5.6 La lucha contra la opresión nacional

Teniendo en cuenta que el fascismo y el imperialismo en España hunden sus raíces no sólo en la supresión de las libertades, sino también en el sojuzgamiento de los pueblos, la lucha contra la opresión nacional en general y particularmente en cada una de las naciones oprimidas, adquiere una importancia fundamental en la lucha por el derrocamiento del régimen. Por todo ello, los comunistas en todo el Estado, pero sobre todo en cada una de estas naciones, debemos tomar con fuerza en nuestras manos la bandera de los derechos nacionales, arrebatándola de las manipulaciones de la burguesía.

Al asumir el hecho nacional y las reivindicaciones nacionales que ha dejado sin resolver el capitalismo, y que no pueden hallar solución bajo este sistema, la clase obrera les da un contenido socialmente distinto. Para los obreros, la lucha por los derechos nacionales está indisolublemente ligada a sus intereses de clase, a la lucha por el poder político, a la lucha por el socialismo. De ahí que el principio del internacionalismo proletario, la unión de los obreros de las distintas nacionalidades, venga a ser la base para resolver la cuestión nacional en España.

Sobre esta base se apoya el proletariado revolucionario para defender el derecho de separación y a la independencia de Galicia, Euskal Herria y Catalunya, y luchar incansablemente para que sea reconocido. El centro de atención del Partido en la labor de educación internacionalista de los obreros ha de estar puesto en la denuncia del chovinismo español y en la prédica de la defensa de la libertad de separación de las naciones oprimidas por el Estado. Pero, para que esta actividad no sea utilizada por el nacionalismo burgués reaccionario para enturbiar la conciencia de clase de los obreros, dividiéndoles por naciones para subordinarles a sus intereses, los comunistas de cada una de estas naciones, a su vez, han de abogar y hacer propaganda por la unión voluntaria y en pie de absoluta igualdad nacional, de todos los obreros y pueblos explotados y oprimidos por el mismo Estado.

La posibilidad de que, en el marco del Estado español, una o varias nacionalidades optaran por la independencia era hasta ahora algo poco probable. Sin embargo, debido al agravamiento de la crisis del sistema capitalista y a la agudización de las contradicciones interimperialistas y su repercusión en España, esa posibilidad no es en absoluto descartable. Por ello, el Partido, consecuentemente con su defensa del derecho a la autodeterminación y a fin de debilitar al Estado fascista, no dudará en prestar apoyo a estos pueblos en el caso de que decidan separarse del Estado y proclamar su independencia.

La lucha contra la opresión nacional forma parte y se halla fundida a la lucha por las libertades democráticas y a la lucha por el socialismo, van unidas y no existe una solución completa para ninguna de ellas por separado. Por ello, partiendo de la singularidad nacional, es imprescindible integrarlas en un único torrente de lucha revolucionaria capaz de romper todos los diques de la división y la confusión que impone el sistema y de destruir el Estado. Esa será la única garantía para conquistar los derechos políticos, sociales y nacionales de todos y cada uno de los pueblos.

5.7 La lucha contra el imperialismo y el peligro de guerra

La crisis capitalista mundial y la bancarrota del revisionismo moderno han hecho surgir nuevos centros imperialistas de poder y han agravado todas las contradicciones del sistema. De ahí que se haya agudizado la lucha entre los Estados capitalistas más fuertes por un nuevo reparto del mundo y se perfilen nuevas estrategias económicas, políticas y militares, así como nuevas alianzas. En el plano mundial, las contradicciones que enfrentan entre sí a los grupos monopolistas y a los Estados imperialistas se destacan hoy día, nuevamente, como la contradicción principal.

El imperialismo no es un todo homogéneo, ya que su imposición exacerba y complica todavía más las contradicciones del capitalismo. Esto sucede porque su peculiaridad esencial no son los monopolios puros, sino los monopolios junto con el intercambio, el mercado, la pequeña y media producción, la competenciay la crisis.

En la carrera por vencer a sus competidores, los Estados monopolistas toman medidas de tipo proteccionista que luego se echan en cara unos a otros, practican el dumping, limitan las inversiones, exigen contrapartidas, etc. A diferencia de la primera mitad de siglo, en que las zonas de fricción se encontraban, principalmente, en las colonias y semicolonias, hoy el eje de las luchas monopolistas se ha desplazado a los mercados interiores de los propios países imperialistas, lo que imprime a la competencia una mayor agresividad.

