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Autor:
D Ors, Eugenio
Daireaux, Godofredo
Dalai Lama
Darío, Rubén
Darwin, Charles
Daudet, Alphonse
de Beaumont, Madame
de Burgos, Julia Constancia
De La Púa, Carlos
De Los Ríos, Rodrigo Amador
Defoe, Daniel
del Casal, Julián
del Mármol, Adelaida
Del Valle Rodríguez, Armando José
Del Valle, José Cecilio
Delavigne, Germain
Delgado, Rafael
Delicado, Francisco
Descartes, René
Deshimaru, Taisen
Di Napoli, Ioannes
Díaz Arrieta, Hernán
Díaz Castro, Eugenio
Díaz Covarrubias, Juan
Díaz Garcés, Joaquín
Díaz Rodríguez, Manuel
Dicenta, Joaquín
Dickens, Charles
Dickinson, Emily
Diderot, Denis
Dogen
Domingo Soler, Amalia
Don Juan Manuel
Dostoiewski, Fedor
Dowson, Ernest
Dumas, Alejandro
Dunsany, Lord
Durand, Luis
Duras, Marguerite
Durkheim, Emile
Daireaux, Godofredo
(1849-1916)
Escritor argentino. Hijo de un normando que había hecho fortuna con el café en Brasil, Geoffroy Francois Daireaux (París, 1849 – Buenos Aires, 1916) se establece en la Argentina en 1968, dedicándose a la actividad agropecuaria. Hacia 1883 posee ya tres estancias en Rauch, Olavarría y Bolivar. Compra terrenos e instala almacenes sobre la línea del ferrocarril al Pacífico y participa de la fundación de la ciudad de Rufino en la provincia de Santa Fe y Laboulaye y General Viamonte en la provincia de Córdoba. Por problemas de salud abandona su labor colonizadora y se dedica a la escritura y la docencia. De 1901 a 1903 es Inspector General de Enseñanza Secundaria y Normal. Enseña Francés en el Colegio Nacional. Trabaja en La Nación, colabora en Caras y Caretas, La Prensa, La Ilustración Sudamericana, La Capital de Rosario, y dirige el diario francés L’independant. En su hogar se reúnen artistas como Fader, Quirós, Sivon e Yrurtia. Escribe relatos de costumbres –comedias argentinas, cada mate un cuento, etc.- y tratados como La cría del ganado (1887), Almanaque para el campo y Trabajo agrícola. En París publicó Dans la Pampa (1912). Una escuela de artes y oficios en Rufino, calles en varias ciudades y un partido bonaerense recuerdan su nombre.
Titulo
4032
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"Don Evaristo López, español, madrileño, después de haber gozado, en su tierra, de respetable fortuna, malograda en los pasatiempos que, por todas partes, proporcionan a la gente, en diversas formas, los juegos de azar, había venido a caer, arrollado por la mala suerte, como hoja seca por el viento, en el pueblo de General Álvarez, recién fundado sobre una estación de la línea de Buenos Aires al Pacífico, estableciendo allí una modesta agencia de venta de billetes de lotería, en combinación con una casa de la capital."
A lo que te criaste
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"«¡Sí, señor!, ahí mismo, donde estamos, en este puesto, ha sido la primera estancia, la fundadora. Cuando llegué, el setenta y dos, con el primer arreo que eran dos mil vacas criollazas, elegí ese sitio por la proximidad de la laguna y lo alto de la loma. Hicimos primero una cueva y la tapamos como pudimos con paja, hasta que llegaron las ovejas, tres mil, si me acuerdo bien; venía con ellas una carreta de bueyes, llena de maderas, herramientas y provisiones, y nos apuramos en edificar un buen rancho, bien rodeado de zanjas hondas y anchas, de que todavía se ven rastros y que hacían de él un fortín."
A pie
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"¡Mes de Julio! Días cortos, noches largas, fríos sin piedad, heladas feroces y seguidas, que queman el pasto, hacen tiritar las ovejas, bajo su poncho de lana, y al gaucho, bajo su mantita de algodón. Si el frío aloja un poco, llueve, y después del agua, vuelve el Pampero, que con el cacheteo de sus alas mojadas en las lagunas, le hace lonjitas a uno la cara."
Abuelita (2)
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"Desde que murió «el viejo», como, en su cariño más familiar que respetuoso, solían los hijos llamar al autor de sus días, la familia había pasado por momentos harto difíciles. El campo, comprado al Gobierno a plazos largos, no estaba pago todavía, sino en parte, y si cada año traía consigo su vencimiento inexorable, no siempre traía los medios de aguantar el golpe."
