HYDE
Y OLALLA: LAS DOS CARAS DEL SUEÑO
- ¡Despierta, Alicia querida! -dijo su hermana- ¡qué
buen sueño tan largo te has echado!
- ¡Oh, he tenido un sueño tan curioso! -dijo Alicia,
y le contó a su hermana todas sus Aventuras Subterráneas...
(L. Carroll, Aventuras Subterráneas de Alicia)
Stevenson
decía que una de sus fuentes de inspiración eran
los "duendes tenebrosos", pues le proporcionaban argumentos
a partir de los cuales desarrollar relatos o novelas. Estos seres,
que podrían haber sido sacados de un cuento de hadas, no
eran otra cosa que sus sueños. Tan sólo se conocen
dos de estas contribuciones oníricas a la obra de Stevenson:
El extraño caso de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, y Olalla. Ambos
son fruto, de una u otra manera, de la mente de su autor, y pese
a tener en común su origen, por lo demás su parecido
es más bien difuso.
Por una parte, es cierto que ambos son relatos de terror, no en
el sentido más extremo del término, sino en su vertiente
más sugestiva, con ambientes siniestros y personajes misteriosos,
lo cual no exige que se desarrollen en cementerios o castillos
encantados, y que sus figurantes sean monstruos deformes o muertos
vivientes. El terror que utiliza la literatura ha de ser más
efectivo por su posición (según desde qué
punto de vista) en desventaja respecto del lenguaje cinematográfico.
Y esta efectividad es producto del poder de sugestión;
en este sentido, Stevenson no ha tenido muchos problemas, porque
su verbo es sencillo e intuitivo. Su capacidad para describir
ambientes desolados o figuras monstruosas es mucho más
impactante de la que pudiera tener Lawrence Durrell, por ejemplo,
si se dedicara a escribir cuentos de hadas.
Es posible que la conexión entre los dos relatos venga
dada por el carácter que imprime su origen onírico:
el miedo que provoca un sueño, o una pesadilla si así
se le quiere llamar, no siempre viene determinado por la cantidad
de sangre o tiras de piel colgando que aparezcan en él.
Un simple paisaje, un cielo nublado y una casa a lo lejos, hundida
en el silencio, pueden suscitar más terror que una mano
saliendo de la fosa de un cementerio. Los sueños suelen
ser más asfixiantes que sangrientos (no es tan corriente
que nuestras pesadillas tengan como protagonistas a una manada
de zombis devorando a una niña, como que presente'n una
situación tensa, inquietante, de inesperado resultado).
Olalla es un buen ejemplo de ello, siendo El extraño caso...
más fiel a los arquetipos del terror, acogiéndose
a ambientes nocturnos, recargados, siniestros. Curiosamente, Olalla
también se desarrolla en ambientes siniestros, con la diferencia
de que aquí el paisaje pudiera haber servido para rodar
algunas de las películas que se han hecho en nuestro país
y que transcurren en páramos desolados, con solitarias
casas y personajes atormentados. Partiendo del mismo escenario,
Stevenson introduce, a petición de sus "duendecillos",
una serie de personajes atemporales y de muy extraño comportamiento
(aunque, todo hay que decirlo, se parezcan más a campesinos
ingleses que a hidalgos españoles) que van a lograr que
el protagonista, un soldado convaleciente, se sienta ahogado en
medio de un desierto.
En
una carta a Lady Taylor, Stevenson compara dos de sus relatos,
Olalla y Markheim, y afirma que el primero, pese a ser menos convincente
que el segundo, tiene más valor literario (textualmente,
"está escrito con más solidez"). Es difícil
saber hasta qué punto considera Stevenson convincente la
aparición repentina del diablo en el escenario de un delito,
como ocurre en Markheim, frente a la existencia de la licantropía
en una decadente familia de noble pasado, presente en Olalla,
pero a mi juicio está en lo cierto en lo que se refiere
al valor literario, teniendo en cuenta que Markheim es un cuento
muy bien escrito. Quizás puede considerarse menos convincente
a tenor de su origen, que no deja de ser una irrealidad. No se
sabe hasta qué punto los 'duendes" le proporcionaron
el material necesario para elaborar Olalla, pero en base a los
datos que tenemos acerca de El extraño caso..., podemos
afirmar que al menos la base ambiental y los personajes principales
le frieron dados en el sueño.
En lo referente a El extraño caso..., es curioso cómo
lo que durante mucho tiempo fue declarado una genialidad, refiriéndose
al desdoblamiento de la personalidad, llevado al plano físico,
no friese más que otra aportación de los duendes
tenebrosos, que no dejaron de aportarle una serie de detalles
para elaborar su historia; así, Stevenson recuerda haber
soñado a Hyde, aunque no llegase a ver su cara, pues justo
cuando éste se encontraba frente a un espejo, despertó.
Este matiz se hace presente en uno de los momentos del libro cuando
Utterson, amigo de Jekyll, entra en el laboratorio de éste
con el fin de atrapar a Hyde, al que suponía una mala influencia
para su amigo:
"Cuando en aquella concienzuda inspección llegaron
ante el espejo de cuerpo entero, los dos hombres miraron al fondo
con involuntario horror Estaba inclinado de tal forma que sólo
mostraba el rosado resplandor que jugueteaba en el techo, el reflejo
de las llamas en cientos de imágenes idénticas recorriendo
las cristaleras y sus rostros allí asomados, pálidos
de miedo.
"-Este
espejo ha visto cosas muy extrañas, señor -susurró
Poole.