Bien es verdad que no todo en las relaciones entre las potencias capitalistas está basado en la política de fuerza y en la confrontación. También existen las alianzas y los acuerdos de paz, que vienen a ser como treguas entre las guerras. Sin embargo, en épocas de crisis general como la actual, tales acuerdos son sólo aspectos parciales que, a la vuelta de pocos años, se pueden romper o se vuelven papel mojado. De esta forma, los acuerdos y tratados entre los Estados capitalistas van pasando a un segundo lugar, mientras que las luchas internas, los antagonismos, las viejas rivalidades y las disputas ocupan cada vez más un primer plano.

Estas rivalidades, que en otro tiempo fueron motivo de frecuentes choques, conflictos y guerras, conducen a nuevos enfrentamientos entre los Estados imperialistas por el reparto y el saqueo del mundo. Como decía Lenin: Bajo el capitalismo no se concibe otro fundamento para el reparto de las esferas de influencia, de los intereses, de las colonias, etc., que la fuerza económica general, financiera, militar, etc. (5).

El Estado español no se mantiene al margen de este conflicto y participa como un país imperialista más en la carnicería, el reparto y la rapiña. Todo esto, el peligro de guerra, el apoyo por parte del complejo militar e informativo de la OTAN al aparato represivo y al ejército español, los gastos militares que recaen sobre las clases populares y la posibilidad de utilización de nuestra juventud como carne de cañón en las expediciones agresivas del imperialismo, son problemas, entre otros, que afectan a millones de personas. Esta situación está configurando un amplio movimiento de protesta y rechazo que cuenta no sólo con la participación de la clase obrera y la juventud (su verdadero motor y mantenedor), sino también con otros importantes sectores sociales. Es de esta manera, como el movimiento contra el militarismo, contra las bases yankis instaladas en nuestro territorio y contra la OTAN, se va vinculando cada vez más al conjunto del movimiento de resistencia que lucha por el derrocamiento del régimen y de los pilares que lo sostienen.

Dentro del marco del capitalismo nunca podremos evitar sus tendencias agresivas e imperialistas; antes es necesario acabar con las causas y el poder que las alimenta y origina. Por este motivo, si la lucha contra el imperialismo estuviera desprovista de objetivos revolucionarios, no conseguiría, en el mejor de los casos, otra cosa que arrancar determinadas promesas del gobierno. De ahí que, sin descartar que en el transcurso de la lucha se pueda hacer retroceder a las fuerzas imperialistas, debamos considerar que sólo el derrocamiento del régimen de los monopolios será lo que, en última instancia, desmantele las bases yankis en nuestro país, nos aleje del bloque imperialista y, a la postre, debilite a la reacción mundial.

Nosotros consideramos que actualmente existen tres frentes de lucha contra el imperialismo: el frente que componen los países socialistas, el frente que forman los pueblos y las naciones oprimidas, y el frente de lucha que se halla en el interior de los mismos países imperialistas. Estos tres frentes forman parte de un mismo combate general contra el imperialismo y la reacción y se complementan y apoyan mutuamente.

El desarrollo de la lucha de clases en cada país, especialmente la lucha revolucionaria del proletariado, constituye uno de los factores más importantes de la desintegración imperialista. Hoy día, el imperialismo de los EEUU y su instrumento militar, la OTAN, continúan siendo el principal enemigo de todos los pueblos del mundo, debiendo éstos, por tanto, mantenerse alerta y concentrar todas sus fuerzas contra él. Ahora bien, ante la eventualidad de que estalle una tercera guerra mundial, el proletariado revolucionario no hará distinción entre los bandos contendientes, pues dado el curso que siguen los acontecimientos, ésta tendrá seguramente por ambas partes un carácter de guerra imperialista, injusta y de rapiña.

El Partido se opone a la guerra imperialista. Y en el caso de que ésta se produzca deberá declararse derrotista; es decir, abogará y hará todo lo que pueda para lograr la derrota del Estado de nuestra propia burguesía y la transformación de la guerra imperialista en guerra civil revolucionaria.

