MANIFIESTO — PROGRAMA

aprobado en diciembre de 1998

Sumario:

Introducción

1. Las leyes y fuerzas motrices del desarrollo social
1.1 La contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción
1.2 El proceso de producción capitalista
1.3 Las clases y la lucha de clases
1.4 El imperialismo, última etapa del desarrollo del capitalismo

2. Peculiaridades del capitalismo y de la lucha de clases en España
2.1 El establecimiento de relaciones capitalistas de producción
2.2 La sublevación fascista y la revolución popular
2.3 Un desarrollo monopolista ligado al terrorismo de Estado
2.4 La traición carrillista

3. El nuevo contexto general de la lucha de clases
3.1 La reconstrucción del Partido
3.2 La reforma política del régimen
3.3 Consecuencias económicas y sociales de la crisis
3.4 La nueva singladura del imperialismo español

4. Programa

5. Línea política
5.1 El principal objetivo de la acción política del Partido
5.2 Fortalecer la organización independiente de la clase obrera
5.3 Organizar el movimiento de resistencia popular
5.4 La lucha de resistencia
5.5 Asegurar la dirección política del movimiento guerrillero
5.6 La lucha contra la opresión nacional
5.7 La lucha contra el imperialismo y el peligro de guerra
5.8 Llevar a cabo la revolución en nuestro país y contribuir a que triunfe en el mundo entero

6. Programa general del Partido para la transición al comunismo
6.1 Necesidad histórica de la dictadura revolucionaria del proletariado
6.2 La política económica en el periodo de transición
6.3 Transformación y desarrollo integral del hombre

El programa, para ser efectivo, no debe ser sólo un instrumento de cohesión ideológica de la parte más consciente del proletariado, sino que también debe constituir una síntesis científica y coherente de la vía a seguir para alcanzar los objetivos revolucionarios en cada fase histórica determinada.

Introducción

Sin teoría revolucionaria no puede haber tampoco movimiento revolucionario. Estas palabras de Lenin subrayan la necesidad del programa del Partido como instrumento indispensable, sin el cual no es posible organizar al proletariado ni orientarle para que lleve a cabo de forma consciente su revolución.

El programa, para ser efectivo, no debe ser sólo un instrumento de cohesión ideológica de la parte más consciente del proletariado, sino que también debe constituir una síntesis científica y coherente de la vía a seguir para alcanzar los objetivos revolucionarios en cada fase histórica determinada.

La teoría del marxismo no se limita a explicar la realidad social, sino que está orientada a transformarla. De aquí se deriva el papel activo, y a menudo decisivo, que desempeña la teoría. Las condiciones históricas objetivas (económicas, sociales, políticas, etc.) no dan por sí solas el triunfo de la revolución. Para que se produzca la victoria revolucionaria se requiere, además, la actuación de las fuerzas revolucionarias, del factor subjetivo.

Entre los factores objetivos y subjetivos de una situación existe una interrelación constante: cuando lo subjetivo concuerda con el mundo objetivo la revolución avanza; cuando lo subjetivo no concuerda con lo objetivo o se halla en abierta contradicción con él, entonces la revolución se estanca e incluso retrocede. Esto resalta una vez más la importancia del factor subjetivo, principalmente, de la justa línea marxista-leninista para el triunfo de la revolución.

Hoy día, en momentos en que el movimiento obrero y comunista atraviesa por una de las más graves crisis de su historia, la necesidad del programa se hace tanto o más apremiante que nunca. La contrarrevolución en la desaparecida Unión Soviética y en los demás países ex-socialistas, ha puesto claramente de manifiesto la traición revisionista y el rotundo fracaso de sus teorías y prácticas. Estos dos hechos habrán de influir favorablemente en el proceso de reorganización del movimiento comunista. Sin embargo, la reacción burguesa, en su renovada campaña anticomunista, presenta la bancarrota del revisionismo, es decir, el fracaso completo de su ideología y su política para la clase obrera, como la derrota del comunismo. Para la clase explotadora se trata, ante todo, de desacreditar al marxismo-leninismo, negando su vigencia y capacidad transformadora; pero también, de seguir encubriendo la labor de sus agentes, destinada a extender la confusión y la desorganización entre los obreros. Por todo ello, la creación de la organización y la elaboración del programa han de ser en estos momentos las principales preocupaciones de todo verdadero comunista, de las obreras y obreros con conciencia de clase.

