El régimen ha vuelto a sus orígenes

L. Carmona y A. Lafuente
Antorcha núm. 8, mayo de 2000

Tras la mascarada electoral del 12 de marzo, el régimen de los monopolios ha bajado un peldaño más en su crisis; uno de los pilares políticos en que se basó el fascismo constitucional, la integración en el de la izquierda reformista, se ha venido abajo, aislada y despreciada por quienes en teoría formaban su base social, trabajadores y juventud. La alharaca de los peperos por su mayoría absoluta no ha tardado en dejar paso a la preocupación que embarga a todos, políticos institucionales, poderes oligárquicos y analistas del régimen, por cómo dar un mínimo de credibilidad a sus maltrechas instituciones. En estas condiciones, todo está en cuestión: estilos de gobernar, campañas electorales, formas de control de las masas, diferenciación de los partidos constitucionales, ideologías de corte tradicional, relaciones con las burguesías nacionales.

Que el régimen se enfrentaba a la cita electoral del 2000 seriamente tocado de su ala izquierda era algo sabido por todos. Pero que haya recibido el mayor corte de mangas por parte de las masas desde los inicios de la Reforma y que los socialfascistas y sus nuevos acólitos de IU hayan acabado hundidos en esas cloacas donde tanto les gustaba chapotear, es algo que escapaba a sus cálculos. Los propios felipistas confiaban en que la amplia red de clientela político-económica tramada durante la década de la infamia salvaría, por lo menos y aunque fuera desde la oposición, la apariencia de bipartidismo; por otro lado, el intento de reflotar a los anguitistas atándolos al carro de los GALosos, vendría a reforzar su maltrecha imagen. Pero era mucho pedir que estos vendidos tuvieran ni siquiera la capacidad de relegitimar a esta canalla, como hiciera Carrillo con la Reforma. De esta forma, lo único que han conseguido ha sido irse todos por el desagüe.

Nuestro llamamiento a dirigir el filo del boicot contra los grandes estafadores de Izquierda Unida se ha revelado como todo un acierto político; estos babosillos formaban el eslabón más débil de la ya de por sí endeble cadena de engaños que estaban tramando para volver a las masas al redil de la ilusión reformista. Una vez descubierto que a estos miserables ya no les quedaba ningún capital que aportar al régimen (ni siquiera el nombre y el prestigio del comunismo, que ya se los pulió su compinche Carrillo) ni ningún apoyo de los trabajadores que vender, todo su montaje se vino abajo estrepitosamente.

Una crisis crónica

Puestos a buscar culpables de tan intranquilizadora situación, peperos y anguitistas al alimón han encontrado en los felipistas su chivo expiatorio por cómo entraron a saco en su democracia, dejándola hecha un asquito. Pero habría que recordar que quienes auparon en el gobierno a los socialfascistas deprisa y corriendo en 1982 fueron los militares golpistas y los grandes financieros europeístas, agobiados por la crisis política y económica y por la presión del amplio movimiento de masas combinado con los golpes de las organizaciones guerrilleras. No, la crisis del régimen viene de mucho más atrás; más aún, nunca han salido de ella. Como decíamos ya en 1977 en El 'suarismo' y la crisis del reformismo: El 'suarismo', no sólo supone una adaptación del fascismo a las nuevas condiciones, sino que también viene a prolongar la crisis que arrastra el régimen desde mucho tiempo atrás haciéndola crónica, una cosa normal y corriente; lo que, en cierto modo, supone una superación de la anterior crisis para ir a caer en otra mayor y mucho más profunda. Como ya ha explicado repetidas veces nuestro Partido, lo que se destaca, sobre todo lo demás, de esta nueva crisis en la que ha entrado el régimen, es la inclusión en ella de todos los partidos y grupos políticos reformistas.

Que esta nueva crisis se pondría de manifiesto en primer lugar por el lado reformista del régimen era algo cantado. Bastaba ver cómo se produjo su integración en el nuevo fascismo constitucional: plegándose incondicionalmente y a la vista de todo el mundo a las exigencias del sector de la oligarquía que a mediados de los 70 encabezó la Reforma; ni siquiera pudieron hacer la famosa ruptura que, por lo menos, habría servido para salvarles la cara. La crisis del régimen de Franco, agonizante ante los golpes de un cada vez más radical e incontrolado movimiento de masas, les tenía pillados a todos.