5.8 Llevar a cabo la revolución en nuestro país y contribuir a que triunfe en el mundo entero

Los intereses de la clase obrera son los mismos en todos los países. Con la extensión a nivel mundial del modo de producción capitalista se refuerza la relación de interdependencia de los obreros de los distintos países, y cobra mayor significación aún el principio de que el comunismo sólo puede vencer como revolución mundial. Consecuentemente con este principio, el PCE(r) se declara parte integrante del partido internacional del proletariado.

En la situación de crisis generalizada del imperialismo y de grave peligro de guerra, se hace tanto o más necesaria y perentoria que nunca la unidad de los obreros, de los pueblos y naciones oprimidos de todo el mundo, para llevar a cabo hasta sus últimas consecuencias la lucha contra la burguesía monopolista y el imperialismo. En este amplio frente de lucha, la clase obrera y los partidos y organizaciones comunistas se destacan como la fuerza principal y más decididamente revolucionaria. También los Estados socialistas ocupan un lugar destacado, por lo que no pueden ser considerados aisladamente, ya que forman parte de la revolución mundial, a la cual deben servir como avanzadilla y medio de acelerar su desarrollo.

Es en base a esta concepción como el proletariado revolucionario ha de afrontar la duplicidad de sus tareas nacionales e internacionales. Sólo hay un internacionalismo efectivo -explicaba Lenin- que consiste en entregarse al desarrollo del movimiento revolucionario y de la lucha revolucionaria dentro del propio país, y en apoyar (por medio de la propaganda, con la ayuda moral y material) esta lucha, esta línea de conducta y sólo ésta en todos los países sin excepción (6).

Hoy más que nunca es totalmente válida la idea de que los obreros no tienen patria. Pero mientras existan los Estados capitalistas y las diferencias nacionales, la lucha entre los explotados y los explotadores seguirá teniendo un marco nacional o estatal. La revolución es un asunto del pueblo de cada país y depende de su grado de madurez política que pueda llevarse a cabo. Esto no excluye la necesidad de un organismo que represente al gran ejército del proletariado internacional.

A este respecto consideramos un factor positivo la aspiración a la constitución de un centro revolucionario mundial, cuya necesidad se hace sentir cada vez más. Sin embargo, esto no puede suponer repetir viejos errores. La unidad de la táctica internacional del movimiento obrero comunista de todos los países, decía Lenin, exigirá, no la supresión de la variedad, no la supresión de las particularidades nacionales (lo cual es, en la actualidad, un sueño absurdo) sino una aplicación tal de los principios fundamentales del comunismo... que modifique acertadamente estos principios en sus detalles, que los adapte, que los aplique acertadamente a las particularidades nacionales y nacional-estatales (7). De acuerdo con esta táctica, y siguiendo la fórmula aplicada por la I Internacional, abogamos más bien por la creación de una central de orientación, comunicación y cooperación internacional, que posibilite el apoyo mutuo y el intercambio de experiencias entre las organizaciones y partidos comunistas de todo el mundo, y que sea capaz, al mismo tiempo, de organizar acciones conjuntas.

6. Programa general del Partido para la transición al comunismo

6.1 Necesidad histórica de la dictadura revolucionaria del proletariado

Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista -escribe Marx- media el periodo de transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este periodo corresponde también un periodo político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado (8).

La clase obrera no puede apropiarse simplemente del Estado burgués, destinado a salvaguardar la propiedad privada capitalista y a reprimir a los trabajadores, para ponerlo a su servicio (como hicieron los revolucionarios burgueses con el aparato feudal), sino que debe destruir la máquina burocrática y militar burguesa que lo sustenta e instaurar, mediante la dictadura revolucionaria, su propio Estado de democracia obrera. El Estado de dictadura del proletariado que aplica la represión y restricción de derechos a la minoría explotadora, supone -en oposición a la democracia burguesa o dictadura capitalista- el mayor grado de democracia y libertad jamás conseguido por los trabajadores.

La dictadura revolucionaria del proletariado, en correspondencia con las tareas que se deben abordar durante esta etapa de transformación revolucionaria de la sociedad de clases en otra sin clases o comunista, deberá prolongarse necesariamente durante un largo periodo histórico. Este durará en tanto no sean abolidas las clases, en tanto no sean subvertidas las ideas que emanan de estas relaciones sociales y mientras el Estado de clase no se desvanezca como una forma del pasado.