Al abordar esta importante tarea, hemos de tener en cuenta que el programa no se limita a criticar las ideas y el mundo caduco de la burguesía, sino que tiene como principal cometido servir al movimiento obrero, orientándolo en sus combates diarios, al mismo tiempo que permite al Partido ir a su encuentro. Por este motivo se puede afirmar que el comunismo es la unión del socialismo con el movimiento obrero; que su labor consiste en introducir en el movimiento espontáneo de los obreros las ideas comunistas, en ligar este movimiento a la lucha política de resistencia organizada que habrá de conducir al socialismo; en otras palabras, se trata de fundir en un todo único el movimiento de las grandes masas obreras y populares con la actividad del partido revolucionario.

1. Las leyes y fuerzas motrices del desarrollo social

1.1 La contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción

Son los pueblos, únicamente, los que hacen la historia. Pero, ¿qué es lo que determina sus motivaciones?, ¿cuáles son las condiciones objetivas de la producción de la vida material que crean la base de toda la actividad humana y cuál es la ley del desarrollo de dichas condiciones? A todo esto responde el materialismo histórico mostrándolo como un proceso histórico natural, regular, objetivo, señalando al mismo tiempo los factores subjetivos de la historia del hombre, la conciencia y la experiencia de sus luchas, la organización, la voluntad y decisión revolucionarias; es decir, todo lo que desempeña un papel importante en el curso y el desenlace de los acontecimientos en la sociedad.

La teoría del materialismo histórico y la economía marxista estudian la contradicción fundamental que se establece entre las fuerzas productivas (los medios de producción y las personas que los utilizan) y las relaciones de producción (el modo de asociarse las personas en la producción, apropiación e intercambio de los productos). Estas conforman la base económica de la sociedad, de la que se deriva una superestructura política, jurídica e ideológica característica.

Marx descubrió la contradicción que se establece, en el proceso de la producción de la vida material, entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción y mostró la forma en que, llegado un momento de su desarrollo, ambas chocan, haciendo saltar por los aires la superestructura erigida sobre ellas, lo que generalmente se expresa en la crisis y en el estallido de revoluciones sociales. Así evolucionan las distintas sociedades o modos de producción que se suceden a lo largo de la historia.

Aplicando este enfoque a la sociedad burguesa, surgió la teoría económica y el socialismo científico de Marx y Engels. El estudio profundo y la crítica de la economía clásica burguesa permitieron a Marx descubrir la ley de la plusvalía, que sirve de base a la existencia del capitalismo. Marx revela la relación social de explotación que se halla oculta en el capital y demuestra su carácter transitorio.

Marx y Engels incorporaron a este análisis las experiencias más importantes de la lucha del proletariado contra la burguesía, depuraron la concepción del comunismo de las ideas utópicas y pequeño-burguesas y formularon la teoría sobre la lucha de clases y la dictadura del proletariado, dejando así sentadas las bases científicas de la estrategia revolucionaria de la clase obrera.

1.2 El proceso de producción capitalista

La circulación de mercancías es el punto de partida de la transformación del dinero en capital, el cual sólo aparece cuando la producción mercantil alcanza cierto desarrollo. El capitalista hace una inversión con el único objetivo de incrementar su capital inicial. A este incremento se le denomina plusvalía. Pero para obtener la plusvalía el capitalista tiene que encontrar una mercancía cuya utilidad sea crear valor. Esta mercancía existe, es la fuerza o capacidad de trabajo del obrero.