Acriollado
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"Bajo los sauces, el asador estaba plantado, frente a la puerta de la cocina de los peones, y éstos -cinco o seis gauchos- en cuclillas, unos, otros parados, con el cuchillo en una mano y un pedazo de carne en la otra, acababan su frugal almuerzo, antes de ir a dormir la siesta."
Afuera
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"Para el paisano que tiene, por todo haber, su tropilla y su recado, en las palabras: «irse afuera,» caben todas las esperanzas que pueden hacerle concebir el abandono voluntario y definitivo del pago natal, y el éxodo hacia las adormecidas soledades que esperan, para despertar de su letargo, el sonido de la voz humana. Expresa la resolución de dejar tras sí el hogar familiar, donde el sitio se va, cada día, estrechando más, y del cual tienen, a la fuerza, que enjambrar, a su hora, los hijos mayores."
Al sur
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Alberto Dupont, poseído, desde su ya remota llegada a Buenos Aires, del deseo de conquistar, él también, siquiera en parte, la América, soñaba sin cesar, detrás del mostrador de su pulpería, con las lejanas y desiertas tierras de la Patagonia, y con la posibilidad de cortarse en ellas un amplio dominio, de cualquier modo que fuera.
Al tranco
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Durante todo el invierno, las mujeres de la familia han trabajado con empeño para completar el surtido de matras, sobrepuestos, cobijas y ponchos, tejidos con la lana grosera de sus ovejas criollas; y al asomar la primavera, pueden salir los muchachos a vender, por la provincia de Buenos Aires, los productos de la primitiva industria santiagueña.
Amos y peones
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Y Sandalio, despachado, después de cenar, se fue de la estancia, lo más contento de haber cazado un pretexto para hacerse despedir y para recobrar su libertad, enajenada durante todo un mes de conchabo. El espejismo falaz de los treinta pesos del sueldo, encerrados en su tirador, le parecía horizonte sin límite, de vida holgada y ociosa; y se iba galopando, bajo el cielo estrellado de la Pampa, aspirando, con pulmones enanchados por el gozo de sentirse libre, la atmósfera perfumada por los mil yuyos floridos, que pisaba su caballo.
Animales extraviados
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Eran ya las seis de la mañana, y el ternero de la única lechera que, todos los días, ordeñaba doña Tomasa, para las necesidades de la famili a, balaba todavía lastimosamente en el palenque, con el hocico metido en la trompeta, el ojo triste y la panza chupada. Doña Tomasa, lista desde un gran rato para ordeñar, con su balde, su jarro y su banquito en las manos, miraba el campo y repetí a, impaciente.
Antología de Cuentos Costumbristas 1
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"Don Evaristo López, español, madrileño, después de haber gozado, en su tierra, de respetable fortuna, malograda en los pasatiempos que, por todas partes, proporcionan a la gente, en diversas formas, los juegos de azar, había venido a caer, arrollado por la mala suerte, como hoja seca por el viento, en el pueblo de General Álvarez, recién fundado sobre una estación de la línea de Buenos Aires al Pacífico, estableciendo allí una modesta agencia de venta de billetes de lotería, en combinación con una casa de la capital."
Antología de Cuentos Costumbristas 2
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"Algunos, en este mundo, aspiran a cosas imposibles y malgastan su vida esperando en vano que se realicen, muchas veces, por lo demás, sin hacer para ello ningún esfuerzo; otros se contentan con tener una idea bien sencilla y empeñarse en su ejecución y, algunas veces, sucede, no solamente que llegan a ver colmados sus modestos deseos, sino que se divierte la suerte en recompensar su trabajo con inaudita fortuna."
Apodos
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Mal muchacho no era el amigo Baldomero; bastante buen trabajador; esquilador asiduo, conchabándose por día para trabajos de corral, cada vez que lo podía; experto en el manejo del lazo y jinete cual el mejor. Hubiera podido, por cierto, tener muchos amigos, pues era de figura simpática, liberal y generoso; pero tenía la maldita costumbre de nunca dar a nadie el nombre o apellido que, por ley o casualidad, le hubiera caído en suerte, y hasta a los animales los designaba por apodos.
Arreo
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La hacienda comprada ha sido contada y entregada: corren ya por cuenta del comprador todos los riesgos y los gastos, y el capataz encargado de la tropa, conoce demasiado la responsabilidad que pesa sobre él, para no vigilar estrechamente los intereses que le han sido confiados.