Al igual que en el capitalismo, en el socialismo la sociedad avanza impulsada por sus propias contradicciones internas. Esta es una ley universal. En el socialismo siguen existiendo las clases y la lucha de clases, la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, la contradicción entre la base económica y la superestructura política e ideológica y otras contradicciones. De todas ellas, durante todo el periodo socialista, la contradicción principal de la sociedad es la que enfrenta al proletariado con la burguesía, si bien dicha contradicción puede revestir distinto carácter y adoptar formas diferentes.

El Partido Comunista deberá estudiar el carácter o la naturaleza de todas y cada una de estas contradicciones para darles una justa solución. Particularmente, deberá tener en cuenta que en el socialismo, tal como enseña Mao, existen dos tipos de contradicciones sociales: contradicciones entre nosotros y el enemigo y contradicciones en el seno del pueblo. Estos dos tipos de contradicciones son de naturaleza distinta [...] Las contradicciones entre nosotros y el enemigo son antagónicas. En cuanto a las contradicciones en el seno del pueblo, las que existen en el seno de las masas trabajadoras, no son antagónicas. Por consiguiente, las contradicciones entre nosotros y el enemigo y las contradicciones en el seno del pueblo, por ser de distinta naturaleza, deben resolverse con diferentes métodos: para la primera, los métodos coercitivos, la dictadura; para la segunda -para el pueblo- la educación y la persuasión, es decir, la democracia (9).

Mientras la etapa histórica socialista no finalice, la clase obrera habrá de servirse del Estado para ejercer su dictadura a fin de vencer a las clases explotadoras, las cuales, como dice Lenin, opondrán una resistencia larga, porfiada, desesperada y seguirán inevitablemente abrigando esperanzas de restauración, esperanzas que se convierten en tentativas de restauración (10).

Al principio, después de su derrocamiento, la burguesía, los terratenientes, los intelectuales burgueses, etc., pierden su poder político, su cabeza organizada, pero no desaparecen como clase. En el socialismo, la burguesía sigue reproduciéndose incontroladamente, a la manera antigua, tanto en la base económica (a través de la pequeña producción) como en la superestructura (a través de las viejas ideas, la fuerza de la costumbre, etc.); pero también adquiere otras connotaciones nuevas, pues toma asiento en la burocracia del Estado y en el Partido, desde donde intenta arrebatar la dirección y cambiar la línea política revolucionaria. Si esto llega a ocurrir, se estanca el desarrollo socialista y las contradicciones de la sociedad no tardan en ser antagónicas. Por todo ello es imprescindible ejercer la dictadura sobre la burguesía en todos los terrenos y practicar la lucha de clases. A este respecto, sintetizando toda la experiencia positiva y negativa de la construcción del socialismo, Mao Zedong mantenía que la dirección del proceso revolucionario debía hacerse siempre desde el predominio de la dirección política e ideológica del Partido.

Una vez implantada la dictadura del proletariado, el Partido deberá centrar su atención en resolver la contradicción que supone la propia existencia del Estado socialista. Esta situación contradictoria se pone de manifiesto en que mientras, por una parte, el Estado constituye el instrumento de la dictadura del proletariado para aplastar la contrarrevolución y organizar la nueva sociedad, por otro lado, se convierte en el principal baluarte de todo lo viejo y caduco que queda en la sociedad. De ahí la necesidad de marchar siempre adelante, hacia el comunismo y la total extinción del Estado; de que las masas, dirigidas por el proletariado y el Partido Comunista, ejerzan un estrecho control sobre los organismos estatales y de que sean ellas realmente y no sólo de palabra, las que asuman la dirección en todas las esferas de la vida económica, política, cultural, administrativa, etc., a fin de contrarrestar la tendencia absorbente del Estado y reducir sus funciones a la mínima expresión. Este objetivo, naturalmente, no se podrá alcanzar por completo hasta que no desaparezcan totalmente las clases y los conflictos de clase que reclaman la existencia del Estado como organismo especial de represión. Sólo a partir del momento en que la dictadura del proletariado se haga innecesaria, el Estado dejará de tener razón de ser. El primer acto en el que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad -la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad- es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención del Poder estatal en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro y se adormecerá por sí misma. El gobierno sobre las personas será sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no será abolido: se extinguirá (11).

