La lucha contra el revisionismo

Mate Zalka
Comisión de Relaciones Internacionales

El revisionismo no es un fenómeno local ni temporal, sino que alcanza a todos los países capitalistas del mundo desde el mismo origen del imperialismo. No importa la forma que adopte, ya que necesita cambiar de discurso, renovarlo periódicamente, para seguir infiltrado entre las filas revolucionarias. Si antes era corriente escuchar que los revisionistas pretendían actualizar un marxismo que -según ellos- se había quedado caduco, hoy no es extraño comprobar que aparentan ser los más fieles guardianes de la ortodoxia, e incluso invocan su fidelidad a Stalin para demostrarlo.

Pero sea cual sea su forma, los revisionistas cumplen siempre su papel de agentes infiltrados de la burguesía dentro de las filas comunistas para sembrar la confusión y desviar al proletariado de la línea revolucionaria. Es imposible luchar contra la burguesía sin desenmascarar al mismo tiempo a los revisionistas. No podemos consentir que sus maniobras queden encubiertas para preservar una supuesta unidad porque, como dijo Lenin, no cabe ninguna forma de unidad con ellos.

Nunca se insistirá bastante sobre la importancia de mantener la lucha más intransigente contra el revisionismo. Ciertamente, ésta es una batalla muy larga, y en el transcurso de la misma, el revisionismo ha sido desenmascarado ya muchas veces. Sin embargo, otras tantas veces ha vuelto a reaparecer recubierto con distintos ropajes y presentando algunas variaciones sobre los mismos temas. La burguesía también aprende y busca la mejor manera de engañar a los obreros.

En nuestro caso, la lucha contra el revisionismo cobra un especial relieve por cuanto son ellos los principales responsables del hundimiento del socialismo en la Unión Soviética y en los demás países socialistas. Contra el socialismo no pudieron ni la guerra civil, ni la invasión de las potencias imperialistas, ni los sabotajes, ni el formidable ejército hitleriano en la Segunda Guerra Mundial. Pero lo que el imperialismo no pudo conquistar por las armas, lo consiguió infiltrándose entre las filas comunistas. Por tanto la conclusión debe ser contundente: la primera y más importante lección que cabe extraer de este acontecimiento es que para que el socialismo vuelva a florecer en la Unión Soviética, hay que combatir al revisionismo. Por que no sólo son responsables de su desaparición, sino que también impiden su reconstrucción y se convierten en el mayor obstáculo para la vanguardia del proletariado soviético, al que pretenden confundir y maniatar.

Por eso no es suficiente sólo con combatir a la burguesía: hay que combatir también a todos sus agentes infiltrados y camuflados entre las propias masas. La lucha contra el revisionismo es una lucha en el seno mismo del movimiento obrero: La historia del movimiento obrero -pronosticó Lenin- se desarrollará ahora, inevitablemente, en la lucha entre estas dos tendencias, pues la primera de ellas no es resultado de la casualidad, sino que tiene un fundamento económico (El imperialismo y la escisión del socialismo).

Marx y Engels lograron imponer en el seno del movimiento obrero mundial una ideología científica y revolucionaria, criticando la influencia burguesa en el seno del mismo. Esa influencia siempre adoptó ademanes obreristas, e incluso revolucionarios para mejor desempeñar su tarea de confusión y desviar al movimiento obrero de la línea comunista.

Antes de que el marxismo conquistara a las masas y asentara su dominio en el movimiento revolucionario de la clase obrera, la lucha contra todas aquellas corrientes ajenas al proletariado se libraba fuera del terreno del marxismo. La contradicción con esas tendencias o doctrinas era externa. El marxismo pugnaba por la dirección y no se había convertido todavía en el aspecto principal o dominante de la contradicción, ocupaba una posición secundaria; pero, toda vez que hubo ganado la primera gran batalla a la ideología burguesa y afirmado su predominio en las filas obreras, pasó a convertirse en el principal foco de atracción a la vez que en el blanco principal de los ataques de toda la burguesía, de sus viejos y nuevos enemigos. Fue de esta manera como la lucha se trasladó, desde fuera, al seno mismo del marxismo y del movimiento obrero.

Fracasado en su intento de frenar la propagación del marxismo entre la clase obrera, tras la muerte de Engels, la burguesía se ve obligada a adoptar el marxismo para seguir preservando su influencia. El peor enemigo del marxismo pasó a integrarse en sus propias filas. Los revisionistas hablan el mismo lenguaje de los trabajadores, pero no difunden en realidad más que la ideología burguesa disfrazada de marxismo. Son la avanzadilla de la burguesía entre las filas obreras para impedir el crecimiento de su organización independiente y revolucionaria.