Autoridades rurales
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En un rincón perdido de la Pampa lejana, sin agua mejor, sin más montes que en cualquier otra parte, y nada más que por un capricho del dueño del campo, se ha formado un pueblo. ¿Pueblo?, denominación algo pretenciosa para una aglomeración de media docena de casas o ranchos, colocados sin orden, alrededor de una cuadra pelada, titulada Plaza.
Aves negras
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Los tiempos son duros, la plata escasa, el trabajo honrado mal retribuido y la vida cara. En semej ante situación, unos trabajan con más ardor, otros viven de privaciones, todos se empeñan en salvar el paso, a la espera de días mej ores, de abundante cosecha y de comerciomás fácil.
Barreras de cartón
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Apenas está amaneciendo, y de cada uno de los ranchos que, como manchitas obscuras aún, salpican la extensa Pampa, sube en rosca azulada el humo del fuego madrugador. Y mientras hierve cantando el agua para el mate, el paisano extiende sobre las ascuas una buena tajada de carne gorda para el churrasco matutino.
Bodas campestres
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Hacía dos meses que Honorio Quiroga, capataz de campo en una estancia de la vecindad, cediendo a las traviesas solicitaciones de la primavera, se había dejado seducir por los juveniles encantos de Salvadora Palacios. Moza de diez y ocho años, había venido ésta a la estancia, a esquilar, flanqueada, en previsión de posibles peligros, de su madre, doña Gregoria, y de su tía Ignacia.
Bosquejo cordobés
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En cada estación donde paraba el tren, una banda de música mezclaba sus acordes al estrépito de las bombas, y un coro de niños y niñas saludaba con cánticos a su ilustrísima señoría el obispo de Córdoba, en gira episcopal.
Caballo criollo
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En tropel llegan al corral los caballos de servicio, arreados a galopo por un muchacho; con un silbido prolongado en una sola nota, los sujeta en su furia, para que entren más despacio, y no se lleven el corral por delante. Así mismo, quieren todos entrar juntos, y crujen los postes y los alambres, y algo también las costillas, al pasar por la puerta.
Campeada
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El temporal fue terrible; durante tres días y tres noches, el viento, sur neto, cosa rara, castigó sin cesar, con los millones de agujas de una lluvia helada, las haciendas desparramadas sin reparo en la campaña pampeana.
Campos anegadizos
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-Mire, don Tomás, van ocho años que he poblado aquí, y le puedo asegurar que sólo dos o tres crecidas muy pequeñas y pasaj eras he visto, que no han causado ningún daño, porque, como se ve, hay lomas bastantes para, en un caso, salvar las haciendas, no digo de todo el campo, sino también las de todos los vecinos.
Capataces
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Patrón, le voy a tener que pedir licencia por algunos días, porque se ha vuelto a descomponer muy feo, Eulogia; la voy a tener que llevar al pueblito. -¡Otra vez! ¡caramba! amigo; y tanto que tenemos que hacer con la hacienda, en estos días. ¡Qué broma! -¿Qué le vamos a hacer? patrón.
Carne ajena
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-Señor, venía a ver si Vd. me podría dar licencia para hacer un ranchito en el fondo de su campo, allá, en la orilla del cañadón. No lo estorbaría en nada, señor, pues, fuera de unas lecheritas, no tengo hacienda ninguna.
Carne, pan, vino
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Doña Jacinta entró en la cocina trayendo un pedazo bastante regular de pulpa, y avisó a don Ruperto que era todo lo que quedaba de la vaquillona carneada, pocos días antes, para el consumo de la familia. Don Ruperto, sentado contrita el fogón, muy ocupado en llenar el mate por vigésima vez, contestó con indiferencia sin soltar el pucho que tenía en los labios: «Bueno, carnearemos».
Caudillos
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-«Sírvase, don Florencio», dijo don Narciso, alcanzándole un soberbio mate de plata a su vecino Urtubey, que con pretexto de pedir rodeo para apartar unos cuantos animales extraviados, había venido a visitar en su lujosa estancia, al señor intendente municipal, senador provincial, dispensador, en el partido, de los favores fiscales bajo todas sus formas: indulgencia suma en la avaluación de los impuestos, apertura de tranqueras y compostura de caminos, exenciones del servicio militar, autorización tácita para establecer, bajo la protección de la vista gorda de la policía, casas de recreativa extorsión.
