de 1976 fue detenido, torturado y encarcelado. En 1978 fue puesto en libertad y, recién salido de la cárcel, se incorporó inmediatamente a los trabajos del II Congreso de nuestro Partido.

Luego, al comprobar las dificultades para realizar un trabajo político amplio y abierto, pasó a la clandestinidad y se integró en la dirección de los GRAPO.

En 1979 fue detenido de nuevo, como máximo responsable de esta organización armada antifascista, brutalmente torturado durante 10 días y encarcelado.

Su estancia en prisión fue una continua situación de aislamiento, dispersión, chapeos y plantes en exigencia del respeto a los derechos mínimos dentro la cárcel. Tuvo que emprender 18 huelgas de hambre.

La más prolongada de ellas duró 435 días, desde noviembre de 1989 a febrero de 1991, siendo dispersado por 15 prisiones distintas. El 10 de abril de 1996 sufrió un infarto al corazón que le dejó al borde de la muerte. Como secuela de la huelga de hambre le quedó una grave cardiopatía.

Desde entonces no cesó la campaña de solidaridad en la calle para que fuera excarcelado debido a su frágil estado de salud, que en prisión se ve minado y agravado día a día. Hasta los propios servicios carcelarios de la prisión de Sevilla II recomendaron a la Dirección General de Instituciones Penitenciarias que llevara una vida no tan dura si no querían tener una nueva muerte en prisión. Pero su situación cambió muy poco.

Por fin, la lucha popular consigue que el 20 de julio de 1997 fuera puesto en libertad y, una vez más, recién salido de la cárcel, participa en las tareas del IV Congreso de nuestro Partido.

En total, en las dos tandas, permaneció 20 años en prisión. Nada más salir de la cárcel, la Fiscalía de Sevilla abrió diligencias contra unas supuestas declaraciones suyas, que fueron falseadas y tergiversadas por los medios de comunicación. Todo quedó en nada, pero al ya grave Sánchez Casas ésto sólo le sirvió para empeorar.

Desde entonces, y lo que su salud le permitió, se dedicó a una extensísima obra cultural, teatral y pictórica, siempre con el componente del compromiso político como argamasa. Sus pinturas y cuadros han sido expuestos en varias partes del mundo.

Pero el fascismo siempre le negó su condición de intelectual comprometido y no le entregaron el primer premio internacional del cartel para el Carnaval de Cádiz de 2001 por su pasado y presente comunista.

En octubre de 2000 entró ya en una fase crítica, con continuas hospitalizaciones, hasta que el 27 de enero de 2001 su corazón se paró para siempre. Tras una larga agonía, murió en la UVI del Hospital de Córdoba esperando un transplante de corazón que nunca llegó. Sólo llevaba tres años excarcelado.

Tras su funeral, el 4 de febrero, a pesar de que el gobernador civil no había autorizado el acto de homenaje y de que amenazó con que actuaría en consecuencia, se le rindió un homenaje popular en Cádiz.

Ya por la noche diversos grupos realizaron pintadas y colocaron pegatinas por varios barrios del centro de la ciudad. A la mañana siguiente acudieron a la convocatoria unas 200 personas en la Plaza de España, donde en medio de la emoción general se leyeron varios comunicados de diversas organizaciones españolas y extranjeras, expresando su admiración por la entrega y firmeza de Jose María a lo largo de su larga trayectoria de lucha revolucionaria.

Tras los comunicados los compañeros del grupo de teatro representaron la última obra que había escrito y, finalmente, todos acudieron al muelle a arrojar a la bahía gaditana sus cenizas.

Dejó escritos dos libros (Noveno círculo y La Maraña), la dirección del grupo de teatro La Tralla, veinte obras de teatro, dos mil dibujos, ciento cincuenta cuadros y una multitud de montajes para radio y grupos de teatro.

José María Sánchez Casas, Vargas, tenía compañera y dos hijos.

Un revolucionario, un dirigente comunista nos dejó. Pero su ejemplo pervivirá en nosotros como un ejemplo a seguir de firmeza indoblegable frente al fascismo.

A Jose María Sánchez Casas

Las palabras silenciosas son las que llevan a las determinaciones, cuyo principio es el valor. Lo más atrevido que se logra hacer, cuando no se es valiente, es fingirse bueno o incapaz para no tener que sacar el empuje.

Lo que cuenta es entrenarse para actuar como valiente, sin preguntarse si se es tal o cual ¿Qué sintonía puede existir en la neutralidad?

El valor que se exalta consiste en un acto físico aislado, mientras que el valor moral conlleva un estilo de vida que nos acompaña siempre.

Sin embargo, actos de valor que duran instantes, son premiados con diplomas y medallas, mientras los que comportan un compromiso continuo, pasan inadvertidos.

Hace falta mucho valor
para no traicionar.
Esa toma de conciencia de la que nosotros somos los únicos testigos.
Hace falta valor
para negar
los sentimientos, fruto del cansancio que de vez en cuando vuelven a poner en duda ciertas elecciones.
Hace falta valor
para decir
no a los juegos disimulados y a los cálculos de la conveniencia,
mientras resulta más fácil expresarse
diplomáticamente con medio sí o con medio no.
Hace falta valor
para rechazar
las tentaciones, las componendas y el pasteleo.
Hace falta valor
para rechazar
ser siervo de quien pretende obediencia.
Hace falta valor
para actuar
sin vacilación y para demostrar que existimos.
Hace falta valor
y rechazar que
vivamos en la estrecha fisura de la mentira.
Hace falta valor
para vivir
largo tiempo en una prisión de hielo y aprovechar el deshielo, haciendo brotar flores y esperanza.
Hace falta valor, mucho valor, para vivir como vivió Sánchez-Casas

Roberto Marchetta

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