El marxismo se ha desarrollado siempre en lucha abierta contra el revisionismo, contra la ideología y la política burguesa para la clase obrera, lucha que tiene lugar no sólo fuera, sino fundamentalmente dentro, en las propias filas revolucionarias. Por eso los comunistas, y Lenin especialmente, siempre hemos sido acusados de sectarios y de romper la unidad del movimiento obrero, por esa necesidad de deslindar los campos y desenmascarar a la burguesía dentro de nuestro propio seno.

La persistente influencia histórica del revisionismo entre el movimiento obrero sólo puede explicarse porque, como decía Lenin, tiene un fundamento económico porque hay una serie de nuevos sectores sociales que lo sostienen. A diferencia de otras corrientes obreristas del siglo XIX, el revisionismo tiene un nuevo arraigo económico y social en el capitalismo monopolista, tiene unas raíces que es imprescindible conocer para poder combatirlas mejor. Esas raíces no están en determinado país o en determinado partido o en sólo algunas personas que han traicionado al movimiento revolucionario. El revisionismo tiene una magnitud internacional, pues se manifiesta en todos los países del mundo y, al mismo tiempo, es un fenómeno permanente, consustancial al imperialismo.

Su extraordinaria pujanza no se puede explicar sólo por el apoyo que recibe de la burguesía, ni se trata de la degeneración personal de los dirigentes de un partido comunista en un determinado país, porque ya hemos comprobado que afecta a todos los partidos comunistas de todos los países: No es posible explicar -decía Lenin- dichas desviaciones ni como casualidades ni como equivocaciones de tales o cuales personas o grupos, ni siquiera por la influencia de las peculiaridades o tradiciones nacionales, etc. Tiene que haber causas cardinales, inherentes al régimen económico y al carácter del desarrollo de todos los países capitalistas, que originan constantemente estas desviaciones (Las divergencias en el movimiento obrero europeo).

La extraordinaria influencia burguesa y reformista entre el proletariado sólo se explica por la existencia de sectores sociales próximos que asumen esa ideología como la suya propia, y la transmiten y difunden en las filas revolucionarias. Esos sectores sociales son la pequeña burguesía y la aristocracia obrera. La pequeña burguesía es una capa social intermedia entre los monopolistas y los obreros, en una situación económica y política cada vez más débil y precaria. Extensas capas pequeño burguesas se arruinan o subsisten a duras penas en condiciones cada vez más difíciles, con un nivel de vida muchas veces inferior a los obreros, por lo que ven obligados a perder su independencia económica y ponerse a trabajar a sueldo de otro. Aunque se integren entre los obreros, mantienen su mentalidad individualista y burguesa, y pretenden aprovecharse de la fuerza del movimiento obrero para sus propios intereses de clase, difundiendo el pacifismo, la conciliación y la claudicación. Sus posiciones políticas son un reflejo de su inexorable trayectoria social bajo el capitalismo monopolista, que no les abre ninguna perspectiva de futuro.

Pero la situación de la pequeña burguesía no añade nada nuevo a lo que ya era conocido desde el mismo origen del capitalismo y que ya fue también el soporte social del viejo reformismo del siglo XIX. Lo verdaderamente nuevo bajo la nueva fase monopolista del capitalismo es el surgimiento de la aristocracia obrera, verdadero sostén del revisionismo actual. El imperialismo es un régimen parasitario, corrompido y en descomposición, donde la exportación de capitales, el saqueo de las gigantescas riquezas de los países coloniales y las superganancias monopolistas engendran una casta de rentistas ociosos. Este flujo de riquezas también permite a la burguesía sobornar a una parte del proletariado, al que Engels denominó aristocracia obrera. Este sector obrero sobornado es el otro soporte social del revisionismo. Y como bajo el monopolismo las superganancias dejan de tener un carácter esporádico, el imperialismo ha desarrollado todo un sistema permanente de reparto de una parte de ellas entre la aristocracia obrera para mantener alejado al proletariado de la revolución.

No se trata -como los revisionistas mismos han manifestado- de un aburguesamiento del conjunto de la clase obrera de los Estados capitalistas más avanzados, sino de la corrupción de un sector privilegiado y reducido de la misma. Decía Lenin que cuando Inglaterra tuvo el monopolio del mercado mundial a lo largo de todo el siglo XIX, pudo corromper durante mucho tiempo a sus obreros; pero bajo el imperialismo eso no es posible porque son varias las potencias que se disputan la hegemonía mundial y sólo pueden corromper a un pequeño sector de su propio proletariado. Por eso, lo que durante la segunda mitad del siglo XIX fue característico de Inglaterra, el triunfo total del reformismo entre la clase obrera, se extendió a lo largo del siglo XX entre todas las grandes potencias, pero no podía abarcar al conjunto de la clase obrera, sino sólo a un reducido sector de la misma (El imperialismo y la escisión del socialismo).