Cementerio de aldea
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Entre los llantos desgarradores de la señora y de sus hijos, se colocó el modesto ataúd en un carro de trabajo, ingenuamente adornado con improvisados atavíos de luto, y la fúnebre comitiva emprendió, a trote y tranco, el viaje al pueblito, distante seis leguas de la estancia.
Cercos y caminos
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El sol había desaparecido desde media hora, y el balido de las ovejas, que regresaban al corral, repiqueteaba, melancólico, la campestre oración. La noche se acercaba.
Cerdeada
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A cualquiera que no sepa, le parecerá cosa fácil el cortar la cerda de un animal yeguarizo. Claro: si es un caballo manso, no es grande el trabajo.
Cinco kilos de maní
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Tata, cuéntenos un cuento. -¡Oh! ya no sé cuentos, yo; ¡todos los días un cuento! no tengo más. -Sí, sí que tienes. Siempre tienes cuentos; busca bien. -Mejor será que se vayan a dormir, de una vez.
Colocación de capitales
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En los países nuevos, mientras quedan sin explotar sus riquezas naturales por falta de población y de capitales, la misma tierra, por fértil que parezca, permanece casi sin valor mientras sea imposible sacar de ella los productos que podría dar, y esto, muchas veces, mantiene por un tiempo el error de que ella es la que no sirve.
Compadres
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¡Dios bendice a las familias numerosas! Es este un dicho que, si tiene poco de verdad, por lo menos sirve de excusa a muchos padres imprudentes que se figuran, al parecer, que lo mismo es aumentar su familia como aumentar su majada.
Contrahierra
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Hay gauchos, en esta tierra, a quienes les gusta el trabajo fácil y liviano, la hierra de terneros, de convite y con baile; mariquitas, para quienes los piropos con guitarra y las chanzas con mujeres son las hazañas supremas.
Conversación
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Don Pascual es un gaucho viejo, de estos que quedan como para muestra de las generaciones pasadas, para enseñar a las actuales de que hierro se forjaban aquellas. A los setenta y tantos años, anda todavía buscándose la vida por esos mundos de Dios, vendiendo pan y tortas, con su cascajo viejo tirado por tres mancarrones flacos, haciendo triquitrac, todo el día, en las huellas de la Pampa.
Cosas de antaño
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¿De antaño?... no tan viejas: apenas treinta años. ¡Pero Chivilcoy -y todo, en la República Argentinaha cambiado y crecido tan rápidamente! A más, en la vida de un hombre -y aunque le parezca poco, cuando mira por atrás-, treinta años es un tirón; y de antaño, pues, bien le podemos decir al Chivilcoy de entonces, pobre pueblito de cuatro calles mal pobladas.
Creación
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¿Luis, Ramón, Pedro? nadie se acuerda ya de cómo se llamó en vida; y, sin embargo, bien poco hace que ha dejado de existir, y dura su obra todavía, y mejora y crece a vista de todos, enriqueciendo el país y a sus habitantes, sin excepción, directa o indirectamente..
Cuatreros
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Ladrón que harta bestias, dice, del cuatrero, el diccionario, y el oficio, realmente, parece mandado hacer para el que, en la Pampa, no quiera vivir de su trabajo; pues el que, allí, tenga que robar para comer, no puede casi robar otra cosa que bestias. Con robar bestias, llena, por lo demás, todas las necesidades de su precaria existencia: carne para su mantención, cueros para vender y proporcionarse los vicios, o para cortar las huascas indispensables para su industria.
Cuentos Costumbristas (Daireaux)
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"Por calzadas anchas, de declive suave, baja del castillo feudal, cuya masa sombría de torres altas y macizas se diseña en la cima del cerro, la brillante comitiva del señor y dueño de las diez leguas cuadradas de campos cultivados, bosques y llanuras, que rodean la soberbia mansión."
Cuerambre
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Don Antonio franqueó los lienzos del corral, pasó vista un momento a las ovejas, removiéndolas despacio, y avistando, entre muchos, un capón que le pareció muy bueno, arrolló como lazo, el cinchón de dos vueltas que tenía en la mano, atropelló, en una esquina del corral, la punta de ovejas en la cual iba el capón, y lo enlazó del pescuezo.
Cuerocurtido
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Lo único que quería doña Serapia era que de una vez se cristianara a ese chico. -Así no puede quedar -decía ella-: ¡Infiel, a los ocho meses! Ya es tiempo de hacerlo cristiano.
Curanderos y médicas
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En la galera de Nueve de Julio a Bolívar, subió la pareja, y saludando apenas, se acomodó lo mejor posible en medio de sus canastas y atados, mezquinando las palabras y los gestos con la majestuosa reserva de pontífices en oración.