Por un lado, los sectores más poderosos y conservadores de la oligarquía financiera, el ejército y la Iglesia, sólo darían su visto bueno al cambio si se les garantizaba la pervivencia y el control de los resortes fundamentales del aparato fascista de poder, incluyendo, además de los económicos, los militares, policiales y judiciales; por tanto, nada de depuraciones o juicios por lo pasado, nada de ajustes de cuentas por la corrupción, las torturas, los asesinatos o la guerra sucia, nada de que desaparecieran la policía política, las leyes de excepción y los tribunales especiales; a lo máximo que llegaron fue a cambiarles de nombre.

Al mismo tiempo, los partidarios del cambio sólo podían permitir la integración de carrillistas y socialfascistas si se les garantizaba la absoluta lealtad de éstos al nuevo régimen y que, por tanto, la influencia que aún tenían sobre un sector de las masas no iba a ser movilizada en ningún caso para restar poder a la clase dominante y sí para frenar el movimiento y para aportar una cierta base social que respaldase las medidas represivas y de explotación que estaban preparando los sucesores de Franco; de ahí las continuas renuncias que se vieron obligados a hacer -más los carrillistas, puesto que los sociatas eran un invento alemán de nueva creación- en cuanto a ideas (lo más fácil, pues el PCE era revisionista hasta la médula), símbolos, proclamas, planes de futuro, etc.; de ahí también sus condenas y movilizaciones contra la lucha de resistencia y su apoyo a la actuación de policías e incontrolados coaligados contra ella. Pero, claro, esto suponía, a su vez, que los partidos reformistas entraban en la nueva etapa constitucional a cara de perro y, por tanto, restándose apoyos de esas mismas masas que constituían su único capital político; con un movimiento revolucionario empujando y jugándose la vida por un verdadero cambio democrático, que les vinieran a ofrecer una milonga de democracia no iba a colar y sólo podía terminar con que les volvieran la espalda.

En Grecia y Portugal, para no ir más lejos -decía el Informe Político presentado por el camarada Arenas en el II Congreso de nuestro Partido, celebrado en junio de 1977- se produjo esa llamada ruptura, y hoy se habla de que hubo allí hasta una revolución. Los monopolistas pueden continuar así engañando, explotando y oprimiendo a los trabajadores de esos países en nombre de la 'democracia' y del 'socialismo'.

Algo parecido andaban buscando los revisionistas y otros como ellos en España: una maniobra política que no los pusiera más al descubierto en su colaboración con los explotadores y que les permitiera maniatar a las masas, mantenerlas sumisas y engañadas. Las condiciones necesarias para que tal maniobra pudiera ser llevada a cabo eran la conciliación del pueblo con el fascismo y el que los revisionistas tuvieran controlada a la clase obrera llevándola a la legalidad, encuadrándola en el Sindicato policiaco del régimen. Pero ni una sola de estas condiciones han podido cumplir los carrillistas y por eso ahora tienen que conformarse con el triste papel de auxiliares de la Guardia Civil y de sostenedores de la 'reforma' hecha directamente desde el poder. Y concluía más adelante:

Está muy claro que no era ése el objetivo perseguido por ellos, pero tampoco pueden ya aspirar a otra cosa. Por eso se han desenmascarado totalmente, al comprender que en realidad no tienen ningún margen de maniobra. Hoy aparecen ante los ojos de todo el mundo con sus verdaderos y repulsivos rostros de lacayos.

Nada mejor para el monopolismo que poder dominar, explotar y oprimir a las masas populares haciéndoles creer, como sucede en otros países, que es por su bien o para marchar hacia el socialismo. Este es el sueño que siempre han acariciado los monopolistas españoles. Por eso se puede decir que el fracaso de la camarilla carrillista es, ante todo, un fracaso político de la propia oligarquía, a la que queda atada definitivamente. Este fracaso no favorece en nada sus planes de continuar dominando por mucho tiempo.

Una larga 'transición' hacia las cloacas

La suerte estaba echada desde el principio de la Reforma para carrillistas y felipistas, que habían ligado sus destinos a la suerte del régimen constitucional y, por tanto, debían prestar su apoyo incondicional, y hasta de choque frente al movimiento de masas, a cuantas medidas tomaran los monopolistas para salir de su crisis política y económica.