Por eso el revisionismo es fuerte allí donde el imperialismo es fuerte, obtiene grandes superbeneficios y puede desprenderse de una parte de ellos para corromper a núcleos privilegiados de obreros. Está más desarrollado en las grandes potencias imperialistas y eso les evita tener que recurrir a los militares y a las formas más brutales de represión para sostenerse en el poder, como los países subdesarrollados.

Todas las diversas formas que el revisionismo ha adoptado en la Historia demuestran precisamente el avance de los comunistas y sus éxitos en la dirección de las masas proletarias hacia la revolución. Por eso sus ataques tienen que ser renovados y cada vez más refinados. A la inversa, está también demostrado que la lucha contra el revisionismo desarrolla la ciencia marxista-leninista, la depura de la influencia burguesa y la hace invencible. Es claro por tanto, que el marxismo-leninismo se desarrolla en espiral y el revisionismo también, siguiendo la ley de la negación de la negación.

El revisionismo es el opuesto del marxismo, es su contrario esencialmente distinto, dado que representa los intereses de la burguesía dentro del movimiento obrero. Es en la lucha contra este enemigo que tenemos dentro de casa, que está unido a nosotros y que se infiltra en nuestras propias filas, como tiene lugar el desarrollo del marxismo y del propio movimiento revolucionario.

El desarrollo del marxismo, el leninismo, supuso la negación de la negación, es decir, la derrota del revisionismo. Por este motivo se puede afirmar que sin la traición revisionista no hubiera surgido el leninismo ni éste hubiera podido imponerse en el movimiento obrero y comunista internacional. No obstante, la contradicción y la lucha en el seno del movimiento no sólo no desaparecen por este motivo, sino que se hacen mucho más agudas, pues a medida que se acerca su fin, la burguesía y sus agentes multiplican los esfuerzos para mantener o recuperar el poder y no reparan en ningún medio para conseguirlo.

Los revisionistas esperaron a la muerte de Stalin para desatar su nueva ofensiva y, una vez más, manteniendo su misma naturaleza de clase burguesa, cambiaron su fachada y sus propuestas porque se había producido un acontecimiento histórico demoledor para el imperialismo, como fue la consolidación del socialismo en la Unión Soviética. Fue el avance incontenible del socialismo en la Unión Soviética, los repetidos fracasos del imperialismo por aplastarlo y el enorme entusiasmo que despertó entre los obreros y pueblos de todo el mundo, lo que obligó a la burguesía a maniobrar, a elaborar nuevas teorías y principios que, aunque estaban envueltas en una fraseología marxista, constituyen su más absoluta negación.

El propio éxito de la Unión Soviética, su fortaleza económica, política y social, tuvo su antítesis en la formación de toda una nueva corriente revisionista dentro del PCUS, de los sindicatos y los funcionarios soviéticos. De ahí que hoy, en la lucha contra el revisionismo contemporáneo, resulte imprescindible tener en cuenta esa circunstancia y esas nuevas formas que los infiltrados en nuestro movimiento han lanzado. El revisionismo moderno es algo muy concreto y reciente; podemos decir que tiene nombres y apellidos, porque se desató en el XX y XXII Congresos del PCUS, cuando Jruschov lanzó su falaz crítica a Stalin y trató de imponer concepciones absolutamente ajenas al comunismo, entre las que cabe destacar:

En 1956, precisamente cuando el PCUS estaba en la cumbre de su prestigio y gozaba de un merecido reconocimiento entre los revolucionarios de todo el mundo, los revisionistas lograron hacerse con su dirección y comenzaron la obra de destrucción, primero del Partido y luego de la Unión Soviética.

Es por ello que para la reconstrucción del socialismo en la Unión Soviética es necesario apuntalar de nuevo los principios comunistas que ellos fueron demoliendo subrepticiamente. Y especialmente insistir en que, como los hechos han puesto de manifiesto dramáticamente, bajo el socialismo continúan existiendo las clases sociales con intereses contrapuestos; sigue existiendo la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción; la contradicción entre la base económica y la superestructura política e ideológica y otros tipos de contradicciones.