Desastre
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Cuando llueve, lo mejor es dejar llover, primero porque es lo más fácil y también porque, generalmente, la lluvia es una bendición de Dios para la campaña; pero sucede que se vuelve plaga cuando dura demasiado, inundando el campo, penetrándolo todo de humedad, traspasando el piso de las habitaciones, calando las ropas y el mueblaje, sin que pueda ni dormir en seco la familia, porque el techo del rancho, cansado de tanto sufrir, está lleno de goteras.
Día de reunión
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Don Manuel Fulánez, dueño de «La Colorada», no sabía ya qué hacer para desviar hacia su casa de negocio la corriente poderosa de clientes de la acreditada pulpería la «Nueva Esperanza». En vano, para tratar de amansarlos, había usado de todas las armas conocidas del oficio: les había comprado los frutos a precios
Dicha breve
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Todo en él era largo: la nariz, el pescuezo, la cabeza, el cuerpo, las piernas y los brazos; hasta el nombre y el apellido también eran regulares, pues se llamaba Saturnino Llaureguiberry; pero como pertenecía a la variedad de los vascos flacos, lo conocían exclusivamente por el nombre de Bacalao, y esto a tal punto que si a alguno se le hubiera ocurrido llamarlo Llaureguiberry, es muy probable que no se hubiera acordado de contestar.
Dioses de la Pampa, Los
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“En la falda del Parnaso, bajo la sombra azulada y de vaporosa transparencia de los mirtos elegantes y de los esbeltos cedros que rodean la fuente Hipocrene, una embalsamada tarde primaveral, las Musas, hijas de Júpiter y de Mnemosina, descansaban, recostadas en actitud voluptuosamente modesta, sobre el pasto florido. Escuchaban los mil cuentos con que su divino maestro Apolo, después de la lección, las solía entretener.”
Disparadas
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El montaraz, acosado, puede, en los recovecos de la selva, esconderse sin huir, lo mismo que el montañés, en los escondrijos de la sierra; y, sin fugarse, pueden ambos apelar primero a su conocimiento de la comarca y a su astucia natural, para engañar a los rastreadores y burlar su perspicacidad.
Diversiones amenas
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Impasible, detrás de su mostrador, protegido por una fuerte reja de fierro contra posibles intrusiones -pues la cultura relativa que permite hoy, en casi todas partes, la supresión de estas defensas, estaba entonces, por aquellos pagos, apenas en sus albores-, don Manuel Fulánez contemplaba el espectáculo, monótono para él, que cada día lo presenciaba, fastidioso para el transeúnte indiferente, triste, en realidad, de los estragos morales y físicos que puede producir en el hombre, y particularmente en el hombre algo primitivo, el despacho del alcohol, hecho sin más medida que la capacidad tragadora y pagadora del infeliz parroquiano.
Don Calixto, el dadivoso
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Don Calixto había nacido generoso. Pobre, gran cosa no podía dar, pero se complacía en regalar al que lo pidiese, algo de lo poco que por casualidad tuviese. Algunos -de los mismos, por supuesto, que más lo aprovechaban- lo trataban de infeliz, incapaces de sospechar que su satisfacción en dar era algo igual, si no mayor, a la del pulpero que logra cobrar una cuenta dudosa.
El agregado
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El mayordomo de Laguna Honda continuamente lo retaba a don Pedro Linares, porque admitía agregados en su puesto, asegurándole que, el día menos pensado, iba a quedar comprometido por esa gente dañina, en sus intereses o en su familia.
El arroyo y el cañadón
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"Angosto y transparente, corría el arroyo, con su incesante cuchicheo, sobre su hermoso lecho de piedritas, en mil saltos alegres, entre sus riberas floridas. Extendido en todo lo ancho de la llanura, reflejando las nubes espesas, mudo, dormía el cañadón perezoso, tapado en partes por su sábana de juncos y duraznillos. "
El hombre y la oveja
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"El hombre dijo a la oveja: -¡Te voy a proteger! Y a la oveja le gustó. -Apenas -dijo el hombre- tienes en las espaldas, para resistir al frío, algunas hebras de gruesa lana. Vives en rocas ásperas, donde tienes que brincar a cada paso, con riesgo de tu vida, para buscar el escaso alimento, el pobre pasto que allí crece."