La fuerza de trabajo es el conjunto de facultades físicas y psíquicas que una persona pone en acción al producir valores de uso, productos de cualquier tipo. En el capitalismo, la fuerza de trabajo toma para el propio obrero la forma de una mercancía que le pertenece, y su trabajo, por consiguiente, adquiere la forma de fuerza de trabajo asalariado. El valor de la fuerza de trabajo, como el valor de toda mercancía, lo determina el tiempo de trabajo socialmente necesario para su producción. Por lo tanto, el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de vida necesarios para mantener al individuo trabajador (en su estado normal de vida y trabajo) y para mantener a su familia; es decir, para asegurar la reproducción de la mercancía fuerza de trabajo.

Una vez que el obrero vende por un tiempo determinado su fuerza de trabajo, el capitalista es dueño de ella y la consume en el lugar de trabajo. Este consumo del valor de uso de la fuerza de trabajo en la producción de mercancías es, al mismo tiempo, un proceso de creación de valor, un proceso de valorización o de extracción de plusvalía. El capitalista, en la medida que prolonga la jornada de trabajo más allá del tiempo que necesita el obrero para reproducir en la mercancía final un valor equivalente al que recibió, le está sacando al obrero un trabajo que no paga; está extrayendo una plusvalía, está explotando al obrero y valorizando su capital. Esto es lo que se conoce por proceso de producción capitalista.

Este proceso de explotación es la base sobre la que se levanta todo el edificio de la sociedad burguesa y lo que origina la irreconciliable lucha de clases que libran los proletarios, desposeídos de todo menos de su fuerza de trabajo, y los capitalistas, propietarios de los medios de producción y de vida.

En el capitalismo, el proletario es jurídicamente libre, no está adscrito ni a la tierra ni a ninguna empresa; es libre en el sentido de que puede ir a trabajar a la fábrica de uno u otro capitalista, pero no lo es respecto a la clase burguesa en su conjunto. Privado de medios de producción, se ve obligado a vender su fuerza de trabajo y a llevar con ello el yugo de la explotación.

Con la gran industria mecanizada como base, se opera una aceleración del proceso de socialización del trabajo por el capital. Se acentúa la interdependencia de las distintas ramas de la producción y entre los distintos mercados nacionales. El trabajo asalariado pasa a ser el fundamento de la producción. El ejército de parados se hace permanente, y el progreso técnico, en vez de liberar al hombre de la parte más penosa del trabajo, se convierte bajo el capitalismo en un monstruo que intensifica la explotación y chupa su sangre.

Las relaciones capitalistas de producción suponen históricamente un estímulo para el desarrollo económico. La búsqueda de la máxima ganancia y el afán de lucro impulsan a la burguesía a ampliar la producción, a perfeccionar la maquinaria y a mejorar la tecnología en la industria y en la agricultura. Sin embargo, estas relaciones no sólo dieron lugar a que se alcanzara un nivel de desarrollo sin igual con respecto a las anteriores sociedades, sino que permitieron crear también unas fuerzas productivas tan colosales que escapan al control de los capitalistas, llevando al sistema en su conjunto al borde de la tumba.

Estallan por este motivo crisis periódicas de superproducción que duran largos años y que afectan a países y continentes enteros, causando enormes estragos. Estas catástrofes crecen en extensión y se hacen más intensas a medida que progresa el sistema capitalista de producción.

La causa de la crisis se halla en las relaciones de producción, que han dejado de corresponder al desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas y se han convertido en un freno para su nuevo desarrollo. Se manifiesta así la contradicción más profunda del modo de producción capitalista: la contradicción entre el carácter social de la producción y la forma privada capitalista de apropiación. Esta contradicción provoca la crisis y el paro, origina la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado y constituye la base económica de la revolución socialista.