Una condición esencial para que ese proceso de extinción del Estado se desarrolle será la existencia de un movimiento comunista de masas, dirigido y estimulado por un partido comunista que siga actuando como verdadera vanguardia y que para ello se mantenga en actitud vigilante frente al Estado, al objeto de garantizar la superación de los problemas y el avance ininterrumpido hacia el comunismo. Con este fin, el Partido tiene que ejercer su acción desde arriba (desde los órganos del Estado y el Gobierno, sin identificarse ni supeditarse nunca a ellos) y presionar al mismo tiempo desde abajo, fomentando la participación y la lucha de las masas, con la vista siempre puesta en los objetivos últimos del comunismo. De no hacerlo así, esas posiciones serán ocupadas por el revisionismo y por la nueva clase burguesa que, en el socialismo, surge de las viejas relaciones de producción y de la burocracia, y cuyos intereses no son otros que los de perpetuar las relaciones de explotación y opresión sobre las masas populares.

Consciente de ello, el Partido, como núcleo dirigente de todo el proceso revolucionario, basa su estrategia en el movimiento de las masas y en el mantenimiento de la más estrecha ligazón con ellas; fomenta su capacidad creadora, apela a ellas para la defensa firme y consecuente de las conquistas revolucionarias frente a los intentos restauracionistas de la vieja y nueva burguesía y se somete a sí mismo a la crítica abierta de las masas, como medio importante para corregir sus errores inevitables.

6.2 La política económica en el periodo de transición

Tras la toma del poder político por la clase obrera, los sectores fundamentales de la economía pasan a manos del Estado bajo la forma de propiedad de todo el pueblo; se establece el control obrero sobre la producción y se mejoran notablemente las condiciones de vida y de trabajo de los trabajadores. Esto afecta al problema de las relaciones de producción. Pero con ello las viejas relaciones de propiedad capitalistas no son eliminadas totalmente; junto a la propiedad de todo el pueblo coexisten por algún tiempo otras formas de propiedad. De ahí que uno de los objetivos fundamentales de la lucha que tiene lugar en el socialismo consista, precisamente, en transformar esas formas de propiedad privada en las dos formas fundamentales de propiedad socialista -la propiedad de todo el pueblo y la propiedad colectiva de las cooperativas-, a fin de seguir profundizando en el proceso de transformación de estas últimas en una sola, en la propiedad de todo el pueblo.

En el socialismo, la propiedad social sobre los medios de producción condiciona la necesidad objetiva del desarrollo planificado y proporcional de la economía. Esta es una de lasleyes económicas fundamentales de la transición al comunismo.

La ley de la máxima ganancia, la anarquía en la producción y la ley del valor, como factores que espontáneamente regulan la economía en el capitalismo, desaparecen en la economía socialista al ser suprimido el carácter privado de la propiedad sobre los medios de producción. En el socialismo, se trata de poner en consonancia la propiedad social sobre los medios de producción con el carácter social de la producción. Sobre esta base se establece el desarrollo planificado y proporcional de la economía, que hace posible la elaboración y puesta en práctica de los planes de producción y distribución.

La planificación conforma una serie de medidas económicas, políticas e ideológicas que, si bien reflejan una realidad objetiva, van a actuar sobre ella para transformarla. En esto reside la importancia relativa y la primacía de la política sobre la economía.

En el socialismo no pueden regir las mismas leyes de explotación, la competencia y el comercio capitalistas, ni el mercado y la competencia capitalista pueden determinar los precios. En el socialismo, son la política y la planificación económica -orientadas conforme a los intereses a corto y largo plazo de las masas- los verdaderos reguladores. Esto obedece al grado de desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas sociales. En la sociedad socialista el desarrollo económico es inseparable del desarrollo social y cultural general; es un proceso económico, social, político, tecnológico, ideológico, etc., que debe ir acompañado, ademús, del establecimiento de nuevas relaciones económicas internacionales.