El perro fiel
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"Un perro llevaba en una canasta, para la casa de su amo, un buen pedazo de carne. Por el camino encontró a su pariente el cimarrón, quien entabló con él conversación amistosa."
El tigre y los chimangos
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"Un tigrecito, joven y de poca experiencia, se había fijado que cuando volvía de la caza, los chimangos se juntaban por centenares alrededor suyo, saludándolo con su simpática gritería, mientras devoraba la presa. -Nosotros los tigres -pensaba-, como príncipes que somos, pocos amigos leales solemos tener."
Fábulas argentinas
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Todas las cualidades del autor resaltan en sus páginas. El libro es una hazaña, por otra parte: muchos han intentado, aquí y allá, recoger la pluma de Lafontaine o la de Samaniego; muy pocos han alcanzado una apariencia siquiera de originalidad. Éste es original, y en grado sumo.
Hormiga y la cucaracha, La
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"La cucaracha subió hasta la misma boca de la bolsa, probó un grano, lo tiró, probó varios, probó muchos, mordiéndolos apenas y tirándolos en seguida. Una vez llena, se durmió entre el mismo arroz y lo ensució todo."
La gaviota.
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"La gaviota, como lo sabe cualquiera, nunca se queda muy atrás para ganarse la vida. De gañote algo ancho, de apetito insaciable, poco delicada, le mete pico a cualquier bocado, caiga del cielo o sea pura basura."
La hormiga y la cucaracha
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"Al pie de una bolsa de arroz se encontraron un día la hormiga y la cucaracha. La primera, con cuidado, agarró un grano de los que salían por la costura de la bolsa y con gran trabajo lo llevó hasta su cueva. Volvió, tomó otro, y se lo llevó también; y así siguió sin descanso."
La mariposa y las abejas
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"De flor en flor iba la mariposa, luciendo sus mil colores1, más linda que las mismas flores, más divina que un pétalo de rosa. A cada paso, en sus revoloteos, encontraba a las abejas, atareadas siempre, siempre afanadas."
Linda cría
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Don Manuel era extranjero; había venido como inmigrante a probar fortuna en esa Argentina tan ponderada hasta por los mismos, a veces, que habiéndose quedado en la ciudad -la gran desviadora de voluntades y aniquiladora de fuerzas productoras-, han dejado en ella la cola, y como el zorro de la fábula, quizás anhelan ver a otros sufrir la misma suerte.
Lo criollo
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Don Victoriano Ortiz, al tranco sosegado de su crédito, penetró con don José, el resero, en el rodeo de sus vacas -unas mil cabezas-, parado en una lona medanosa, y caminaron ambos, despacio, entre el oleaje de grupas y de astas, tratando el resero de no pisarse en sus cálculos y de darse buena cuenta del estado de los animales y de su valor, y Ortiz, de remover delante él los novillos más grandes y gordos.
Lomas y cañadones
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Muchos años hacía que el viejo ya no andaba más a caballo y que, postrado en su silla, pesaroso, fumando y tomando mate, se lo pasaba contemplando el dilatado horizonte; percibía apenas, en el entorpecimiento del ocaso, el vuelo silencioso, el misterioso roce de las fugitivas horas postreras de su vida; vida forzosamente ociosa, pero no inútil, ya que era ella el centro de atracción que conservaba compacta a toda la numerosa familia.
Los clientes del comisario
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Don Samuel Álvarez, comisario del naciente pueblo «La Colmena», era un criollo neto, nacido y criado en el campo. Hacendado, en otros tiempos, hoy arruinado por la política, había sido reducido, para vivir, a aceptar el puesto que sus mismos contrarios le ofrecieran, convencidos de que una vez convertido y contenido por la necesidad, sería
Los huevos de avestruz
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En aquellos pagos, ya muy poblados y relativamente cercanos a la gran ciudad de Buenos Aires, hacía tiempo que no se veían avestruces, cuando inesperadamente corrió la voz de haber aparecido uno, hembra, al parecer.
Mañana
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Día más, día menos, ¿qué importa?, ¿qué es un día en la vida? Y don Pedro, suavemente amodorrado por esa idea, antes de decidirse a emprender cualquier trabajo, dejaba pasar los días, sin darse cuenta de que al caer, sin ruido, uno encima del otro, pronto forman la semana, y que fenece el mes, sin que se sepa cómo.
