La bancarrota del revisionismo contemporáneo

El revisionismo moderno acaba de sufrir una de sus más grandes y estrepitosas derrotas. Esta circunstancia ha permitido a la burguesía tomar la iniciativa en la lucha de clases: desde Oriente Medio hasta Centroamérica, pasando por el Este de Europa, ninguna región del globo se encuentra a cubierto de la avalancha contrarrevolucionaria. Esta catástrofe ha podido ocurrir por la posición hegemónica que ha venido ocupando el revisionismo en las filas obreras gracias a la influencia, a los medios económicos y todos los demás resortes del poder que les conferían algunos Estados. Así se explica también la coincidencia del derrumbe de dichos Estados y la crisis general que azota al mundo capitalista.

La simultaneidad de ambos fenómenos no tiene, al menos para nosotros, nada de misterioso, habida cuenta de lo que representan realmente, más allá de las formas, el programa y la práctica revisionistas. Por este motivo, podemos afirmar que la derrota política e ideológica que le ha sobrevenido, unido a la crisis capitalista, sólo puede obrar a partir de ahora a favor del desarrollo del movimiento revolucionario. Por el momento, en países como China, Cuba, Vietnam y Corea del Norte, la contrarrevolución ha sido contenida y no parece que pueda prosperar. En la Unión Soviética, desde la época de la Revolución de Octubre, jamás se había producido un movimiento de masas más extendido ni más radical, como el que se ha levantado últimamente para oponerse a los intentos restauracionistas de la burguesía y criticar al revisionismo. En todos los países del mundo, los partidos y las masas revolucionarias están extrayendo numerosas enseñanzas de todos estos acontecimientos, reagrupan sus fuerzas y se aprestan a la lucha. El combate por un mundo mejor, por el progreso de la humanidad, aún no ha terminado. Podemos estar seguros.

El fracaso del revisionismo ha evidenciado la imposibilidad de salir del abismo del subdesarrollo, la dependencia, la miseria y la incultura (provocadas por siglos de explotación) por otra vía que no sea verdaderamente socialista. Todas las reformas liberalizadoras puestas en marcha por los líderes revisionistas, en contraposición a la política revolucionaria, no han hecho más que empeorar las condiciones de existencia de los trabajadores, aumentar las desigualdades sociales dentro de cada país y las diferencias de desarrollo económico que les separaban de los países capitalistas más ricos. En este marco se ha ido gestando la crisis. Ahora, la burguesía intenta salir adelante restaurando el capitalismo e introduciendo en todos los países la economía de mercado. Pero en ese mismo camino se halla metida, desde mucho antes, la inmensa mayoría de los países que forman el denominado Tercer Mundo. ¿Y cuál ha sido el resultado? Se comprende que la burguesía no sea capaz de reconocerlo, habida cuenta que a ella lo único que realmente le preocupa son sus privilegios, su libertad, sus derechos... Pero para nosotros, todo eso confirma la necesidad del socialismo y el comunismo, no como un capricho o una idea utópica más o menos bonita que se le haya podido ocurrir a unas cuantas personas, sino como necesidad histórica producto del imperialismo, de la dominación de un sistema económico-social que ya ha cumplido su función histórica y que para poder subsistir necesita sacrificar a más de las tres cuartas partes de la población mundial.

En general, la presente situación internacional podría definirse como de crisis general del sistema capitalista, incluyendo en esta crisis a su política e ideología para la clase obrera. Es por ahí (por su parte más débil) por donde primero ha estallado la crisis, pero no será, con toda probabilidad, el último crac que habrá de sufrir el sistema. Se podría decir que éste sólo es el anuncio de una crisis y bancarrota todavía mayores. Esta es una situación compleja, a la que, por lo demás, no se ha llegado en unos pocos días. En estos momentos, lo que más llama la atención es el caos y la confusión creados en los sectores populares. Es indudable que con ello el revisionismo ha proporcionado al imperialismo el globo de oxígeno que necesitaba para prolongar su agonía. Pero, por la misma razón, su fracaso hará que dicho globo se vaya desinflando a partir de ahora de manera más acelerada. De modo que la crisis que padece el sistema capitalista se irá haciendo mucho más grave. Esto comienza a ser ya una realidad.

Por todas partes se agudizan las contradicciones y los antagonismos sociales del sistema, estalla el descontento y se desata la revuelta, por lo que no está muy lejos el día en que los trabajadores de todos los países eleven su conciencia política, se desprendan del cadáver de la ideología burguesa-revisionista y emprendan de nuevo el camino de la lucha revolucionaria. Mientras tanto, tenemos que ser pacientes. Esta es una de las cualidades que distingue a todo verdadero revolucionario, lo cual no quiere decir que debamos mantenernos inactivos. Al contrario, hay que favorecer el nuevo ascenso de la lucha de todas las maneras posibles, pero muy especialmente combatiendo esa corriente de derrotismo que busca inculcar, en los obreros más conscientes y en otros luchadores de vanguardia, la idea absurda de que resulta inútil e ilusorio continuar la resistencia. La situación ya descrita y el ingreso del Estado español en el club de los poderosos de la tierra, refuerzan en mucha gente esa misma creencia y tienden a disuadir a los trabajadores de toda aspiración de cambio profundo de nuestra sociedad. Todo eso habrá de ser tenido muy en cuenta por nosotros, no cometiendo la torpeza de ignorarlo. Mas este reconocimiento lo haremos siempre desde el punto de vista y la posición de la clase revolucionaria, no para lamentarnos y mantenernos con los brazos cruzados, y menos aún para hacer concesiones a la ideología burguesa, a las vacilaciones o al desaliento.

El descalabro revisionista es una derrota de la burguesía

Es indudable que, sin la existencia de la Unión Soviética y sin la China Popular, el movimiento revolucionario en todos los países se hubiera visto obligado a tener que luchar en unas condiciones incomparablemente más difíciles, y que aún hoy no hallará el escenario internacional favorable para el triunfo más o menos rápido. Por este motivo nosotros concedemos tanta importancia a la defensa de los países socialistas; de ahí también la labor de denuncia que venimos realizando de la línea revisionista, no sólo como contribución internacionalista, sino también de cara a nuestro propio país.

Esta lucha la sienten hoy como suya la mayor parte de los obreros. El instinto de clase les advierte del peligro; saben que nunca como ahora la burguesía y sus perros guardianes se han mostrado más seguros y arrogantes y que estas demostraciones, unidas a la prepotencia avasalladora que las acompaña, al incremento de la explotación y a la restricción de todos sus derechos, tienen mucho que ver con la situación por la que atraviesan los países socialistas. La histeria anticomunista de la burguesía también ha subido de tono. Esto permite a los obreros más conscientes comprender más fácilmente nuestra propaganda e identificarse con el Partido. No obstante, tenemos que valorar muy fríamente la situación que se ha creado, ya que sólo de esta manera podremos demostrar que, pese a la gravedad de los hechos que estamos presenciando, nada de lo que resulta esencial para nuestra causa se ha perdido. ¿Vamos a lamentar la desintegración de Pacto de Varsovia o el acoso por los trabajadores de los últimos baluartes del revisionismo? Bien mirado, éste es un trabajo que ya tenemos avanzado, lo que en cierto modo nos facilitará la labor de ahora en adelante.

El revisionismo ha sufrido uno de los más descomunales descalabros que se recuerdan; éste es un hecho indiscutible de enorme trascendencia, y es lo que más importa destacar en estos momentos. Al igual que ha ocurrido otras veces en la historia, los fracasos y la bancarrota del oportunismo y la propia debilidad del movimiento revolucionario han permitido a la burguesía tomar la iniciativa, hasta llegar a crear una situación realmente crítica. Algunos camaradas han señalado esta circunstancia como paradógica, ya que, si como se asegura, el revisionismo sirve a la burguesía y ésta termina por imponerse, la victoria revisionista sería en este momento casi completa. No cabría, pues, hablar de su fracaso. Estos camaradas parecen no comprender que el revisionismo es eficaz en su servicio a la burguesía mientras consigue mantener la apariencia obrerista de la ideología burguesa que difunde, y que el desenmascaramiento como tales propagadores y defensores de la ideología burguesa, el desgarramiento del velo socialista o comunista con que han logrado encubrir su labor de zapa durante mucho tiempo, supone, antes que nada, un fracaso de la clase burguesa a la cual sirven. Esto explica que la burguesía ya no tenga el mismo interés en mantenerlos y se haya visto obligada a dar la cara ella misma en todas partes. Algo parecido ha venido sucediendo en nuestro país en los últimos años, lo que está dando lugar al desarrollo de un movimiento de masas de nuevo tipo que no puede ser controlado y que se enfrenta directamente al Estado. De modo que no existe -al menos nosotros no la vemos- contradicción alguna entre la bancarrota política e ideológica del revisionismo y la victoria de las fuerzas reaccionarias. Esta victoria es más aparente que real y, por supuesto, sólo momentánea. Aparecerá como tal victoria, ante las miradas más superficiales, durante el tiempo que tarden los obreros más conscientes en poner fin a la confusión y a la desarticulación del movimiento clasista, formulando una auténtica alternativa político-revolucionaria.

El movimiento comunista saldrá más fortalecido de la crisis

Es normal que en una situación como ésta, la moral combativa de mucha gente se esté resintiendo, que otros comiencen a vacilar, que pongan en duda la validez de los principios del marxismo-leninismo, y que en el seno de la clase obrera estén proliferando las ideas políticas pequeño-burguesas más peregrinas, la mística y otras supercherías de corte moderno. Esto ocurre, especialmente, en los sectores que se hallan más influenciados por las distintas corrientes del revisionismo y entre aquéllos otros que se habían formado una concepción excesivamente simplista, rígida y lineal del proceso revolucionario. Este no es un fenómeno nuevo. Otras veces también se ha producido. Por esta razón podemos considerarlo como una cosa normal, al igual que la misma crisis que lo ha generado.