Por consiguiente, bajo el socialismo es preciso seguir ejerciendo la dictadura revolucionaria del proletariado sobre la burguesía, aplicar una política justa de tratamiento de los distintos tipos de contradicciones, fortalecer el centralismo y la democracia, así como la dirección del Partido Comunista. Ante todo se trata de distinguir claramente a los sectores contrarrevolucionarios, aliados del imperialismo, de aquellos otros que aún teniendo contradicciones con el proletariado, están interesados en que la revolución avance, o no se oponen a ella. Por eso resulta imprescindible poner al frente del Partido y del Estado a comunistas convencidos, a cuadros revolucionarios capacitados y que actúen sin ningún complejo, depurando incansablemente sus filas de elementos dudosos, vacilantes, degenerados, contrarrevolucionarios, oportunistas, liquidacionistas y burócratas corrompidos. Que el Partido se fortalece depurándose es, hoy como siempre, un principio universal del leninismo que la práctica nos recuerda constantemente. Si no eliminamos a la burguesía, la burguesía nos elimina a nosotros.

Pero la depuración no puede llevarse a cabo sólo con métodos burocráticos. Se requieren métodos políticos que, sin embargo, no excluyen el empleo de la coacción contra los reaccionarios más recalcitrantes, porque de lo contrario el Estado resultaría superfluo. Hay que ejercer sin vacilaciones la dictadura de clase sobre la burguesía pro-imperialista; de lo contrario, será ella la que terminará por imponérsela a los trabajadores. No hace falta insistir acerca de la imposibilidad de convencer con ideas y argumentos a la burguesía imperialista.

Sin embargo, el Estado de todo el pueblo al que se refirieron los revisionistas en 1956 presuponía la desaparición de las clases y sus luchas. Ciertamente Stalin había liquidado a la burguesía; pero no pudo ni podía haber acabado con las condiciones económicas y sociales en las que esta clase todavía encontraba un margen para subsistir e incluso desarrollarse; no había acabado ni podía acabar con los gérmenes de la clase burguesa, con su ideología, sus hábitos y cultura, los cuales se hallaban muy arraigados en toda la sociedad, en el Estado y en el propio Partido Comunista; gérmenes de los que, pasado el tiempo, habría de renacer de nuevo la burguesía.

La burguesía y su ideología no podrán ser suprimidas por decreto ni con la apelación, pura y simple, a los métodos violentos y administrativos. Sin embargo, constituye una irresponsabilidad permitir que continúe saboteando la construcción del socialismo y creciendo a su sombra.

En vez de la continuación de la lucha de clases en el socialismo, la revolución interrumpida y la dictadura del proletariado, los revisionistas pusieron nuevamente en un primer plano el ya gastado argumento del desarrollo de las fuerzas productivas. Los jruschovistas y sus continuadores, igual que luego en China los partidarios de Deng Sio-Ping, conciben el desarrollo social en términos de crecimiento económico, prescindiendo de la lucha de clases e incluso de las mismas masas trabajadoras como componente esencial de las fuerzas productivas, para confiarlo todo al poder del capital, a la técnica, a las fuerzas ciegas del mercado y a la competencia capitalista.

Los jruschovistas consideraron que la revolución ya tuvo lugar una vez y que, por consiguiente, en los países socialistas no son necesarias nuevas revoluciones o cambios bruscos para seguir avanzando. Por eso propusieron la línea evolucionista o de cambios graduales, optando por la vía administrativa para aplicarlos, la misma vía que les llevó a separarse de las masas y a recurrir, finalmente, a los tanques. Toda su preocupación estuvo centrada en evitar el caos que, según su opinión, supondría la intervención directa de las masas en la solución de sus propios problemas. De ahí nacen las ideas y los planes reformistas; de ahí la oposición cerrada a todo lo que suponga un cambio real, profundo, radical y verdaderamente democrático, por cuanto ello les obligaría a tener que abandonar los privilegios de que gozan; de ahí también su pretensión de convertir a los obreros y campesinos en meros apéndices, en comparsas de las reformas hechas desde el poder y a la medida de éste.

La dictadura del proletariado significa situar a la política y a la ideología comunistas en las posiciones de mando. No se puede plantear el desarrollo económico y social, como hicieron los revisionistas, prescindiendo enteramente de la lucha ideológica y política contra la burguesía y sustituir esta lucha por los estímulos materiales individuales. Bajo el socialismo el desarrollo de las fuerzas productivas depende, ante todo, de la continuación del proceso revolucionario, el cual sólo se puede llevar a cabo con la participación consciente de las masas y apoyándose en sus propias fuerzas.

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