Mañas
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Don Nicolás Santillán tenía una especialidad singular: todos los animales de su propiedad salían mañeros. El hombre no era mal gaucho, al parecer; sabía domar, enlazar, desollar un animal, como cualquier otro, pero sería perseguido sin duda por la suerte, pues no sólo nunca podía conseguir un caballo sin maña, sino que hasta las mismas ovejas se le volvían resabiadas; y de sus hijos mejor es no hablar, pues eran los peores de la marca; sin contar que, desde chicos, empezaban a ser, ellos también, maestros para formar animales mañeros.
Manchas en el horizonte
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La Pampa es como el mar, siempre igual y siempre diversa. La vela de un bote de pesca, un soplo que riza las olas, o el viento que las agita, la tenue faja de humo del vapor que se aleja, un rayo de sol, la nube que pasa, bastan para hacer del mismo paisaje marítimo, cuadros distintos.
Marcas de fuego
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Desde pocos momentos, un forastero, al parecer español, y, -por el traje, -seguramente pueblero, había atado al palenque su caballo, antes de entrar en la pulpería.
Matufia
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Después del confortable almuerzo, se fue don Narciso a siestear, y se sentaron a la sombra de las preciosas aromas que rodeaban la estancia don Carlos Gutiérrez, hacendado de la vecindad, don julio Aubert, francés acriollado y mayordomo de una gran estancia vecina, y un vasco, ovejero rico de por allá, que llegado a comprar carneros, a la hora de almorzar, había sido convidado por el dueño de casa.
Mayordomos modelos
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¡Qué buen mayordomo era ese don Eliseo que, tanto tiempo, estuvo en la estancia! ¿Mayordomo? La verdad es que, por el sueldo tan exiguo, más bien era un simple capataz, encargado, sí, de la estancia cuando no estaba el patrón, pero con tan pocas prerrogativas que difícilmente las hubiera podido lucir.
Mestización
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Cuando nos acercamos al palenque, nos salieron a recibir media docena de perros, ladrando con todas sus ganas, y nos pudimos dar cuenta, una vez más, que todo, en la Pampa, se va mestizando muy ligero, pero que la especie perruna, si se ha mestizado, ha sido hasta ahora, burlándose de la ley racional del perfeccionamiento continuo.
Milagros de la Argentina, Vol I
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"En la inmensa llanura entapizada de pajonales matosos, traicioneros encubridores de vidas acechadoras y de muertes ignotas; sin más atenuación a su tétrica soledad que unas cuantas miserables chozas de techo de paja perdidas entre los juncales, existió, por mucho tiempo, una estancia misteriosa. Ocupaba una pequeña loma, larga y angosta, rodeada de cañadones sin fin y oculta, casi siempre, entre brillazones engañosas La llamaban «la Colorada» "
Milagros de la Argentina, Vol II
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"Pasto puna, duro, tieso, ralo, amargo, blancuzco, insubstancial; paja cortadera de lindo aspecto, largas cintitas verdes elegantemente arqueadas, con sus penachos plateados hermosamente floridos, que da sombra y reparo contra los vientos fríos y los temporales, pero que no se puede comer; paja brava, verde como albahaca, en matas tupidas que convidan..."
Milagros de la Argentina, Vol III
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"Allá por 1865 más o menos, José Leporelli, almacenero al menudeo, ganaba buenos pesos con su negocito, y como tenía muy desarrollada la virtud de la economía, iba amontonando despacio una regular fortuna."
Miserias merecidas
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Junio, recién; y ya se cortan en puntas las ovejas. Mala seña, piensa don Martín, al recorrer el campo de pasto duro que recién ha poblado, y al encontrarse, por todas partes, con pequeños grupos de diez, de cinco, de dos ovejas, flacas y sin fuerza.
Mixturas
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Había mucha sequía; ni una gota de agua quedaba ya en las lagunas, y Florencio, que vivía solo con la madre y le cuidaba la majada, estaba tirando agua en el jahuel. Había llenado las bebederas, y todas las ovejas, apiñadas alrededor, tomaban con avidez.
Navegación terrestre
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Siete leguas para ir: un paseo de tres horas, por la mañana, pisando pasto verde y florido, bebiendo la brisa vivificante de la madrugada; otro igual, a la tarde, siete leguas para volver, bañándose los pulmones con el soplo perfumado del céfiro crepuscular, suavemente hamacado por el galope igual y parejo del mancarrón guapo, la cabeza llena de sueños primaverales, los ojos de luz, el corazón de alegría, era un gusto sin par, tener que ir de la estancia al pueblito, a hacer alguna diligencia.