No es por darnos ánimos -nosotros no los necesitamos- por lo que decimos que de la presente crisis el conjunto del movimiento habrá de salir más fortalecido. Si reparamos en la historia, comprobaremos que desde su nacimiento, el movimiento comunista ha ido de la unidad a la escisión, para alcanzar luego una nueva unidad sobre bases más amplias y más firmes, y a una victoria cada vez mayor sobre la burguesía y su sistema de explotación. ¿Qué ocurrió con la I Internacional fundada por Marx y Engels? Se escindió y tuvo que ser disuelta tras la derrota de la Comuna de París en 1871. Después siguió un largo período de desarrollo del movimiento obrero orientado por la ideología marxista. El anarquismo, principal corriente ideológica en las filas revolucionarias, fue completamente desbancado. ¿Qué sucedió con la II Internacional? Igualmente se produjo la escisión y la bancarrota durante la I Guerra imperialista mundial y de su seno surgieron los partidos comunistas que llevaron al poder a la clase obrera en toda una serie de países, emprendieron el camino de la revolución socialista e impulsaron el desarrollo del movimiento revolucionario mundial. De este desarrollo ha surgido el revisionismo contemporáneo, el cual ha llevado a la mayor parte de los países socialistas, de los partidos comunistas y del movimiento revolucionario a la situación que ahora estamos enfrentando. Pero de igual manera que ha ocurrido en otras ocasiones, también esta vez lograremos superar esta crisis y alcanzar un más alto nivel de unidad y fortaleza, necesarios para vencer definitivamente al capitalismo y crear la nueva sociedad. Esta es la dialéctica propia de todo movimiento, y el nuestro no puede escapar a esa ley fundamental del desarrollo que opera en todas las cosas y fenómenos.

El mismo proceso de transformación social plantea continuamente nuevos y numerosos problemas que requieren, para ser resueltos, de nuevas ideas y nuevos procedimientos. Esa es la base material del desarrollo de la teoría marxista-leninista como concepción integral, científica y revolucionaria de la clase obrera. Cuando, por las circunstancias que sean , ese necesario desarrollo de la teoría no tiene lugar (y todos sabemos que esto ocurre; que, como ya indicara Lenin, muchas veces el elemento consciente marcha a la zaga del movimiento real o espontáneo), entonces, inevitablemente, se produce el estancamiento en todos los órdenes de la vida, el imperialismo y la reacción burguesa aprovechan esa oportunidad para fortalecer sus tambaleantes posiciones y, como consecuencia de todo ello, sobreviene un período de crisis y de lucha interna que desemboca en una verdadera revolución en el seno mismo de nuestro movimiento, en el curso de la cual acaban por imponerse las nuevas ideas y los nuevos sujetos capaces de llevarlas a cabo. Pero para que este cambio revolucionario pueda tener lugar, es preciso que las masas participen en él; es decir, no es suficiente con que unas pocas personas tengan clara conciencia de su necesidad y lo hayan anunciado con anticipación. Sin duda, esta conciencia resulta imprescindible; se puede afirmar que así comienza el proceso (con la formulación de las ideas y la creación de la organización de vanguardia que habrá de ponerlas en práctica); mas éste sólo se completa con la intervención directa de las masas y cuando sale a la superficie todo lo viejo o ya caduco que se resistía a desaparecer.

Hay que proseguir la lucha contra el revisionismo

Nunca se insistirá bastante sobre la importancia de mantener la lucha más intransigente contra el revisionismo. Ciertamente, ésta es una batalla muy larga, y en el transcurso de la misma el revisionismo ha sido desenmascarado ya muchas veces. Sin embargo, otras tantas veces ha vuelto a reaparecer recubierto con distintos ropajes y presentando algunas variaciones sobre los mismos temas. La burguesía también aprende y busca la mejor manera de engañar a los obreros.

Lo que más destaca últimamente del revisionismo es su desembozado socialdemocratismo y chovinismo. Ya ni siquiera se dedican a teorizar para tratar de reinterpretar de nuevo a Marx y a Lenin. Esta labor la han dejado en manos de los apologistas descarados del imperialismo. Ellos se limitan a aplaudir y se muestran muy complacientes con los resultados que aquéllos ofrecen.

Actualmente, los revisionistas han decidido dejar de lado la dialéctica materialista. ¡Menudo estorbo! Les basta con el pragmatismo y el positivismo, superadores de todas las contradicciones y antagonismos sociales del mundo moderno. Algo semejante se puede decir acerca de su concepción política y de su teoría sobre el Estado. Los revisionistas ya no necesitan negar la lucha de clases ni atacar la dictadura del proletariado porque, como se sabe, éstas son cuestiones también superadas por ellos hace ya tiempo. Por eso se han decidido, sin ningún cargo de conciencia, a implantar el Estado de Derecho de la burguesía. ¿Y qué decir de sus tesis económicas? Por lo visto, la explotación y la depauperación creciente de las masas obreras y populares por el capital ya no existe, es un fenómeno del pasado, como lo es, sin duda, el dominio del capitalismo financiero sobre la economía de todos los países y en el plano mundial. El análisis que hizo Lenin sobre el imperialismo (la etapa actual del desarrollo capitalista) resulta una entelequia para ellos. Esta es la razón de que se hayan convertido al liberalismo y que estén presentando esta doctrina como la última palabra de la ciencia económica y social.

Por el momento, el mecanismo de la privatización de las empresas públicas ya se ha puesto en marcha en la mayor parte de los países del Este de Europa, lo cual supone, además del despido en masa de los trabajadores y la explotación intensiva de los que logren conservar su empleo, el mayor y más escandaloso expolio que jamás se haya cometido, ya que, al igual que sucede en los países de más larga tradición económica liberal, sólo serán privatizadas las empresas más rentables. Las demás seguirán en manos del Estado, para que se vea más claramente lo poco eficiente que resulta su gestión. El cuadro se hará todavía más nítido si se considera que los únicos posibles compradores tendrán que ser los capitalistas extranjeros y que el dinero obtenido por la venta de la industria nacional será destinado a pagar la deuda externa que han contraído los nuevos gobernantes en lo que llevan de reforma.

Por su parte, los gorbachovianos han dado vía libre a la economía de mercado y, ante los requerimientos de medidas más radicales para implantarla, responden que se necesita ir despacio. Reconocen que sí, que no es posible estar sólo un poquito embarazada, pero aclaran que todo embarazo conlleva un período de gestación anterior al parto. De modo que no sólo no se oponen a la restauración del capitalismo, sino que la están promoviendo aplicando medidas realistas. Necesitan vencer la resistencia porfiada de los trabajadores y temen, no sin razón, que las precipitaciones pueden provocar un aborto. También esperan la ayuda del capital extranjero en forma de créditos e inversiones (la otra ayuda, la política, propagandística y militar, ya la tienen desde hace tiempo). El problema que se les plantea en este terreno consiste en que ni la URSS ni los países ex-socialistas resultan un buen negocio para el capitalismo financiero, sino más bien una nueva carga que añadir a la desmesurada deuda que mantiene estranguladas las economías de la mayor parte de los países capitalistas. Es evidente que por ahí no existe ninguna salida. Pero los revisionistas la están buscando, al tiempo que hacen todo lo que pueden por acabar de hundir la economía de la Unión Soviética.

Por todos estos motivos se puede asegurar que el daño que han causado no es nada en comparación con el que todavía pueden causar. De ahí la importancia de proseguir la lucha sin concesiones contra la canalla revisionista. En este punto hay que poner mucho cuidado para no dejarse deslumbrar por las apariencias. La lucha política e ideológica a gran escala acaba de comenzar y experimentará todavía numerosos zig-zags o virajes, de modo que resulta inevitable, en tanto no se delimiten claramente los campos, que aparezcan muchas veces confundidos los elementos más dispares y hasta contrapuestos. Además, no debemos perder de vista los efectos negativos que han producido los más de treinta años de predominio revisionista, la confusión que han creado, el desarme ideológico y cultural casi completo de las masas, el descrédito a que han llevado al ideal comunista, etc.

La línea política e ideológica lo decide todo

Se impone una revisión en profundidad de toda la experiencia histórica de la construcción del socialismo y de la táctica de lucha de las fuerzas revolucionarias. Para ello habrán de ser consideradas muy seriamente las aportaciones fundamentales de Mao, quien dijo en cierta ocasión: El que sea correcta o no la línea ideológica y política lo decide todo. Cuando la línea del Partido es correcta, lo tenemos todo: si no tenemos hombres, los tendremos; si no tenemos fusiles, los conseguiremos, y si no tenemos el Poder, lo conquistaremos. Si la línea es incorrecta, perderemos lo que hemos obtenido. Esta idea de Mao ha sido plenamente confirmada en la práctica.

A los dirigentes soviéticos les gusta repetir últimamente su deseo de aprender y de adoptar las experiencias de otros países que puedan resultar válidas para ellos. Claro que se están refiriendo a los países capitalistas y a otros como Polonia y Hungría. De China, todo lo más, aprecian las aportaciones neoliberales de los Deng y compañía. Los prejuicios revisionistas acerca del pensamiento Mao Zedong (del que no conocen más que algunos libelos elaborados para salir del paso) están tan arraigados en los dirigentes soviéticos, que todavía no pasa de ser considerado por ellos como el producto de la mente calenturienta de un nacionalista pequeño-burgués. Es lo que han estado afirmando todos los elementos burgueses y nacionalistas reaccionarios que se habían escudado tras la bandera del marxismo-leninismo para mejor traicionarlo. ¿No va siendo hora ya de arrancarse la venda de los ojos y de someterse a una cura intensiva de modestia? De todas formas, una cosa parece clara: los teóricos academicistas soviéticos no pueden presentarse de nuevo con la pretensión de dar lecciones a nadie.