1.3 Las clases y la lucha de clases

Las clases no han existido siempre ni van a existir eternamente. En la sociedad primitiva no había clases. La aparición de las clases está ligada a una determinada fase histórica del desarrollo de la producción. La división del trabajo en el seno de la sociedad primitiva fue el origen de las clases. Esta división presupone la separación de los productores ocupados en distintos tipos de producción y el intercambio entre ellos de los frutos del trabajo. Con la división social del trabajo y con el intercambio se desarrolla la propiedad privada de los medios de producción que sustituye a la propiedad comunal. Como resultado de todo ello, en la sociedad surgen las clases.

Las clases están vinculadas entre sí por determinadas relaciones económicas que permiten a unas apropiarse del trabajo de otras. El conjunto de esas relaciones forma la estructura de clases de la sociedad y constituye la base material, económica, de la lucha de clases. Nadie puede quedar al margen de una u otra clase, ni puede dejar de tomar posición tan pronto haya comprendido la relación mutua que existe entre ellas. El interés de clase no está determinado por la conciencia de una clase, sino por la situación y el papel que esa clase desempeña en el modo de producción. Esta contradicción entre las clases es lo que convierte su lucha en la fuerza motriz del desarrollo de las sociedades divididas en clases antagónicas.

La lucha de clases hace surgir el Estado como instrumento que las clases dominantes emplean para mantener la explotación sobre las clases oprimidas. Lenin demostró que el Estado surge en el sitio, el momento y la medida en que las contradicciones de clase no pueden objetivamente conciliarse (1). El Estado se convierte en instrumento de poder de la clase económicamente más poderosa, con lo que ésta adquiere nuevos medios para someter y explotar a la clase oprimida.

Las relaciones entre las clases y sus luchas no se limitan al ámbito de la vida económica. La división en clases impregna toda la vida de la sociedad clasista, de abajo a arriba, y afecta a todo el sistema de relaciones sociales, manifestándose asimismo en el terreno de la superestructura, en la política, en la ideología y, en general, en toda la vida espiritual. En la misma relación de fuerza que establecen los propietarios de los medios de producción para someter a la explotación a los que carecen de ellos, se encuentra la clave de la estructura del poder político. Por eso, la lucha contra la explotación reviste un carácter fundamentalmente político, es una lucha por el poder político.

En la época del capitalismo, en un plano universal, toda la sociedad va dividiéndose cada vez más en dos grandes clases enemigas que se enfrentan entre sí: la burguesía y el proletariado. Al comienzo, esta lucha adopta la forma de lucha económica, es decir, no es aún una lucha de toda la clase obrera contra la clase burguesa, sino de una fracción o grupo de obreros contra un solo capitalista en una u otra fábrica. Por consiguiente, esta forma de lucha no afecta a las bases del sistema de explotación. Su fin no es suprimir la explotación, sino atenuarla, mejorar la situación material y las condiciones de trabajo. Esta primera forma de lucha desempeña un importante papel en la organización y educación política del proletariado, pero al mismo tiempo pone de relieve su carácter limitado. Sólo más tarde, cuando los representantes de vanguardia de la clase obrera toman conciencia de esa limitación y unen sus fuerzas para emprender la lucha, no contra un patrono aislado, sino contra toda la clase capitalista y contra el gobierno que apoya a esa clase, es cuando su lucha se va haciendo cada vez más resuelta y organizada, hasta adquirir un carácter de lucha superior, la forma de lucha política revolucionaria.