Las relaciones de producción no sólo abarcan los sistemas de propiedad, sino también las relaciones humanas en el trabajo y el sistema de distribución. El socialismo, como sociedad de transición, hereda del capitalismo la división del trabajo, que se encuentra presente en la contradicción existente entre el campo y la ciudad (en la separación entre el trabajo industrial y el comercial, por una parte, y el trabajo agrícola, por otra), así como entre el trabajo manual y el trabajo intelectual. Por lo demás, la permanencia del derecho burgués, expresado en el principio de distribución a cada cual según su trabajo, y la tendencia que se observa en determinados sectores de la sociedad a vulnerarlo y a crear nuevas capas de privilegiados, imponen al Estado asumir firmemente la tarea de impedir la aplicación abusiva de dicho principio y la regulación del derecho burgués hasta hacerlo desaparecer. Todo ello es inseparable de la lucha política e ideológica (la lucha contra las viejas ideas, los viejos hábitos y costumbres, etc.). De este modo es como se manifiesta la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, así como la que enfrenta a la base económica con la superestructura política e ideológica. Pues si bien es cierto que en el socialismo la revolución establece cierto equilibrio o correspondencia entre ellas, este factor es sólo parcial y relativo, en tanto que el desequilibrio es absoluto y determina el desarrollo constante de las relaciones de producción.

La instauración de la dictadura del proletariado es la premisa fundamental para la demolición de las viejas relaciones y su sustitución por otras nuevas, mas esto sólo se logrará a través de una larga y exacerbada lucha de clases, lucha que se da fundamentalmente en el dominio de la superestructura y que debe abarcar todos los aspectos de la vida. Esto es así porque la apropiación por los productores de los medios fundamentales de producción no provoca automáticamente los cambios correspondientes en las nuevas relaciones de producción ni, por consiguiente, en la superestructura ligada a aquéllas, en las que la burguesía derrocada, pero todavía no vencida, tiene su último dominio hereditario.

6.3 Transformación y desarrollo integral del hombre

La frontera entre el socialismo y el comunismo no se encuentra en la línea de demarcación entre el sistema de propiedad colectiva y el sistema de propiedad de todo el pueblo. En este sentido, Lenin expuso rotundamente que al comenzar las transformaciones socialistas, debemos plantearnos claramente el objetivo hacia el cual tienden, en resumidas cuentas, estas transformaciones: el de crear la sociedad comunista, que no se limita a expropiar las fábricas, la tierra y los medios de producción, que no se limita a establecer una contabilidad y un control riguroso de la producción y la distribución de productos, sino que va más allá para hacer realidad el principio de ‘cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades’ (12).

Ese más allá al que se refiere Lenin abarca la transformación y el desarrollo integral del hombre, para lo cual es imprescindible la formación de un movimiento comunista de masas. Sólo esto justifica históricamente la etapa de transición socialista.

Las primeras experiencias de esta nueva revolución, que Lenin calificaba de más difícil, más esencial, más radical y más decisiva que el derrocamiento de la burguesía, pues es una victoria obtenida sobre la propia rutina y la indisciplina, sobre el egoísmo pequeñoburgués, sobre todos esos hábitos que el maldito capitalismo ha dejado en herencia al obrero y al campesino (13), fueron los sábados comunistas. También Lenin extrajo las enseñanzas esenciales de aquellas primeras hazañas del futuro de la humanidad, señalando entre otras cosas: Lo ‘comunista’ empieza únicamente cuando aparecen los sábados comunistas, es decir, el trabajo gratuito de individuos no sujetos a normas por ningún poder, por ningún Estado, en provecho de la sociedad a gran escala (14).

La idea que concibe el desarrollo de la nueva sociedad socialista en términos de desarrollo de las fuerzas productivas, utilizando para ello exclusivamente la técnica y los incentivos materiales, es la concepción de la burguesía que el revisionismo moderno ha practicado. No debe sorprender, pues, que haya conducido a numerosos países al estancamiento, a la bancarrota económica, política, social y moral, y a que, finalmente, la burguesía haya impuesto de nuevo en ellos su dictadura de clase. Semejante desastre ha podido ocurrir porque en realidad el revisionismo no representa intereses distintos a los de la clase burguesa y el imperialismo, no se propone acabar con la explotación y, consiguientemente, jamás podrá eliminar los obstáculos que aparecen en la vía de la transición al comunismo.