¿Qué pueden saber de marxismo-leninismo la mayor parte de los miles de funcionarios académicos soviéticos? ¿Pueden estar realmente interesados en desarrollar la teoría revolucionaria? La doctrina de la burocracia (porque ésta, aunque no lo parezca, también tiene su propia doctrina, bien adobada con la economía de pensamiento) siempre ha sido la que establece los postulados del empirismo y del pragmatismo. ¡Nada de aventuras!, proclaman los burócratas revisionistas, entendiendo por tal cualquier experiencia práctica que rebase los límites fijados por los intereses del Estado y cualquier generalización teórica que pueda hacerse de ella. No conceden importancia más que a los procesos ya maduros, que las más de las veces acaban pudriéndose o estallan en sus manos. El marxismo-leninismo es incompatible con la burocracia y repele al pragmatismo estrecho y la escolástica como el aceite al agua. Sólo la clase obrera puede desarrollar el marxismo y está realmente interesada en interpretarlo, aplicarlo y desarrollarlo de una manera creadora, verdaderamente revolucionaria.

El hecho de que el mismo Mister Gorbachov se vea en más de un apuro para demostrar sus convicciones socialistas, arroja bastante luz sobre lo que estamos comentando. Este hombre presume de realismo, ésa es su tarjeta de presentación, pero no puede impedir darse de bruces con la realidad a cada paso. Su percepción de la realidad es la misma que ha tenido siempre la burguesía y, claro está, también su lenguaje es el mismo. Para Gorbachov, el marxismo-leninismo no es más que una ideología del pasado, ya superada e incapaz de explicar y dar soluciones a los numerosos problemas que se plantean hoy a la humanidad. Esta apreciación no ha de sorprendernos, habida cuenta de que sólo se podía llegar a ella después de tantos años de fosilización ideológica oficial. El caracol ha incubado una babosa. Este es el verdadero significado de la revolución ideológica del gorbachovismo.

¿Qué tiene de nuevo ni de original su decantado humanismo, su alambicado discurso neoliberal y su rastrera apología del imperialismo? La llamada igualdad de todos los ciudadanos ante la Ley que pregona, ¿no supone, acaso, la implantación de la desigualdad de hecho, como lo demuestra el restablecimiento de la gran propiedad privada, de las leyes del mercado y de la jungla capitalista? ¿Qué ley va a proteger a los obreros de la explotación, del paro, de la incultura y la miseria? ¿Podrán éstos viajar y tomarse unas vacaciones en los Estados Unidos, aunque la ley no se lo prohíba? ¿Podrán enviar a sus hijos a estudiar a la universidad, aunque, legalmente, tengan derecho a ello? ¿Podrán las mujeres alcanzar algún día la igualdad efectiva con respecto al hombre sin abandonar la cocina a la que han sido nuevamente conducidas, aunque la ley lo proclame?

En el país de los ciegos, reza el proverbio popular, el tuerto es el rey. Lo malo en este caso es que el tuerto tiene la mirada de su único ojo vuelta hacia un tiempo ya muerto y hacia una sociedad periclitada que ya no puede hacer historia.

No puede haber marcha atrás

No vamos a negar la complejidad y la enorme dificultad que entrañan los procesos revolucionarios. Pero los problemas también pueden ser simplificados en orden de importancia. Por ejemplo, casi todos los observadores coinciden en señalar la situación económica tan caótica que se ha creado en la Unión Soviética como la causa principal de la crisis por la que atraviesa. Y esto es falso, como es absolutamente falsa la afirmación que se viene haciendo de que la economía socialista no funciona. Ha funcionado durante más de cincuenta años y aun en los peores momentos de crisis del sistema capitalista mundial (situando a la URSS, a China y a otros países en los primeros lugares del crecimiento del PNB, en el desarrollo de los sectores claves de la ciencia, la tecnología, etc.) y ahora se descubre que no funciona, poniéndose como modelo de buen funcionamiento nada más y nada menos que la economía capitalista de mercado. Y esto cuando, como es bien sabido, más del 80 por ciento de los países de economía liberal se hallan sumidos, sin posibilidad de salir, en el más profundo abismo.

La economía socialista no funciona porque la burguesía la sabotea de mil maneras y no deja que funcione. De hecho, dejó de funcionar a partir del momento en que dicha burguesía se vió con las manos libres para atentar contra el sistema socialista. Este no es un problema nuevo, sino muy viejo. Comenzó a manifestarse desde el primer período de la revolución, y en esa misma dirección siguen apuntando todas las proposiciones y proyectos que vienen haciendo los tecnócratas y liberales burgueses desde las mismas áreas del poder. Por otra parte, ¿cómo se pueden exigir nuevos sacrificios a la clase obrera, a los campesinos y a los demás trabajadores, sin la correspondiente garantía de que todo ello irá en beneficio del conjunto de la sociedad y no de esa misma burguesía saboteadora, de los burócratas corrompidos y de otros muchos granujas? La solución a todos estos problemas que enfrenta el socialismo pasa por la imposición de la dictadura del proletariado. Sólo ésta podrá devolver la confianza perdida de los trabajadores en el sistema socialista y despertar su entusiasmo.

No obstante, algunas de las cuestiones que venimos tratando parece que ya están suficientemente claras o maduras en algunas cabezas. Por ejemplo, es indudable que, para la inmensa mayoría de los trabajadores, efectivamente, no puede haber marcha atrás, no se puede retroceder hacia la restauración del capitalismo (como proponen los sectores liberales y socialdemócratas burgueses en la URSS y en China Popular) sin provocar con ello una hecatombe. También resulta bastante evidente la existencia de la clase burguesa que representan dichos sectores y su lucha por el poder. ¿Acabarán el PCUS y el PCCh por reconocer esta realidad y por impulsar la lucha de la clase obrera en la perspectiva de alcanzar la meta del comunismo? Otra salida a la crisis no hay, por lo que esperamos que no tardarán en darse todas las condiciones necesarias para el cambio o la reestructuración real, verdaderamente revolucionaria, de la sociedad. Esta es la clave para salir del atolladero en el que se encuentran.

A tal fin, resulta indispensable la depuración del Estado y del Partido de los numerosos elementos contra- revolucionarios que detentan posiciones de poder. Sólo que... (y aquí reside el meollo del asunto) la depuración no puede llevarse a cabo con los métodos del pasado. Se requieren métodos políticos, es cierto, mas ¿excluyen dichos métodos el empleo de la coacción contra los reaccionarios más recalcitrantes? ¿Para qué sirve, entonces, el Estado? Hay que ejercer sin vacilaciones la dictadura de clase sobre la burguesía pro-imperialista; de lo contrario, será ella la que terminará por imponérsela a los trabajadores, tal como ya ha ocurrido en otros países. Además, no creemos que haga falta insistir mucho acerca de la imposibilidad de convencer con ideas y argumentos a toda esa gente, lo mismo que resulta imposible convencer a un gato (sea éste blanco, negro o pardo) con buenas palabritas para que se comporte y no se coma el pescado.

La burguesía y su ideología no podrán ser suprimidas por decreto ni con la apelación, pura y simple, a los métodos violentos y administrativos. Esto está más que demostrado. Sin embargo, constituye una prueba de flagrante irresponsabilidad, un crimen imperdonable de lesa humanidad, permitir que continúe actuando a su antojo, saboteándolo todo y sembrando la cizaña en todas partes. Esto resulta incomparablemente peor que los torpes métodos empleados por Stalin.

Del Informe Político presentado al Pleno del Comité Central
celebrado en el mes de agosto de 1990

I
Humanismo y lucha de clases

Acabadas mis vacaciones (unas vacaciones bastante agitadas, por cierto, en las que no he tenido ni un momento de sosiego) he de enfrentarme a un difícil dilema: ¿debo seguir contribuyendo a la lucha por el logro de una sociedad mejor, distinta a la actual sociedad burguesa, más igualitaria, humana y solidaria, o por el contrario, abandonarme a la corriente de moda, reconocer que la historia se ha terminado e ir a zambullirme, como un átomo errante, en el magma de la naturaleza? Hasta el lector menos avispado se dará cuenta enseguida que la elección no resulta sencilla.

Aún suponiendo la posibilidad de evasión a una isla desierta del Pacífico, uno se verá siempre obligado a tener que satisfacer determinadas necesidades distintas a las puramente materiales. Puedo prescindir del automóvil, del alojamiento con instalación eléctrica, de algunas ropas y alimentos, pero no puedo prescindir del trabajo ni de mis relaciones sin descender por la escala del mundo animal. Somos según como producimos. La producción es, como se sabe, cada vez más un asunto social, no individual; no trabajamos en la soledad ni aislados unos de otros. Por este motivo se puede decir que el hombre es, ante todo, un ser que labora, que produce los medios de subsistencia necesarios para la vida en cooperación con otros hombres, y que progresa con estas relaciones, las cuales, por su propia naturaleza, tienen un carácter histórico; o sea, que no se detienen nunca en una fase determinada de su desarrollo y cuyo fin no puede ser otro que el de la plena realización del hombre, emancipado de toda forma de explotación y de opresión.

El hombre forma parte de la naturaleza, pero es distinto a ella; por eso no puede desandar el camino que lleva recorrido en su diferenciación del mundo animal. De todas formas, parece poco probable que los trabajadores renuncien voluntariamente a su meta de emancipación social y se dispongan a huir masivamente, cada uno por su lado, a una isla perdida, aparte de que no existen tantas islas solitarias en el Pacífico ni en ningún otro lugar como serían necesarias para que la humanidad pudiera emprender el camino de regreso a la animalidad. Habrá, pues, que seguir adelante (siendo hombre, enfrentando al capitalismo) para llegar a ser cada vez más humanos. Esta conclusión que acabo de extraer de mis reflexiones confirma lo que ya dijera Marx en sus años mozos: que toda la historia de la humanidad no es más que la producción del hombre mediante el trabajo y la lucha de clases, la superación de la necesidad ciega y azarosa mediante la actividad libre y consciente. Al margen de esta actividad no puede haber humanización. De ahí que pueda afirmarse con entera seguridad que dicha actividad constituye la esencia de lo histórico.