Recordemos que mientras las masas se echaban a la calle exigiendo Amnistía y libertad y estallaba la indignación general y las manifestaciones violentas en protesta por los crímenes del nuevo régimen democrático, como el asesinato en 1976 de cinco obreros en Vitoria, y de dos estudiantes, cinco abogados laboralistas en Madrid y siete trabajadores en las jornadas pro-amnistía de Euskal Herria un año después, sociatas y carrillistas llamaron a la calma y a no caer en provocaciones, a aplaudir a la policía en nombre de la reconciliación nacional. Cuando el movimiento obrero había logrado imponer los derechos sindicales y hacía uso de ellos en un movimiento huelguístico sin precedentes en contra de los recortes salariales impuestos por una crisis económica que registraba una inflación de más de un 20 por ciento, PSOE y PCE firmaban en 1977 los Pactos de la Moncloa que recortaban sensiblemente los derechos de los trabajadores y comenzaban la larga carrera de despidos y precariedad laboral. Cuando nuestro joven Partido en solitario denunciaba la catadura fascista y criminal del suarismo, los lacayos revisionistas y sus entonces agentes sindicales denunciaban a la policía a nuestros militantes o apoyaban las campañas de intoxicación de la prensa parapolicial dirigidas contra los GRAPO. A cambio de tan rastrera labor, los socialfascistas recibían los parabienes de los sectores más negros de la oligarquía y el Ejército y el apoyo económico de la Banca.

Nada de esto logró frenar la ofensiva de las masas que precisamente en los años 1978 y 1979 logran cifras récord en cuanto a huelgas y que castigan a las instituciones y partidos del fascismo coronado con una abstención electoral del 31'6 por ciento. Esto supuso, al mismo tiempo que el fin de la UCD del falangista Suárez, la desaparición de todos aquellos grupos de izquierda que se habían puesto a la cola del carrillismo y que él mismo iniciara una cuesta abajo que sólo la formación de IU lograría frenar por algún tiempo.

La crisis del régimen (la nueva crisis porque estaba afectando muy directamente a su ala izquierda), seguía su marcha inexorable y sin salida, como lo demostró la intentona golpista del 23-F y el aupamiento precipitado al poder del PSOE. ¿Qué decir que no se haya dicho hasta ahora de la década de la infamia? Es verdad que el régimen de los monopolios logró un respiro, más bien un aplazamiento en el estallido de la crisis, por los diez millones de votos que arrancaron con trampas y engaños. En 1997, recién subido el Aznarín a la poltrona gubernamental, decíamos resumiendo la etapa de los GALosos:

¿Cómo mantener en pie el tinglado democrático que habían montado con tantos esfuerzos y contorsiones? ¿cómo continuar la guerra sucia contra el movimiento de resistencia popular sin que se note mucho? Esto han podido hacerlo con toda impunidad, utilizando como pantalla la coartada democrática y parlamentaria, pero han llevado la cosa tan lejos, han tensado hasta tal punto la cuerda y han sido de tal envergadura sus fracasos, las bestialidades y chapucerías que han cometido (y esto es todo lo que a sí mismos se reprochan), que ya no van a poder seguir haciendo lo mismo conservando puesta la máscara democrática. De ahí que tengan necesidad de actuar a cara de perro, de legalizar el terrorismo de Estado, la tortura, los asesinatos y el robo como antes de la reforma lo habían estado haciendo. Es esto lo que comienza a manifestarse últimamente. Por lo demás, no hay que perder de vista que el margen de maniobra política que les había proporcionado la reforma y la irresistible ascensión de los socialfascistas del PSOE ya se han reducido considerablemente. Esta es una de las causas que les está llevando al enfrentamiento.