Neptuno de aguas dulces
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A lo largo del muelle viejo de madera, continuación, en el río, sin puerto todavía, de la calle Cuyo, se columpian suavemente en las olitas que cabrillean, mantenidos en su sitio por un continuo movimiento de los remos, cien barquichuelos.
Noches obscuras
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Santiago Ponce era un chino enorme, tan ancho de espaldas como alto de estatura, de frente estrecha, de cara tan peluda que casi sólo, en ella, se veían los labios rojos y los ojos pequeños, llenos, no de maldad, pues eran medio sonrientes, pero sí de estricta desconfianza y en constante movimiento, como acechando sin cesar de donde iba a venir el peligro.
Noches pampeanas
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Estar acurrucado en la blandura espesa de las pilchas del recado, cuidadosamente colocadas unas encima de otras, en un rincón abrigado de la cocina caliente, bien tapado con toda la ropa de abrigo que uno pueda tener, ponchos, mantas y chiripás de paño, y, antes de cerrar los ojos y de dejarse resbalar al sueño completo, fumar un cigarro, oyendo llover, esto es sencillamente la suma de la felicidad.
Ovejas sarnosas
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La majada está en el corral, encerrada, y, por la escarcha que cubre el campo, se soltará tarde. Cansadas de rumear recuerdos y de hacer crujir las muelas para moler ilusiones, las ovejas se empiezan a levantar; se estiran, y apartado el sueño, se acuerdan de la sarna que las está trabajando, pudiéndose pronto constatar que, realmente, para el rascar, no hay más que empezar.
Pampa virgen
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Interminable, el camino chileno hace serpear por la llanura, su cinta ancha, de múltiples huellas paralelas, buscando las lagunas de agua dulce, dando vueltas repentinas para evitar un médano o buscar el vado de un arroyo, cambiando de dirección a cada rato, sin más motivo aparente que la fantasía y el capricho de las tribus salvajes, que han ahondado sus sendas con el casco
Para alcanzar el tren
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Resolvió el patrón salir para la ciudad el día siguiente, y hubo consulta entre él, el mayordomo y el capataz, para decidir cuál de los dos caminos era preferible.
Paradas cosmopolitas
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-«Mire, don Anacleto; ¿por qué no se retira? Mejor que se vaya para su casa, hombre, a dormir. ¡Mañana será otro día!» decía, con tono persuasivo, don Juan Antonio a un gaucho algo entrado en años y bastante mamado, que empezaba a meter bulla.
Tierra querida
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"Los bueyes, con el paso lento, humildes y podero¬sos, en esfuerzo invencible de sus frentes agachadas, tiran del arado, mezclando los largos filamentos de su baba relumbrosa, con los vapores que suben, bebidos por el sol, del surco negro abierto, por primera vez, en la rica tierra pampeana..."
Tipos y paisajes criollos, Serie II
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"Está vendida la estancia. Han venido a recibirse de ella dos hermanos, rubios, jóvenes, con muchas pecas en la cara, polainas en las piernas y gorrita de paño a cuadros en la cabeza. Ellos son, al mismo tiempo, los dueños y administradores. Hablan español con mucho acento inglés, pero se hacen entender bien, y por lo demás, hablan poco."
Tipos y paisajes criollos, Serie III
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"Hace muchos años, era grande la fama de Faustino Videla, como payador, entre el gauchaje del sur; pero, como ser payador, no era, por supuesto, oficio ni profesión, Videla, capataz en una estancia, sólo dedicaba a la guitarra y al canto los momentos de ocio que le dejaba su obligación."
Tipos y paisajes criollos, Serie IV
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"El cisne mal sabe caminar en tierra, pero es hermoso, cuando, sin esfuerzo, hiende las aguas. El domador, con sus piernas arqueadas, sus botas de potro y sus espuelas enormes que, a cada paso, hacen criss, criss, en el suelo, hace acordar, cuando camina, al pesado cisne; pero también al cisne nadando hace acordar el domador, cuando, pegado en el lomo del potro, resiste, sin esfuerzo aparente, las feroces defensas del animal, y lo deja vencido, sometido, doblegado, admirado de la fuerza humana."
Veladas del Tropero, Las
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“¡Miren que sabía de cosas ese hombre...! Vecino del Azul, desde cuando era pueblo fronterizo, capataz de un resero, durante veinte años, había recorrido con él, incansablemente, toda la pampa del Sur, y de todo lo visto, oído o adivinado en sus viajes, le daba por sacar unas historias tan interesantes, tan lindas, que conseguía mantener despiertos a los compañeros toda la noche, si así lo exigía la seguridad de la hacienda.”
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