II

Los marxistas siempre hemos sostenido que la historia de la humanidad está por comenzar, que aún nos hallamos en la prehistoria, y que aquélla comenzará realmente cuando hayamos acabado con el sistema de explotación capitalista. Pues bien, como es lógico, la burguesía, por su parte, siempre se ha preocupado por dar la vuelta a este planteamiento, procurando hacer aparecer su sistema económico-social como algo eterno. De manera que, no es de extrañar que ahora, en los círculos más reaccionarios no escatimen papel ni tinta para convencer al personal de que la historia ha terminado sin haber comenzado. Como se recordará, no hace mucho tiempo se puso de moda entre los intelectuales tratar acerca del fin de las ideologías. Antes de este final feliz, el fascismo ya había puesto término a la lucha de clases, y ahora, ya vemos, le ha tocado el turno a la historia en toda su dimensión. No se habla de otra cosa. Las interpretaciones sobre el final de la historia y sus equivalentes no son nada nuevo, y se apoyan, como la idea del apocalipsis que predica la religión, en la concepción idealista y metafísica del mundo. Estas interpretaciones reciben gran difusión, particularmente en épocas de crisis de la sociedad, pero con ello no se busca otra cosa, en realidad, sino consagrar lo existente. El progreso siempre es malo y habrá de provocar la ira de Dios, por cuanto tiende a cambiar la naturaleza del hombre hecho de una vez y por todas a su imagen y semejanza. Si Dios hizo el mundo y al hombre en cuatro días, ¿quién puede dudar que con la misma mano puede destruirlo en un abrir y cerrar de ojos?

Sobre estas prédicas reaccionarias ya tenemos sobradas noticias y no nos sorprenden en absoluto. No ocurre lo mismo con otra versión, algo modificada, de esa misma concepción que suele aparecer ataviada con los ropajes más vistosos y hasta revolucionarios. Nos estamos refiriendo a la idea del humanismo en su acepción moderna, renovada por el revisionismo. Los actuales dirigentes soviéticos, con el Sr. Gorbachov a la cabeza, se han erigido en campeones de esa doctrina, sobre la que tienen pensado fundar lo que han comenzado a llamar pomposamente un nuevo orden internacional. Podrá parecer una mera coincidencia el reciente anuncio del final de la historia por los voceros de las multinacionales yankis y la proclama por los dirigentes soviéticos de su nuevo credo, pero nosotros desconfiamos de tales coincidencias. Los objetivos de los imperialistas ya se conocen. El caso de los mandamases soviéticos es algo distinto, dado que se trata de unos conversos. Para los yankis se trata de proseguir con su política de derechos humanos, que tan buenos resultados les ha reportado en su plan destinado a dominar el mundo; los soviéticos se acaban de convertir a la vieja fe siguiendo la voz de su amo. Su humanismo es del mismo corte que el del tío Tom, habiendo tenido que renunciar, para abrazarse a él, no sólo a toda posición política independiente y al internacionalismo proletario, sino también a los principios ideológicos y morales más elementales. Ni el mujik del siglo XIX se hubiera comportado tan servilmente como lo vienen haciendo respecto al imperialismo los nuevos burgueses rusos de finales del siglo XX. Realmente, no es posible caer más bajo, uno siente vergŸenza ajena, se sonroja hasta la raíz del cabello, cada vez que les oye pronunciar sus discursos de eunuco o les ve tomar alguna de sus escandalosas iniciativas. ¿Qué humanidad puede ser edificada sobre un pantano hediondo como éste?

III

Hace ya bastante tiempo que el sistema capitalista alcanzó la última fase de su desarrollo (la fase monopolista financiera o imperialista) y hoy se encuentra, a todas luces, en el límite de sus posibilidades. Todo enfoque humanístico de la sociedad actual ha de partir de este hecho trascendental: el de la agonía del capitalismo como sistema económico-social, de un momento en que se agravan todas sus contradicciones y se desarrolla con fuerza la lucha de clases en la búsqueda de un cambio radical que haga posible un verdadero nuevo orden, distinto del que están tratando de perpetuar los Estados imperialistas. Esta realidad desborda una y otra vez los planteamientos revisionistas y viene a demostrar la vigencia de las ideas revolucionarias del marxismo y, en particular, la concepción materialista de la historia, según la cual, son las condiciones objetivas materiales, el desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas las que, en última instancia, al entrar en colisión con las relaciones de producción ya caducas, exigen y acaban por imponer los cambios necesarios. El humanismo burgués, concebido como código ético o moral, se muestra incapaz de explicar este fenómeno (que opera como ley fundamental de todo el desarrollo histórico) y menos aún de adaptar las conductas al mismo. Por esta razón siempre ha fracasado, cuando no es negado de plano por toda la sociedad burguesa.

Por su parte, los revisionistas también ignoran, en la práctica, esta ley fundamental, al tiempo que procuran supeditar el movimiento obrero a los designios imperialistas so pretexto de preservar la paz mundial o los intereses de la humanidad. Para ellos no cuenta la lucha de clases, niegan que ésta exista, y cuando reconocen su existencia no es por otro motivo sino para intentar suprimirla. En este aspecto se comportan como los fascistas. Otro terreno en el que los revisionistas han volcado siempre su actividad es el que se refiere al desarrollo de las fuerzas productivas (con los resultados que ya conocemos), cuando, en realidad, lo que hace falta desarrollar -y es lo que la situación viene demandando- no es un mayor desarrollo de la industria, la agricultura y el comercio, sino un cambio radical en las relaciones de producción (en la propiedad) que ponga aquéllas al servicio del desarrollo integral del hombre y no de los intereses del capital. Por ese camino que han elegido se va, tal como se está comprobando, derecho al desastre.

Para nosotros, la actividad práctica del hombre no se limita tan sólo a la producción, a sus relaciones con la naturaleza, sino también, y a veces preferentemente, a sus relaciones con los demás hombres, a promover la lucha de clases, la revolución y la transformación espiritual. El conjunto de estas actividades hará aparecer el hombre nuevo, verdaderamente humano, con alta conciencia social y no alienado. Pero para alcanzar esta meta es preciso enfrentar la explotación, no perder de vista jamás la división en clases que se da en la sociedad, así como la lucha de clases como principal motor del cambio. Desde luego, no será con exhortaciones morales o humanistas como vamos a conseguir parar la avalancha ultrarreaccionaria y militarista del imperialismo, sino enfrentándolo firmemente en todos los terrenos (en lo político, ideológico, económico, militar, etc.). Los principios de la lucha de la clase obrera contra la burguesía en cada país y del internacionalismo proletario, imprescindibles para llevar a cabo el combate hasta sus últimas consecuencias (cosa a la que los gorbachovianos han renunciado), son irrenunciables y terminarán por imponerse en todas partes.

Estas ideas y los proyectos revolucionarios que defendemos, contrariamente a como suele presentarlos la burguesía y sus ideólogos, no sólo no se hallan en contradicción con el concepto del humanismo, sino que lo presuponen y lo posibilitan; se podrá asegurar que vienen a ser una sola y misma cosa, puesto que resulta inconcebible el desarrollo de la sociedad y de la evolución física, intelectual y moral del hombre, sin los diversos tipos de revoluciones que se han dado y se seguirán produciendo en el futuro. En resumen: sin revolución socialista y sin solidaridad internacionalista de los trabajadores en la lucha contra el capitalismo y el imperialismo, todo lo que se diga a favor de la humanidad, toda propaganda humanista, no pasará nunca de ser, en el mejor de los casos, mera charlatanería.

IV

Que la restauración del capitalismo en los países del Este de Europa, supone un retorno a la ley de la selva, al sálvese quien pueda y a la política imperialista de las cañoneras, de eso no albergamos ninguna duda. En este sentido, verdaderamente, no se puede negar que se ha producido un retroceso en la historia. Ahora bien, descartada por principio la tesis que asegura la involución de la sociedad en su conjunto a la fase del salvajismo, la cuestión consiste en saber si dicho retroceso podrá mantenerse durante mucho tiempo -cosa que nosotros también negamos- para lo que resulta indispensable descubrir las causas que lo han originado. Desde luego, esas causas aún no están del todo claras.

Los analistas burgueses y otros apologistas del imperialismo coinciden en señalar, como causa principal de este retroceso, la victoria del capitalismo en el curso de la guerra fría, hoy ya superada, con la vuelta al buen camino de la economía de mercado de toda una serie de países. Otros apuntan, sin mucha convicción, al conflicto del Golfo Pérsico, lo cual, según nuestro modo de ver, no deja de ser un argumento bastante flojo, por no decir irrelevante, a la hora de explicar un fenómeno de tal naturaleza. Pues si bien es verdad que, en el primer caso, la restauración capitalista en unos países que ya se habían desviado de la senda socialista ha venido a poner de manifiesto la podredumbre revisionista, no por esto dicha restauración ha redundado en un mayor fortalecimiento y prestigio del capitalismo: ocurre que, tal como habíamos anunciado apenas unos días antes de que se declarara el conflicto del Golfo, la bancarrota revisionista no ha hecho sino agravar aún más la crisis que ya padecía el sistema de la burguesía. En este contexto, era previsible que el primer conato de conflicto serio que surgiera tenía que actuar de detonante de una situación explosiva preexistente.