Con la banda de asesinos y ladrones felipistas ha sucedido lo que pronosticamos cuando se instalaron en los ministerios. Era claro para nosotros ya entonces que esa pandilla no había sido promocionada por la propaganda y el dinero imperialistas y aupados finalmente por los golpistas del 23-F para servir a la democracia, sino para que continuaran el trabajo sucio que en aquel momento no podían hacer directamente los fascistas y espadones que se mantenían entre los bastidores desde los que movían todos los hilos. Esta fue la misión que les encomendaron: intentar sacar al régimen de la profunda crisis intensificando la represión y el terrorismo de Estado, poniendo en marcha los planes de reestructuración económica, intensificando la explotación de los trabajadores, despojándolos de todos sus derechos y conquistas y metiendo al país en la OTAN. Y pusieron inmediatamente manos a la obra, sólo que, como era también de prever, cobrando por ello su justo precio. Lo que no sospechaban es que, de esa manera, se les iban a caer encima todos los palos del sombrajo; o sea, que en lugar de resolver la crisis que padecían mediante el terrorismo y la corrupción asociada a él, la iban a agravar todavía mucho más hasta hacerla prácticamente irreversible, pues como ya dijimos que sucedería, de esa forma los socialdemócratas y demás compañeros de viaje quedaban supeditados completamente al régimen, del que ya no podrían prescindir y al que tampoco podrían dejar de unir su propia suerte. De ahí que hayan formado en torno suyo ese lobby de intereses financieros, de ahí también la lucha cada vez más feroz que está manteniendo este nuevo grupo con los otros grupos monopolistas, la lucha por el reparto del botín, por las áreas de poder y por el control de los instrumentos mediáticos capitalistas.

Este análisis, que avanzó nuestro Partido hace ya bastante tiempo, se ha confirmado en la práctica y viene a suponer, como también explicamos entonces, el rasgo más destacado o definitorio de la crisis que ahora padecen, lo que, a fin de cuentas, les impide salir de ella, pues carecen, porque lo han quemado en un tiempo récord y de la peor manera, del equipo de repuesto que necesitan con suficiente prestigio e influencia para engatusar de nuevo a las masas con nuevas promesas de cambio y de sustituir al más que raquítico e inestable equipo de Aznar (En el camino del IV Congreso del Partido, Informe presentado por Arenas al Pleno del C.C.).

Una vuelta atrás sin futuro

Tres años después de esta declaración y tras los resultados de las elecciones del 12 de marzo, las formas del sistema político en España parecen haber vuelto atrás, a sus orígenes del más puro fascismo. El PP se ha erigido en partido único, un conglomerado de fascistas de viejo y nuevo cuño ligados estrechamente, ¡y ya sin pantallas que lo disimulen!, a los poderes fácticos (financieros, militares, iglesia); en él se concentran todas las políticas de derecha, centro e izquierdas que hoy pueden hacerse, como en su tiempo ocurría con el Movimiento fascista. Por falta de intermediarios políticos, el Aznarín se ve obligado a negociar directamente con los llamados agentes sociales (mafias patronales y sindicales) las medidas de sobreexplotación económica, como si hubiera resucitado el Sindicato Vertical franquista. Los ministerios, sobre todo los económicos, vuelven a abrirse a los representantes de las oligarquías vasca y catalana, a cambio de olvidarse de sus veleidades independentistas. Y la izquierda tradicional, simplemente, no existe. Este ha sido el triste resultado del tránsito de más de veinte años por la senda democrática y constitucional; con una diferencia esencial con respecto a los comienzos de la Transición: han quemado las alternativas y los cambios en el camino. Es una vuelta atrás, pero sin futuro.

No se puede decir que la oligarquía haya estado estos últimos años pasiva, limitándose a embolsarse los billones de las privatizaciones y las exportaciones de capital y viendo impotente cómo se le hundían los palos del sombrajo. De hecho, los cuatro años de gobierno de los peperos los ha aprovechado para poner orden en sus filas y, por lo menos, acabar con las peleas de tiburones que estaban en el trasfondo de las trifulcas políticas y el destape de todas las canalladas de los felipistas. Fusiones bancarias, pactos televisivos, alianzas financieras de grupos ayer enemigos encarnizadosé era de prever que terminaran por ponerse de acuerdo: Los grupos monopolistas más fuertes o mejor situados -decía el Informe Político presentado al IV Congreso- acabarán por imponerse a los otros, contando con el apoyo más o menos directo de sus socios financieros extranjeros, y al final, como ha sucedido siempre que los caballeros han librado una batalla, la hierba quedará aplastada bajo los cascos de sus caballos; es decir, serán las masas populares, y en particular la clase obrera, las que tendrán que pagar -ya lo están haciendo- el festín de los vencedores y aun cargar con los platos rotos. Sólo que en esta ocasión, las masas se han negado a asistir al torneo y a respaldar a los escuderos socialfascistas, dejando aislado en su fiesta al régimen de los caballeros. No es de extrañar, por tanto, que esta vez los platos rotos los hayan tenido que pagar felipistas y anguitistas.