De todas las clases que se enfrentan a la burguesía, sólo el proletariado es la clase verdaderamente revolucionaria. Las demás van degenerando y desaparecen con el desarrollo de la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto más peculiar. Las capas medias -el pequeño industrial, el pequeño comerciante, el artesano y el campesino- luchan todas ellas contra la burguesía para salvar de la ruina su existencia como tales capas medias. No son pues, revolucionarias, sino conservadoras (2). El proletariado es la clase más revolucionaria porque es portadora de un modo de producción nuevo, superior, el modo de producción comunista, además de ser, de entre todos los sectores populares, la más consciente y organizada. El proletariado sólo puede emanciparse aboliendo la propiedad privada de los medios de producción en general, acabando así con todas las formas de explotación del hombre por el hombre. El surgimiento de las clases fue el resultado del desarrollo espontáneo de la sociedad y está vinculado a la aparición de la división del trabajo y de la propiedad privada; por el contrario, la supresión de las clases sólo puede ser el resultado de la lucha consciente del proletariado, que conduce al establecimiento de su dominación política y al socialismo, etapa de transición necesaria hacia la desaparición de todas las diferencias de clase.

1.4 El imperialismo, última etapa del desarrollo del capitalismo

A comienzos del siglo XX el capitalismo alcanzó la última etapa de su desarrollo, la etapa monopolista, y se transformó en imperialismo. El imperialismo surge como consecuencia del enorme desarrollo de la producción, así como de la gran acumulación y concentración del capital, lo que da lugar a la aparición de los monopolios. Otros rasgos característicos del imperialismo son: el predominio del capital financiero, resultado de la fusión del capital bancario con el capital industrial; la exportación de capitales; la formación de uniones o consorcios internacionales que se reparten el mercado mundial; la distribución territorial del mundo entre las grandes potencias capitalistas y el comienzo de la lucha entre ellas por su redistribución.

La gestión de los monopolios capitalistas consolida la dominación de la oligarquía financiera sobre la inmensa mayoría de la población y acentúa los rasgos parasitarios, policíacos y militaristas del régimen burgués.

En las últimas décadas los monopolios han unido su fuerza al poder del Estado burgués. Ha surgido así el capitalismo monopolista de Estado. El Estado monopolista asegura las condiciones materiales de la producción, salvaguarda el sistema legal que regula las relaciones de producción e intercambio y, de manera particular, los conflictos entre trabajadores y capitalistas. Como instrumento de la clase en el poder, el Estado recurre a la opresión política abierta contra los trabajadores y utiliza para ello, de ser necesario, los medios terroristas y militares. El Estado monopolista también garantiza la expansión exterior del capital nacional y los intereses de los inversores extranjeros en su propio territorio. De esta manera, en los países imperialistas el Estado aparece como uno de los instrumentos más importantes puesto en juego para incrementar las ganancias capitalistas.

Los imperialistas intensifican la explotación de los obreros en su país y la de los pueblos de las colonias y países dependientes. Surgen así las guerras coloniales y la lucha entre los propios Estados imperialistas por el reparto del botín. El mundo ha sido ya repartido, pero el desarrollo desigual de los distintos países imperialistas plantea la necesidad de un nuevo reparto acorde con la fuerza económica de cada uno.

La exportación de capital a los países capitalistas desarrollados y el entrelazamiento del capital internacional se destacan actualmente como las tendencias más importantes del imperialismo. Dicho entrelazamiento sirve de base a la formación de las asociaciones internacionales monopolistas que se reparten el mundo. Ha surgido así una contradicción entre los grandes monopolios, universales por la envergadura de sus operaciones, y los Estados nacionales.

Se ha extendido el colonialismo colectivo. El imperialismo sostiene guerras agresivas contra pueblos enteros, trata de imponer por la fuerza el reparto territorial y regímenes o formas de gobierno a su antojo, con la particularidad de que, con frecuencia, en dichas guerras de agresión participan simultáneamente varias potencias imperialistas.

No obstante, la lucha permanente por un nuevo reparto del mercado capitalista y las esferas de influencia según la fuerza, según el capital, continúa. Los intereses de los imperialistas de los distintos países y sus rivalidades son más fuertes que las tendencias dictadas por la aspiración a aplicar una estrategia común, por lo que la humanidad se halla ante el dilema de pasar al socialismo o sufrir durante años, incluso durante decenios, el enfrentamiento armado entre las grandes potencias por la conservación artificial del capitalismo mediante las colonias, los monopolios, los privilegios y la opresión de todo género.