Así pues, la causa del retroceso, de esa catástrofe a que nos venimos refiriendo, no es otra cosa sino la crisis general, ya crónica, en que está sumido desde tiempo atrás el sistema de explotación. Esta crisis también afecta, como no podía ser menos, a la ideología, a la política, a la moral, etc., de la burguesía, y en especial a aquella parte de la misma destinada a la clase obrera. De ahí, que estallara primero por este lugar, por su eslabón más débil. Nosotros sostenemos -y de ello estamos absolutamente convencidos- que de esta crisis el movimiento revolucionario habrá de salir mucho más fortalecido, dado que la presente situación ofrece todos los elementos necesarios para salir de ella por la vía revolucionaria, es decir, para conducir a un gran número de países (pese a todos los estragos y masacres que aún puede ocasionar el imperialismo) a la revolución socialista. En realidad ya no existe otra alternativa ni ninguna tercera vía para sacar a la humanidad del atolladero en que se encuentra metida, por más que los imperialistas y sus lacayos se empeñen en negarla y en dificultarla.

La misma dependencia de la economía de los países monopolistas del bajo precio del petróleo y, más en general, del expolio de las materias primas, de la explotación intensiva de la mano de obra y demás recursos económicos de los países pobres, resulta muy reveladora de la verdadera situación en que todos ellos se encuentran. Es ese expolio, que les ha permitido mantener hasta ahora los ritmos de crecimiento económico y la alta tasa de ganancia, lo que está en serio peligro y lo que los grandes tiburones de las finanzas están tratando de preservar con su intervención armada en el Golfo Pérsico y en otras zonas calientes del planeta. Mas ni aun así habrán de conseguirlo.

El sistema capitalista está agotado, ya ha cumplido su ciclo histórico y ahora padece de enfermedad senil, por lo que todo intento de prolongar su agonía sólo se podrá llevar a cabo a costa de imponer enormes sacrificios, el hambre, las enfermedades, las guerras y otros tantos azotes a la inmensa mayoría de la población del mundo. Llegados a este punto, ¿qué resulta más humano: hacer de enfermeros del sistema moribundo, o actuar como sus enterradores?

Publicado en Resistencia núm. 14
noviembre de 1990

En defensa del comunismo

El fascismo de nuestra época es el título de un trabajo aparecido en el cuadernillo de Área Crítica (núm. 35) dedicado al debate y a la reflexión sobre los problemas que enfrenta el socialismo. Se trata de una auténtica rareza, de uno de esos textos que hacen época por la originalidad de las ideas que su autor -un tal Félix Rodrigo- ha sido capaz de enhebrar en contra del comunismo. Este es un mérito que no le vamos a negar.

Ya desde la misma entradilla de su escrito, Félix Rodrigo reprocha a los pretendidamente radicales (él lo es sin pretenderlo, como luego veremos) esa simplona ideología frentepopulista que divide el mundo entre el mal, que es el fascismo, y el bien, que es el antifascismo. Y no porque considere que el fascismo ya no existe, sino por la muy sencilla razón -parece mentira que no hayamos reparado antes en ello- de que los antifascistas de antes son los fascistas de ahora o, como él mismo dice: el fascismo son los partidos comunistas, en el poder o fuera de él, y los regímenes socialistas. Esto lo pone entre comillas, pensamos que para amortiguar la contundencia del golpe que nos acaba de asestar. Se supone que existen otros fascismos, con y sin poder -aparte del que acabamos de mencionar- y otros antifascistas, pero de lo que no cabe ninguna duda, según F.Rodrigo, es que ni el fascismo ha sido ni es la expresión política más concentrada de la economía capitalista de monopolio (él se refiere a los viejos espantajos del racismo y el nacionalismo) ni los partidos comunistas, antes de su degeneración revisionista, formaron la vanguardia de la lucha antifascista; menos aún, como se podrá comprender, podrán formarla ahora o en el futuro las organizaciones y partidos comunistas revolucionarios. Por lo visto, éste es un papel que, desde siempre, ha tenido reservado la CIA y otros escuadrones de la lucha por la libertad y la democracia en sus versiones antiguas y más modernas.

Preparado así el terreno, F. Rodrigo ya tiene todo dispuesto para apuntar sus baterías de mayor calibre contra la revolución socialista. Vamos a citar por extenso esta primera parte de su trabajo, pues no tiene desperdicio: Decir que Cuba, la Cuba de Fidel, es hoy un país fascista en el sentido más riguroso y científico del término, seguramente ofende a alguna gente y resulta incomprensible para la mayoría, pues, según el tópico acuñado, allí existe un partido que se dice comunista y un régimen que se proclama socialista, proletario. Es decir, que de la existencia del tópico, Félix R. deduce, en términos rigurosamente científicos, que Cuba y otros países son países fascistas. Pero, por si aún quedara alguna duda, recurre a algunos textos fidedignos de entre los que destaca uno bastante bueno (son sus propias palabras). Se trata, nada más ni nada menos, que de La doctrina del fascismo que lleva la firma de Benito Mussolini. Mussolini -nos alecciona F. Rodrigo- sitúa en el centro de sus argumentos la negación, la anulación de la lucha de clases. Dice que su objetivo es fundir ílas clases en una sola realidad económica y moralí, de tal manera que los intereses de los grupos contrapuestos íse concilien en la unidad del Estado.

El fascismo, como acabamos de ver, no niega la existencia de las clases en la sociedad, (¿cómo puede negarlas, si su propósito es mantener los privilegios de la minoría oligárquica parasitaria?). Sólo pretende conciliarlas. Además, el origen de este problema no se halla en la ideología, no parte de la cabeza de los hombres, como supone Félix, sino que hunde sus raíces en la base económica de la sociedad, de la que ni tan siquiera se le ocurre a F. Rodrigo decir una sola palabra. El descubrimiento de este texto, al que luego volveremos, le brinda a Félix R. la oportunidad de hacer una disparatada analogía con otro (la Constitución de la URSS de 1936) que, según él, toma como centro la negación de las clases y de la lucha de clases. Nos encontramos, pues, ante dos negaciones iguales. Aclaremos por nuestra parte que no se trata de ninguna negación dialéctica, objetiva, sino, simplemente, retórica, demagógica, del mismo estilo de las que ya hiciera el fantoche italiano.

¿Reconciliar o acabar con las clases?

Salta a la vista la fallida tentativa que acaba de realizar Rodrigo para asociar dos concepciones que ni de lejos se parecen. No obstante, creemos necesario hacer algún comentario al respecto, por más repugnancia que ello nos produzca. F. Rodrigo es incapaz de comprender -acaba de demostrarlo- la radical diferencia en que están planteados los términos de este asunto. En un caso se refiere, remitiéndose a Mussolini, a la anulación de la lucha de unas clases que existen, enfrentadas, en la sociedad; habla de su conciliación en la unidad del Estado, en tanto que, por otra parte, como el mismo Félix R. no puede dejar de reconocer, en el caso de la Constitución Soviética, al igual que en los múltiples documentos de la época, se insiste en que, por aquellas fechas, la URSS es ya un país socialista donde no existen las clases antagónicas, lo cual resultaba en buena parte cierto. No hay que perder de vista que, en el socialismo, el antagonismo no desempeña el mismo papel que en la sociedad capitalista. Además, por aquella época, como es bien sabido, Stalin -el anticristo- había logrado suprimir algunas cabezas burguesas; no todas, como se había propuesto, pero sí había reducido su número considerablemente, por lo que resultaba lógico suponer, dada, además, la carencia de experiencias anteriores en estas lides, que ya no volverían a reproducirse, al menos, con la rapidez y la extensión que lo han venido haciendo en la Unión Soviética. Este fue un gran error, tenemos que reconocerlo. ¿Podía Mussolini aspirar a hacer algo semejante con la clase obrera? Aunque se lo hubiera propuesto, que no es el caso, no podría haberlo hecho, y eso porque, entre otras cosas, el sistema capitalista que él trataba, a su modo, de mantener en pie no puede existir sin su negación, sin el proletariado revolucionario que, tal como acabamos de comprobar, ya había comenzado a demolerlo. El socialismo, y aún más el comunismo, puede prescindir de la burguesía e incluso permitirse el lujo de cometer algunos errores de cálculo con ella; el régimen burgués no puede, ni aún en su fase agónica, imperialista, fascista, desprenderse del proletariado ni por un sólo día y menos aún puede liquidarlo como clase sin hacerse el harakiri.

Félix Rodrigo no quiere o no es capaz de comprender la radical diferencia que existe entre lo que él llama el otro fascismo, y el fascismo común y corriente. La única diferencia que hace notar es que, el otro fascismo, el inventado por él, es más importante. ¿En qué consiste dicha importancia? No lo explica. Desde luego es claro que no puede residir en el hecho de que, mientras los fascistas de viejo y nuevo cuño se han propuesto fundir a las clases en una sola realidad económica y moral, de tal manera que los intereses de los grupos contrapuestos se concilien en la unidad del Estado, los comunistas de ayer y los de hoy, nos hayamos señalado como objetivo acabar con las clases, suprimiendo los intereses (la propiedad privada) que las mantiene enfrentadas y, con ello, hacer posible la desaparición del mismo Estado. Pero quizás se encuentre en la capacidad demostrada (por ejemplo, por Cuba socialista) para resistir al bloqueo, al acoso y a las continuas agresiones que dirigen contra ella los imperialistas yankis, que por cierto, no son nada sospechosos de practicar el racismo, el nacionalismo ni el genocidio dentro de su propio país y contra pueblos indefensos. Puede ser también que sea debida -la susodicha mayor importancia- a las diferencias de poderío económico y militar destinado, en el caso de Cuba, a agredir y mantener explotados y oprimidos a otros pueblos, en tanto que los pobrecitos yankis... bueno, ya se sabe: en realidad no hacen otra cosa que defenderse del peligro que representa para su seguridad nacional la existencia de la revolución cubana, al tiempo que hacen generosos sacrificios para defender la independencia de otros países o liberarlos de la opresión comunista que padecen. Como vemos, este discurso es muy coherente con la clásica división del mundo entre buenos y malos que siempre han hecho los ideólogos del fascismo y del imperialismo, y del que desaparece, como por arte de birlibirloque, toda referencia a las causas objetivas, a los condicionamientos históricos, a las tradiciones políticas y culturales, al mismo grado de desarrollo en que cada país se encuentra, etc.; pero, particularmente, está ausente de ese análisis la causa misma que motiva la lucha: la explotación y la opresión que ejerce la minoría burguesa sobre la inmensa mayoría que forman los trabajadores.