En todo este carnaval del 12-M no contaban con un factor nuevo: las masas han echado por la borda los últimos restos de ilusiones reformistas y, por consiguiente, estaban en mejores condiciones para recibir los planteamientos de boicot y lucha de las organizaciones políticas del movimiento de resistencia.

Hace la friolera de 12 años, en octubre de 1988, decíamos en Resistencia núm. 8 (La reconversión política) a propósito de los desmanes de todo tipo que estaban perpetrando los felipistas: Todas estas condiciones están elevando la moral de los trabajadores y su grado de conciencia política, a la vez que van creando muy buenas perspectivas para el trabajo de organización del Partido. Aún así, y apreciando esta tendencia en todo su valor, no podemos dejar de tener en cuenta toda una serie de factores que vienen lastrando el desarrollo del movimiento: en general, se sigue notando (y seguramente se hará notar durante algún tiempo) la resaca producida por la frustración de las ilusiones reformistas y las falsas alternativas. Esta resaca, así como la propia situación económica, el miedo a perder el puesto de trabajo, la desorganización que aún predomina en el movimiento obrero y popular, el incremento de la represión y, sobre todo, la propia debilidad del Partido, son factores que pesan sobre el ánimo de las masas y que condicionan la marcha del trabajo político y orgánico. Pues bien, esta situación se puede decir que ha sido superada; así lo han confirmado no sólo los resultados de las urnas, sino y sobre todo, el resurgir del movimiento obrero y estudiantil que se observa en los últimos meses. Este es el factor humano que la oligarquía no ha tenido en cuenta y que tantos quebraderos de cabeza está dándole.

De esta manera -dice el Informe Político aprobado en el IV Congreso- se ha cumplido lo que veníamos anunciando: con la integración en el régimen de esas pandillas de estafadores políticos, éstos no sólo unían su suerte a la del régimen fascista, sino que, además, el propio sistema se debilita al privarse de una alternativa de izquierda para los tiempos difíciles. Este es el profundo significado de la crisis política en la que están todos sumidos y de la que no saben cómo salir, lo que les ha conducido finalmente a emprender una huida hacia atrás, a un regreso a los orígenes fascistas, prescindiendo de todas las máscaras y apariencias democráticas para actuar a cara de perro. Así se ha cerrado un ciclo completo, que nos devuelve a la misma situación de partida, sólo que en condiciones políticas, económicas, sociales, etc., mucho peores para todos ellos. Ha bastado un poco de lucha obrera (Gijón, por ejemplo), otro poco de represión indiscriminada (estudiantes en Madrid), junto con algo de memoria (de la guerra sucia) en un contexto de empeoramiento de las condiciones de vida de los trabajadores, a lo que se ha añadido un poquito de firmeza y de audacia por nuestra parte para que la mucha frustración acumulada durante estas décadas salga a la luz y dé al traste con todos los planes del régimen.

Debemos terminar con otra cita sacada del Informe del IV Congreso porque nos remite a las perspectivas que la crisis abre para todos, el régimen y las propias masas: Se puede asegurar que vivimos en medio de una crisis política permanente que no puede encontrar solución dentro de este régimen o que sólo podrá desaparecer con el régimen que la ha generado. Este es el verdadero estado de la Nación, el estado natural del régimen creado por Franco y heredado por el rey y toda su corte, de manera que, por paradójico que parezca, sólo en la crisis se puede mantener este régimen. Por eso no quieren ni podrán salir de ella, no les interesa, les resulta más rentable mantenerla para justificarse y aplastar las demandas populares. De ahí que se pueda decir que se han instalado en la crisis, ya que ésta es su elemento y sin él les resultaría muy difícil vivir. Este enfrentamiento frontal casi permanente del sistema con las masas populares y esa contradicción consigo mismo es lo que explica la prolongación de la crisis, para la que no existe ninguna salida hasta que las masas obreras, actuando unidas y por claros objetivos políticos, de clase, no modifiquen la actual correlación de fuerzas que les resulta desfavorable.

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