Uno de los hechos más claros, que pone al descubierto la política revisionista burguesa, es el que hace de los incentivos materiales el móvil principal para el incremento de la producción de los trabajadores, así como la motivación esencial de sus actividades sociales y políticas. En la lucha contra el revisionismo, Mao hizo hincapié en lo errónea y perjudicial que resulta dicha política, argumentando que aunque se admita que el estímulo material es un principio importante, no puede ser absolutamente el único. Debe haber otro principio: el estímulo del espíritu en el dominio político-ideológico. Además, el estímulo material no debe ser tratado únicamente en términos de intereses personales. También debe ser tratado en términos de intereses colectivos, de primacía de los intereses colectivos sobre los intereses personales, de prioridad de los interesesa largo plazo sobre los intereses inmediatos (15).

El interés material concebido desde el punto de vista de cierta individualidad no hace sino reproducir la división del trabajo en la que se apoya y lejos de eliminar las contradicciones existentes entre unos y otros sectores de la sociedad, las agrava aún más, pues la especialización, la elevación de los conocimientos, el estudio, etc., tendrían como objetivo para cada persona hacer mayores ingresos individuales y no servir a la comunidad. El experto, el intelectual, el funcionario, se desgajan así del resto de la comunidad para preservar sus intereses particulares, su status, y tienden a consolidar las viejas relaciones de producción capitalista.

El revisionismo rompe la relación entre los intereses colectivos y el interés individual, tomando a éste último como factor decisivo de la producción y de la existencia de la sociedad misma, y elimina la conciencia política como fuerza motriz y como móvil de los individuos, cuya atención debería encaminarse a la edificación del comunismo. En realidad, de esa forma se renuncia de antemano a ese futuro por no considerar que el individuo constituye un elemento de la colectividad y que los intereses individuales mejoran a medida que progresan los intereses públicos (16).

Si bien es cierto que en la sociedad socialista el trabajo aún no constituye para todos la primera necesidad vital, no por eso va a ser con el interés material exclusivo como se van a crear las nuevas relaciones de producción, sino mediante la educación y la movilización voluntaria de las masas para que realicen el trabajo y la distribución comunista. El hombre, mediante la producción y la lucha político-social, transforma la naturaleza y la sociedad y, a su vez, se transforma a sí mismo. El socialismo, al abolir la explotación del hombre por el hombre, crea las premisas para la formación de la personalidad universal (que se alcanzará en el comunismo) sobre la base de las nuevas condiciones económicas y sociales, de la educación ideológica, política y moral. Esta necesidad hizo concebir a Mao Zedong la Revolución Cultural Proletaria, que viene a constituir, junto a las transformaciones de los sistemas de propiedad y el desarrollo de la producción y de la cultura, una de las condiciones esenciales para el tránsito al comunismo.

El trabajo comunista y la emulación, que pongan en tensión la iniciativa audaz de las masas y su espíritu emprendedor, son las bases imprescindibles para la implantación de nuevas relaciones de producción. Estas bases permitirán dar otros pasos igualmente necesarios para acabar con las clases sociales, como la integración de intelectuales, técnicos, cuadros y obreros en grupos de trabajo manual e intelectual, la industrialización rural que permita la formación de campesinos-obreros y la supresión de la contradicción entre la ciudad y el campo. Solamente por este camino puede superarse la división del trabajo y crear las relaciones de producción que correspondan a las fuerzas productivas del comunismo.

Así nacerá el hombre nuevo, el hombre universal, en consonancia con las transformaciones económicas que, por vía revolucionaria y tras la toma del poder por el proletariado, dejarán al capitalismo en la infancia de la historia hecha conscientemente por los propios hombres.

Notas:

(5) Lenin: El imperialismo, fase superior del capitalismo
(6) Lenin: Las tareas del proletariado en nuestra revolución.
(7) Lenin: La enfermedad infantil del 'izquierdismo' en el comunismo.
(8) C. Marx: Crítica del Programa de Gotha
(9) Mao Zedong: Sobre el tratamiento correcto de las contradicciones en el seno del pueblo
(10) Lenin: La revolución proletaria y el renegado Kaustsky
(11) F. Engels: Anti-Dühring, citado por Lenin en El Estado y la revolución
(12) Lenin: VII Congreso extraordinario del PC(b)
(13) Lenin: Una gran iniciativa
(14) Lenin: Informe acerca de los sábados comunistas
(15) Mao Zedong: Notas de lectura del 'Manual de Economía Política' de la Academia de Ciencias de la URSS
(16) Mao Zedong: Notas de lectura del 'Manual de Economía Política' de la Academia de Ciencias de la URSS

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