F. Rodrigo quiere convencernos de que su tesis está basada en la concepción de Marx y Engels y presenta a ambos como ajenos o contrarios al comunismo. Bien, no nos vamos a detener a refutar todas las tonterías que se le han ocurrido; eso carece de importancia. Su atención está centrada en demostrar que el comunismo niega la existencia de las clases y sus luchas en el socialismo. Ya hemos comprobado que se remite a los textos de la época de Stalin para corroborarlo; mas esto también lo ha hecho Rodrigo para no tener que reconocer la degeneración revisionista que han sufrido tanto el PCUS como otros partidos comunistas en el poder o fuera de él. Para Félix R. no existe el revisionismo ni jamás ha existido, lo cual le permite meter en el mismo saco a todo bicho viviente. El está dispuesto a admitir la existencia de la burguesía en los países socialistas e incluso dentro de los partidos comunistas, pero ni siquiera se le ocurre pensar en la posibilidad de la existencia de la ideología y de la política burguesa en la sociedad socialista y dentro de los partidos comunistas. De modo que, por primera vez en la historia, nos hallamos ante un fenómeno extraordinario, nunca antes conocido: ante una burguesía que no tiene ideología, que no defiende una cultura muy determinada ni tiene aspiraciones políticas. ¿Tendrá intereses que defender? ¿Cómo, en qué forma se manifiestan las clases y la lucha de clases en el socialismo y en el seno mismo de los partidos comunistas? ¡Ah!... eso es un secreto que Félix R. no puede detenerse a revelar, pues tiene la mente ocupada en demostrarnos la importancia del nuevo fascismo y el gran peligro que éste representa. En esto, como en tantas otras cosas, comparte no sólo la preocupación de la burguesía, sino también su misma concepción.

Si exceptuamos a los revisionistas (verdaderos agentes del imperialismo infiltrados en las filas obreras), toda la burguesía, incluidos los sectores más fascistas y reaccionarios, reconoce la existencia de las clases y de sus luchas, tanto en la sociedad capitalista como en el socialismo. Esto no los convierte en marxistas, en revolucionarios o demócratas. La línea divisoria entre el marxismo (el campo revolucionario) y cualquier variante de la ideología y la política burguesas, en relación con el tema que aquí estamos considerando, no consiste solamente en el reconocimiento, o no, de las clases y sus luchas en la sociedad, sino en la extensión de dicho reconocimiento a la necesidad histórica de la dictadura del proletariado. La burguesía, como es lógico, se siente inclinada -particularmente en momentos de crisis- a adoptar las fórmulas políticas e ideológicas que le proporcionan los fascistas; es más, todo su régimen tiende cada vez más hacia la fascistización, pero jamás podrá reconocer el poder de la clase obrera. Por este motivo lo pinta con los más feos colores, al tiempo que trata de liquidarlo sirviéndose, principalmente, del revisionismo. Para eso necesitan éstos negar la existencia de la clase burguesa y su lucha por el poder: para desarmar a las masas y permitir que luego sean acuchilladas por la espalda. ¿Qué nos está demostrando la experiencia?

No fue Stalin o los stalinistas quienes negaron la lucha de clases ni la dictadura del proletariado, sino quienes les sucedieron, le arrastraron por el fango después de muerto y traicionaron toda la obra emprendida por la Revolución de Octubre. Claro que, sobre este particular, habría que discutir largo y tendido. Stalin cometió numerosos errores, entre ellos, quizás el más importante, consistió en no haber hallado el método para desarrollar la lucha contra la burguesía. Estos errores hay que analizarlos y criticarlos, pero ¿cómo hacerlo, desde qué posición?

Expropiar a los explotadores

Félix Rodrigo utiliza diversas mañas para eludir las condiciones que condujeron e hicieron necesaria la primera revolución socialista y determinaron su forma. En este punto, su juicio no puede ser más subjetivo y parcial. Luego, si el tiempo y el espacio de que disponemos nos lo permiten, mostraremos alguna de las numerosas joyas demagógicas que adornan su fachendoso análisis. Por el momento bástenos con lo que sigue: Si se acepta la tesis marxista de que la división social del trabajo es la causa y raíz de la división en clases, entonces es posible preguntar: ¿cómo puede haber una sociedad donde se da la división del trabajo pero no donde existen clases sociales y, por tanto, lucha de clases?. Esta reflexión le permite tirar de la manta para dejar al descubierto lo que constituye el verdadero objeto de todo su planteamiento. Oigámosle de nuevo: Pero hay más. Los jefes de la URSS en los años 30 no se pararon a reflexionar sobre la existencia de un tipo especial de intelectuales, que no participan en el trabajo productivo, que se diferencian profundamente de las y los proletarios creadores de valor, y que tienen en sus manos las palancas fundamentales de la sociedad: se trata de los miembros del partido comunista. Se suponía que el partido comunista representaba a las masas de una forma tan natural, lógica e indudable como, para Mussolini, el partido fascista encarna, por mecanismos menos místicos y de imposible comprobación científica, a todo el pueblo italiano.

Aquí Félix R. confunde dos cosas muy diferentes, como lo son, sin lugar a dudas, las causas o la raíz de la división en clases de la sociedad (fenómeno que se produce de una forma completamente natural en el seno mismo de la antigua comunidad) con una etapa del desarrollo histórico en que las clases existen desde hace mucho tiempo, claramente diferenciadas y enfrentadas; también confunde el origen de las clases con el proceso de su extinción, proceso en el que la expropiación de los expropiadores habrá de jugar un papel esencial. En estos términos estaban planteadas las cosas en la URSS en la época a que se refiere Rodrigo. Es cierto que se cometieron algunos errores políticos y teóricos, como lo fue considerar ya liquidada a la burguesía como clase, que se ignorara la existencia de la contradicción entre el trabajo manual y el trabajo intelectual, la contradicción entre la ciudad y el campo y otras contradicciones mucho más importantes y se cargaran las tintas sobre la cooperación entre los obreros, los campesinos y los intelectuales. En nuestra opinión, esto último obedecía más a una necesidad inmediata que a un planteamiento teórico serio. No obstante, ¿se puede extraer de todo ello las conclusiones a las que ha llegado Rodrigo? ¿En qué se asemeja la idea que preconiza la unidad, la fraternidad y la cooperación de los trabajadores para edificar una sociedad más justa e igualitaria, con la demagogia fascista acerca de la comunidad de intereses entre el trabajo y el capital, por ejemplo? Félix R. hace verdaderos alardes de arte confusionista al pasar por alto el hecho casi insignificante de que, por aquella época, en la URSS ya había sido suprimida la propiedad capitalista y la de los terratenientes. Claro que, como luego veremos, él traslada, con su arte de magia característico, los defectos multiplicados de la propiedad privada capitalista a la función del Estado socialista. Mas ¿acaso no existe la propiedad del Estado capitalista? ¿No existe en la sociedad burguesa la división del trabajo? ¿No existen los intelectuales que no participan del trabajo productivo, las sanguijuelas y otros muchos parásitos? ¿No existen aquí las clases y la lucha de clases en su forma más aguda, antagónica? Y si es así, como sostenemos nosotros, ¿por qué razón habría de ser la Unión Soviética, en los años 30, más fascista que cualquier Estado capitalista? ¿Por qué razón habrá de ser hoy Cuba socialista menos democrática que los Estados Unidos o que la esperpéntica monarquía española?

La idea cardinal que defiende F. Rodrigo en su escrito es que la burguesía surge, en el socialismo, de la división social del trabajo, y no, como sostiene el marxismo-leninismo, de la pequeña propiedad y de las relaciones de producción directa o indirectamente vinculadas a ella. Pero aun dando por buena su tesis, habría, al menos, que reconocer la existencia de una intelectualidad propiamente burguesa por su posición social y por su ideología; es decir, unas capas sociales que no participan del trabajo productivo ni, mucho menos, de la ideología fascista que inspira y alienta al partido comunista. Nosotros consideramos que es de aquí, de esos sectores sociales, de donde salen los elementos burgueses que nutren las filas de los partidos revisionistas y socialdemócratas. Pero a F. Rodrigo no se le ocurre siquiera pensar en la existencia de dicho sector. Además, al hacer de la necesidad del partido (lo cual llega a reconocer sólo como vanguardia ideológica) y del hecho de que en su seno aparece la nueva burguesía la principal contradicción de toda sociedad postrevolucionaria, está negando las verdaderas contradicciones fundamentales que se dan en el socialismo, las que determinan la existencia de la clase burguesa y la lucha de clases: la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción, así como la que existe entre la base económica y la superestructura política e ideológica. ¿Cuál es la raíz de dichas contradicciones sino la permanencia de las desigualdades y del derecho burgués que se manifiestan en la división y organización social del trabajo, en la distribución según categorías profesionales o en la cantidad y calidad del trabajo realizado, etc.? El socialismo hereda del capitalismo ésta y otras muchas contradicciones y problemas que no pueden ser resueltos más que de forma gradual y por saltos, a través de un período relativamente largo; o sea, procediendo a continuos ajustes para adecuar las relaciones de producción a las fuerzas productivas (de modo que esto facilite su desarrollo), así como la superestructura política, ideológica, jurídica, etc., a la base económica. Esto se hace tanto más necesario cuanto más rápido es el desarrollo de las fuerzas productivas, para lo cual se exige, entre otras cosas, tensar todas las fuerzas, movilizar a las masas, proseguir la lucha contra la burguesía, poner en juego todos los factores políticos, ideológicos y morales del comunismo.