Con el dominio de los monopolios en la producción, ésta alcanza el grado máximo de socialización. Sin embargo, la apropiación continúa siendo privada, ya que los medios de producción se hallan en manos de un reducido número de personas. En esta etapa la contradicción fundamental del sistema -la que enfrenta a las fuerzas productivas sociales con la apropiación individual- se hace mucho más abierta y aguda, y plantea la necesidad urgente de destruir el sistema basado en la propiedad privada de los medios de producción.

Lenin destacó que el capitalismo monopolista de Estado es la preparación material más completa para el socialismo e insistió varias veces en que la preparación de las premisas materiales del socialismo no equivale a la transición al socialismo, que la revolución socialista es una divisoria obligatoria entre el capitalismo monopolista y el socialismo. La proximidad de tal capitalismo -decía Lenin- debe constituir, para los verdaderos representantes del proletariado, un argumento a favor de la cercanía, de la facilidad, de la viabilidad y de la urgencia de la revolución socialista, pero no, en modo alguno, un argumento para mantener una actitud de tolerancia ante los que niegan esta revolución y ante los que hermosean al capitalismo, como hacen todos los reformistas (3).

En la etapa imperialista todas las contradicciones del sistema se agudizan en extremo. La crisis crónica, el crecimiento del paro, de la miseria y de todas las lacras sociales, la fascistización creciente de las formas de poder de la burguesía, etc., desencadenan la lucha revolucionaria del proletariado por la toma del poder político. Al mismo tiempo, se agudizan las contradicciones que enfrentan a los distintos Estados y grupos monopolistas por el reparto de los mercados, las fuentes de materias primas y las áreas de influencia. Esta rivalidad provocó en 1914 la primera guerra imperialista mundial. La guerra condujo a la primera gran revolución socialista de la historia, que tuvo lugar en Rusia en Octubre de 1917. Con ella se inicia la etapa de transición de un tipo de sociedad a otro en el plano mundial. Tras la revolución soviética y la derrota del nazi-fascismo durante la II Guerra Mundial, se desplegaron en cadena una serie de revoluciones democrático-populares, anti-imperialistas y antifeudales dirigidas por el proletariado y asentadas en la alianza de los obreros y campesinos.

Más recientemente, a raíz de la culminación de la contrarrevolución en la mayor parte de los países del campo socialista, y tras un corto período en que parecía que se iba a eternizar el nuevo orden mundial capitalista, la lucha contra el imperialismo ha cobrado un nuevo impulso con la incorporación activa de una gran parte de la clase obrera de esos países, liberada de la pasividad a la que le había conducido el revisionismo. Grandes masas proletarias se suman hoy a la lucha por el restablecimiento del socialismo, lo que debilita aún más al capitalismo y echa por tierra la pretensión de la burguesía de presentar su sistema como el único viable e imperecedero.

Todo lo anterior confirma el significado histórico de la Revolución de Octubre y, en definitiva, la veracidad y la justeza de la concepción marxista-leninista y de su teoría de la revolución concebida como un largo y complejo proceso histórico mundial en el que se dan, tanto los avances como los retrocesos dentro de una tendencia general ascendente, ccon lo que se acabarán imponiendo las nuevas relaciones sociales y la clase que las representa. En realidad, como indicó Lenin, ¿es que puede encontrarse en la historia un solo ejemplo de un modo de producción nuevo que haya prendido de golpe, sin una larga serie de reveses, equivocaciones y recaídas? (4).

Notas:

(1) Lenin: El Estado y la revolución
(2) C. Marx: Manifiesto del Partido Comunista
(3) Lenin: El Estado y la revolución
(4) Lenin: Una gran iniciativa

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