La división social del trabajo en la sociedad moderna no es más que el resultado, o una de las muchas manifestaciones, de la contradicción fundamental que enfrenta a las fuerzas productivas con las relaciones de producción, y su solución depende, en todos los casos, del establecimiento de hecho, y no sólo de derecho, de la propiedad de todo el pueblo. Por tanto, la propiedad privada, cuya existencia o necesidad se sigue dando en el socialismo, forma el caldo de cultivo de la burguesía, y la lucha por erradicarla constituye la primera manifestación de la lucha de clases. Félix Rodrigo habla de las contradicciones pero, en realidad, él las elude por medio de frases. Este es el rasgo más sobresaliente del romanticismo, como ya hiciera notar Lenin: Tomar la contradicción de intereses (profundamente enraizada en el régimen mismo de la economía social) por la contradicción o el error de una doctrina, de un sistema, incluso de las medidas tomadas, etc. El estrecho horizonte del 'Kleinbürger' [pequeño burgués] que se halla al margen de las contradicciones ya desarrolladas y ocupa una posición intermedia, de transición entre dos antípodas, se une aquí a un ingenuo idealismo -casi estamos por decir al burocratismo-, que explica el régimen social por las opiniones de los hombres (especialmente de las autoridades) y no inversamente (Obras Escogidas, t. II).

El intelectual colectivo

Pero hay más, sí, hay mucho más: Los jefes de la URSS en los años 30 ¿no eran al mismo tiempo jefes del Partido Comunista? Y los miembros de este partido ¿eran todos intelectuales que no participaban en el trabajo productivo? ¿Representaban los jefes, al menos, a la masa de los militantes intelectuales? En este punto de su discurso demagógico, embustero y tramposo, los duendes del inconsciente le acaban de jugar una mala pasada a Rodrigo. Nosotros no tenemos nada que objetar a esa definición de los militantes comunistas como un tipo especial de intelectuales. Es la definición que hizo Lenin en su conocida obra ¿Qué hacer? Félix R. debe haber leído esa obra; es seguro que la ha leído, de lo contrario no habría escapado de su mente esa magnífica definición. Sólo que, claro, una vez que ha hecho uso de ella para arrimar el ascua a su sardina, procura inmediatamente darle la vuelta. Entonces no aparece Lenin (en realidad, Lenin nunca aparece, Lenin es otro de los grandes satanes de esta historia, al que no hay siquiera que mencionar) sino Gramsci, cuando dice que el Partido es una minoría que es capaz de conservar un corazón puro y una voluntad firme y que los comunistas pertenecen a una categoría de hombres que se distinguen claramente del resto de la humanidad y tienden a constituir una aristocracia del espírituí. O sea, que de intelectual, si por tal entendemos la inteligencia, la claridad de ideas, el elemento consciente, nada de nada. Todo es espíritu, corazón puro, voluntad firme.

No es casual que F. Rodrigo haya querido demostrar a través de Gramsci (el gran teórico revisionista italiano, tan celebrado por la burguesía) todas las necedades que a él se le han ocurrido escribir sobre los comunistas y su partido. ¿Por qué no cita el Manifiesto Comunista de Marx y Engels? ¿No se proclama marxista? En ese otro texto podrá encontrar abundantes ideas sobre esta materia como, en general, sobre todo lo que escribe basándose en los clásicos del fascismo y del revisionismo. Si no quiere citar a Lenin, porque le da repelo, ¿por qué no recurre a Marx y Engels? No lo ha hecho porque no ha podido encontrar en ellos nada que pueda ayudarle en este terreno para utilizar su autoridad en contra del comunismo.

¿Cuál es la posición de los comunistas con respecto a los proletarios en general?, preguntan Marx y Engels en el Manifiesto, y he aquí su respuesta: Los comunistas no forman un partido aparte, opuesto a los otros partidos obreros.

No tienen intereses que les separen del conjunto del proletariado.

No proclaman principios especiales a los que quisieran amoldar el movimiento proletario.

Los comunistas sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en que, por una parte, en las distintas luchas nacionales de los proletarios, destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado, independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en las diferentes fases de desarrollo porque pasa la lucha entre el proletariado y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento en su conjunto.

Prácticamente, los comunistas son, pues, el sector más resuelto de los partidos obreros de todos los países, el sector que siempre impulsa adelante a los demás; teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja de su clara visión de las condiciones, de la marcha y de los resultados generales del movimiento proletario. El objetivo inmediato de los comunistas es el mismo que el de todos los demás partidos proletarios: constitución de los proletarios en clase, derrocamiento de la dominación burguesa, conquista del poder político por el proletariado.

Y bien, ¿qué tiene esto que ver con la aristocracia del espíritu, con la aristocracia del poder, de la riqueza y de la fuerza que nos atribuye el pobre espíritu de Félix Rodrigo, apoyándose en las ideas fascistas y de otros elementos de su misma calaÑa como Gierek o Deng Siaoping? Además, repárese en que Marx y Engels se refieren en todo momento a los comunistas en su relación con los proletarios en general y con los otros partidos obreros, lo cual resultaba lógico en una época en que los campos entre el proletariado revolucionario y la burguesía todavía no habían sido claramente delimitados y la lucha política e ideológica contra los enemigos de clase no se había trasladado al terreno del marxismo; hecho que sólo ocurriría más tarde, a partir de la victoria completa del marxismo sobre las demás corrientes del pensamiento socialista en las filas obreras. No obstante, las ideas de Marx y Engels, desarrolladas posteriormente por Lenin y Mao, se han mantenido, en lo esencial, inalterables.

Félix Rodrigo se refiere a los partidos comunistas en el poder o fuera de él, como el más importante fascismo de nuestros días. Desde luego, uno se siente perplejo y un tanto acongojado al verse acusado de ese modo, sin haberlo comido ni bebido. En fin, allá él con su propia conciencia (si es que la tiene). Ahora, lo que no vamos a permitir es que pase de matute su mercadería. Porque, vale que nos cuelgue el sambenito de intelectuales y que niegue nuestra condición de currantes; pase también que ignore los palos y cornadas que recibimos a diario de los actuales dueños del poder; todo eso será recompensado el día en que podamos elevarnos sobre las espaldas de nuestros semejantes y hacer valer nuestra verdadera cualidad aristocrática, nuestro poder y nuestra riqueza... Pero negar que antes de que lo consigamos, los trabajadores habrán de enfrentarse a otros enemigos mucho más privilegiados y fascistas que nosotros, los comunistas, eso es algo que en modo alguno podemos permitirle.

Distinguir a los falsos y a los verdaderos comunistas

Félix Rodrigo hace referencia a la, según él, más importante contribución de Mao Zedong a la ciencia social, sintetizada en la conocida frase del líder chino sobre que se está haciendo la revolución socialista, sin embargo no se comprende dónde está la burguesía. Está justamente dentro del Partido Comunista. Este hombre cita sin saber lo que hace. No comprende que esa misma importantísima contribución la hace Mao para introducir un poquito de luz en las cabezas vacías como la suya. Mao advierte que la burguesía se halla, en los países socialistas (y no sólo en éstos), dentro del Partido Comunista; nos alerta contra la infiltración burguesa que socava y degenera al Partido, pero no dice nunca, en ninguna parte (tal como lo quiere presentar F. Rodrigo), que el Partido Comunista y los comunistas mismos sean burgueses. ¿Acaso Mao no fue un comunista convencido? ¿Contra quién está alertando Mao en esa cita: contra los comunistas o contra la burguesía?

Mao siempre insistió en que los revisionistas son los representantes de la burguesía dentro del Partido. Es más, argumentaba que, en realidad, dichos representantes constituían una ínfima minoría, dado que la inmensa mayoría de los cuadros y militantes de filas del Partido eran obreros y trabajadores, gentes honradas que necesitan y aspiran a hacer la revolución. Aún así, no hay que subestimar a los revisionistas, ya que, como está suficientemente demostrado, llegado un momento, pueden hacerse con el poder y conducir al partido y al país por la vía de la degeneración y la restauración capitalista. Es esto lo que ya ha ocurrido en numerosos países. Pero Félix R. no reconoce el revisionismo, en ningún momento habla de él, y atribuye a los comunistas todos los crímenes cometidos por la burguesía, camuflada de comunista, contra la revolución y contra las masas populares.

Esto puede ocurrir porque los trabajadores todavía no han aprendido a distinguir a los revisionistas de los verdaderos demócratas y revolucionarios. Nosotros podemos contribuir a hacérselo conocer, tanto en la teoría como en la práctica. Pero lamentablemente, tendemos con demasiada frecuencia a identificar el revisionismo con una o varias personas, perdiendo de vista u olvidándonos muy a menudo que se trata, ante todo, de una ideología y una política cuya influencia se halla bastante extendida entre los mismos trabajadores. La diferencia consiste en que las masas, por lo general, no son conscientes del carácter burgués de esa política e ideología y se dejan embaucar muchas veces por ella; en tanto que los líderes revisionistas, como agentes que son de la burguesía y el imperialismo, sí saben, y desde un principio, a qué intereses de clase corresponde y a dónde conducen todas las ideas y los planes que preconizan. Muchos de ellos han estudiado marxismo -de una manera muy peculiar, es cierto- y aprovechan la buena fe y la ignorancia de la gente para conducirlos a la claudicación o al matadero. Los revisionistas siempre abogan por los proyectos razonables, que prometen resultados inmediatos, tangibles; ocultan o niegan la importancia de los objetivos y los verdaderos problemas y dificultades que habrán de encontrar los trabajadores en el camino que conduce a su emancipación, y, claro está, tampoco los preparan para que puedan enfrentarse a ellos con éxito. Adulan a los sectores más atrasados y se apoyan en ellos para combatir y aislar a los revolucionarios y hacer retroceder a los sectores más avanzados. Prometen mucho sin exigir ningún esfuerzo. Así se ganan a las masas; en esto consiste su táctica, su ciencia de combate contra el comunismo. Saben de antemano que de otra manera se verían desbordados, que la burguesía y el imperialismo no les prestaría apoyo ni los promovería (como han venido haciendo) y que, consiguientemente, no podrían hacer carrera. Los revisionistas han estudiado el marxismo y saben cuánto mienten y en interés de qué clase lo hacen. El prestigio que hayan podido ganar en otro tiempo les permite mantener el engaño, hasta que el desarrollo de las contradicciones y de la lucha de clases les obligue a decantarse claramente y a arrancarse la máscara: tal ha sido el caso de Carrillo y otros personajes de su misma calaña. En otros países, como en la Unión Soviética, este problema se presenta con otras características, pero en esencia la política del revisionismo y sus resultados vienen a ser los mismos. Cuanto más hablaban del comunismo -caso Jruschov y compañía- más frenéticas se hacían sus actividades en pro de la restauración del capitalismo. Ahora han decidido prescindir de su coartada y se han lanzado como locos a toda velocidad por el camino que aquéllos emprendieron. Esta carrera les ha hecho aparecer ante los ojos de todo el mundo en una posición realmente ridícula: no son comunistas, porque no quieren serlo, pero tampoco son capitalistas, porque no pueden. Ni tienen plan ni tienen mercado. Han perdido el alma en la carrera y ahora se van a dejar hasta los fondillos de los calzones. No son proletarios ni pueden ser burgueses. No son ni carne ni pescado; se han convertido en un híbrido repelente que repugna a la burguesía imperialista de todos los países -que los desprecia y se burla de ellos- y son maldecidos hasta por su propia madre. El proletariado los odia desde lo más profundo, por todo el mal que le han causado.

Ellos, los revisionistas modernos, son los responsables directos de todos los desastres y de los numerosos crímenes que se han cometido contra nuestra clase y la humanidad entera. Si Félix R. acusara a los revisionistas, nosotros tendríamos poco que objetar a su análisis. Pero él trata de rematar la obra de aquellos atribuyéndosela a quienes más les hemos combatido. ¿A cuántos comunistas honestos, verdaderamente marxistas-leninistas, han condenado al ostracismo o han enviado a la cárcel y a la muerte, en nombre de la defensa de unas ideas que, como se ha demostrado, ninguno de esos rufianes ha compartido nunca? Ahora, al fin, se han descubierto, han caído todas las máscaras. Pero Félix R. no se quiere dar por enterado. Su propósito deliberado no es otro que el de hacer aparecer a las víctimas como victimarios; a la burguesía y sus secuaces los quiere confundir con los comunistas revolucionarios. Este es un truco muy viejo y muy gastado.

Sobre un pretendido 'poder directo de las masas'

Esta es una fórmula milagrosa que nos ofrece Rodrigo para conjurar lo que llama la copia del fascismo, en cuanto a la teoría sobre cómo organizar el Estado, que él atribuye, de manera especial, a la revolución cubana. Veamos lo que dice: En este asunto es necesario captar la diferencia fundamental que existe, entre las posiciones de Marx y Engels sobre cómo debe ser la dictadura del proletariado y lo que Castro propugna. Aquellos, tomando como ejemplo la Comuna de París, se pronuncian a favor del poder directo de las masas para ejercer la dictadura sobre la burguesía. Precisamente, lo que constituye la enseñanza más fundamental extraída por Marx y Engels de la experiencia de la Comuna de París, de 1871 (la necesidad de destruir el viejo Estado de la burguesía para poder edificar otro Estado nuevo sobre las ruinas de aquél), Félix R. lo suplanta por esa suerte de poder directo de las masas para ejercer la dictadura.

El poder que Rodrigo preconiza es un poder sin Estado, o mejor, un poder contra todo tipo de Estado. Lenin dedicó toda una obra e incontables artículos y trabajos teóricos a poner en claro este importantísimo problema. No citaremos aquí todos estos trabajos de Lenin por no hacer excesivamente largo este comentario. Sólo diremos que la concepción de Marx y Engels está en la misma base del nuevo Estado que fue creado en la URSS. Sin embargo, las cosas se desarrollaron de forma muy distinta a como Lenin, al igual que Marx y Engels, habían previsto en un principio. El hecho de que esto sucediera así no se debe a un fallo o a un error de la concepción comunista, sino a otros factores completamente ajenos a dicha concepción. Félix R. olvida, por ejemplo, la guerra civil y la intervención de las potencias imperialistas; pasa por alto el atraso, la penuria, la incultura y el aislamiento internacional de la revolución con que se encontraron los bolcheviques al terminar la guerra. Para él nada de eso cuenta. Quiere un poder directo de las masas en momentos en que éstas no tienen otra preocupación que sobrevivir a la destrucción y a la muerte provocada por los imperialistas y sus secuaces; quiere una democracia pura e inmaculada en medio de la destrucción y la masacre provocada por el capitalismo y se olvida, claro está, de lo único que, como en el caso de la Cuba actual, puede garantizar el verdadero ejercicio del poder por los trabajadores: su armamento.

¿En qué país capitalista, sea éste de régimen fascista o de democracia representativa, ha procedido el Estado a entregar las armas a los trabajadores? ¿De qué obra o teoría fascista han copiado los dirigentes cubanos la idea del armamento general del pueblo? ¿Contra quién empuña éste las armas, si no es contra la burguesía del gran imperio del Norte que amenaza con ahogar en sangre su independencia y sus conquistas revolucionarias? Supongamos que la revolución mundial se hubiera desarrollado como Marx, Engels e incluso Lenin habían pronosticado, sin más precedentes que la Comuna; supongamos también, por un instante, que tanto en el caso de la URSS como en el de Cuba, la revolución socialista no se hubiera visto cercada, bloqueada y agredida continuamente por poderosas fuerzas burguesas internas y externas. ¿Habría necesitado desarrollar un aparato policíaco y militar como el que ya conocemos y restringir no sólo la libertad política, sino también el nivel de vida a que tienen pleno derecho todos los trabajadores? ¿Y quiénes son los verdaderos responsables de que las cosas hayan sucedido de manera distinta a como estaba previsto? ¿Acaso Stalin, en su día, u hoy Fidel? Si fuera así, habría que suponerles mucha más maña y poder (un poder realmente infernal) del que habitualmente se les atribuye y, por tanto, estaría más que justificado el culto de las masas a sus personas. La historia es un fenómeno demasiado complejo para que transcurra, en todo, según los pronósticos, y nadie, ningún país, ningún partido, clase o individuo puede sustraerse a ella o escurrir el bulto para fabricarse otra a su gusto. Nadie, ninguna fuerza en el mundo, es capaz de desviar la historia del curso efectivo que ha seguido y habrá de seguir en el futuro. Sólo podemos intentar comprender ese curso para adaptarnos mejor a él, aprendiendo de los errores del pasado. Claro que no es lo mismo mirar hacia adelante, cuando se marcha por una ruta inexplorada (donde los errores de apreciación sobre los tiempos, las distancias y los esfuerzos y dificultades para recorrerlas suelen ser frecuentes), que dirigir los ojos hacia atrás, por el camino ya recorrido, desde la perspectiva que ofrece la experiencia. Es justo y necesario hacer el balance a fin de extraer conclusiones y enseñanzas que alumbren el presente y el futuro del movimiento revolucionario, que no lo ensombrezcan más de lo que ya hace la burguesía. Sin embargo, no es eso lo que hace Rodrigo en el trabajo que comentamos.

Según su tesis, la revolución soviética tendría que haberse dejado liquidar, ya desde los primeros días, a manos de los guardias blancos o haber capitulado, antes de ofrecer resistencia, frente a los ejércitos nazis. Lo mismo tendría que haber hecho el pueblo cubano frente a los imperialistas yankis que buscan colonizarlo y esclavizarlo de nuevo. Y eso en aras de la pureza del ideal revolucionario. ¿O es que Rodrigo supone que los intervencionistas y la contrarrevolución interna habrían respetado la libertad libremente expresada en las urnas y todas las demás maravillas de la democracia formal, a la que no puede ni debe entregarse ningún país pobre, arruinado y destruido por la explotación y la guerra? ¿La han respetado en Nicaragua?

Con eso no queremos decir que debamos recurrir, en la lucha contra la burguesía y el revisionismo, a métodos ya superados o que la experiencia ha demostrado que son erróneos. Sobre este particular, Félix R. se pierde en un sin fin de generalidades e ideas abstractas que no dicen nada o dicen muy poco. Ha mencionado la más importante contribución de Mao Zedong a la ciencia social, pero luego retrocede de nuevo hacia más allá del siglo pasado. Las tesis filosóficas y políticas que expone Mao (después de analizar las experiencias de la URSS y las de su propio país para resolver las contradicciones sociales de distinto carácter que se siguen dando en el seno de la sociedad socialista) no le interesan en absoluto, y no le interesan porque están hechas desde el punto de vista de la ciencia y de la posición de clase revolucionaria del proletariado que representa el comunismo; y él no está ni por la ciencia ni con el proletariado revolucionario, y menos aún -como se podrá comprender fácilmente- con el comunismo. No le interesan los problemas reales que enfrenta actualmente el movimiento revolucionario. El quiere ser original a toda costa, deslumbrar con una fraseología fácil, plagiada de los peores libracos.

Publicado en Área Crítica núm. 36
Marzo-Abril de 1991

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