-Y seguramente ninguna más extraña que él
mismo -dijo el abogado en el mismo tono-. ¿Para qué
Jekyll...? -y se detuvo estremecido ante este nombre; después,
sobreponiéndose, continuó-: ¿Para qué
podría necesitarlo?
-Tiene usted razón."
"La
figura no tenía rostro para reconocerla; en sus sueños
tampoco tenía rostro y. silo tenía, era una mueca
que se burlaba y se disolvía ante sus ojos."
(El
extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, RL. Stevenson.
Madrid, 1982. Ed. Anaya).
Este
último párrafo, puesto en boca de Utterson, lleva
a la novela lo que el propio Stevenson experimenté, aunque
aquí el personaje se refiere a un encuentro con Hyde que
luego recordará en sueños, como una obsesión
que va creciendo en él.
También recuerda Stevenson que en el sueño, el agente
transformador eran unos polvos, aspecto que en el relato desarrollaría
más extensamente a pesar de que, en su opinión,
la química era un agente excesivamente material necesitario
de una transformación de carácter moral, como él
la planteaba. Sin embargo, en el primer borrador, que enseñé
a su mujer, Fanny Osbourne, para que le hiciera una pormenorizada
crítica, la transformación tenía lugar gracias
a un disfraz. Quizás Stevenson, conocedor del talento de
su mujer, se sirvió de ella para asegurarse el mínimo
numero de fallos posibles. Parece ser que a Fanny, tras leer el
relato, le quedó un regusto muy simplón, que inmediatamente
hizo saber a su marido. Valga como ejemplo el hecho de que en
ese primer boceto Jekyll era todo pureza, una suerte de santo
en la tierra, que se convertía a la maldad más despiadada
por medio del ya citado disfraz. Stevenson se tomó muy
en serio las críticas de Fanny, hasta el punto de que prefirió
quemar el manuscrito antes de verse tentado de consultarlo a la
hora de escribir el texto definitivo. Esto le llevó aproximadamente
unos tres días, aunque habría de pasar otro mes
y medio para que el relato tomase su forma definitiva. Esto ocurría
en Bornemouth, Inglaterra, en 1885, meses antes de que el Times
del 25 de Enero de 1886 le lanzara a la fama por su libro, a través
de una elogiosa reseña en la que destacaba su aspecto moralizante.
Tan fuerte fue la huella que dejó el libro, que cuando
en 1887 Stevenson se traslada junto a su familia hasta Nueva York,
se encuentra montado en un barco tripulado por un tipo al que
llamaban Hyde por su fuerte carácter, en oposición
al de su socio, apodado Jekyll.
El detalle de la poción mágica daría lugar
a una larga serie de imitadores, creando una tradición
que no nos es posible ocultar, tanto en el cine como en la literatura.
Un ejemplo es el omnipresente vaso o tubo de ensayo humeante que
cambia de color y provoca efectos instantáneos al que lo
prueba; esta misma caracterización aparecía en el
libro de Stevenson cuando aún no se había inventado
el cine, y él tuvo la gloriosa inspiración (llamémosla
como queramos) de describirla de un modo totalmente plástico
en la imaginación de los lectores de la penúltima
década del siglo pasado, unos años antes de la aparición
del proyector. Son muchas, incluso demasiadas, las adaptaciones
que de esta obra se han interpretado para la gran pantalla.
Un
detalle interesante a la hora de comparar Olalla y El extraño
caso... es que sus personajes, en especial Olalla y Hyde, sean
polos opuestos en lo que a bondad y maldad se refiere. Es posible
que lo único que Stevenson sacó de sus sueños
fueran personajes oscuros y malvados, y que Olalla, por ejemplo,
no fuese más que un añadido posterior para compensar
el carácter de su madre y su hermano, de igual modo que
Jekyll era el alter ego de la suma maldad encarnada por Hyde.
Se puede afirmar que, en definitiva, el hecho de que ambos relatos
sean fruto de un sueño, de uno u otro modo, no afecta a
su valor literario, o a su originalidad. Sin embargo, es curioso
conocer que lo que nosotros hacemos todas las noches, esto es,
soñar, pueda convertirse en un ejercicio literario de gran
calidad. No creo que faltaran personas que a finales del siglo
pasado y principios de este, en plena fiebre positiva, en una
era de sorprendentes logros técnicos como las 'fotos en
movimiento", que intentaran inventar una máquina para
grabar los sueños. Hoy en día esto sigue siendo
una mera fantasía, no del todo deseable, pero bien es cierto
que Wells ya creó una ficción sobre los viajes en
el tiempo, y la teoría de la relatividad dejó abierta
una puerta a esa posibilidad años más tarde. Por
lo tanto, no sería descartable fabricar un utensilio traductor
de sueños, que en el futuro seria conectado a un ordenador
para producir toneladas de best-sellers, usando a los escritores
como meros cobayas en los que investigar.
Esta referencia de los literatos a los sueños no es nueva,
ni mucho menos.
Valga como ejemplo, entre la literatura de nuestro país,
el caso de Quevedo, que en su relato "El sueño del
infierno", en su libro Sueños (1627), relata el supuesto
viaje por los caminos que conducían al Hades y al Paraíso
y describe el continuo trasiego de gente entre ambos caminos y
el ambiente que reinaba en lugares tan particulares. El protagonista
afirma que este supuesto viaje fue un sueño que tuvo, pero
esto no se trata más que de una argucia literaria que permitía
a Quevedo (y a otros muchos) justificar de algún modo los
relatos fantásticos (esta tendencia se observa en muchos
ejemplos de literatura juvenil y un buen número de películas
en las que el protagonista despierta, en el momento en que más
peligro corre su vida, empapado de sudor, entre las sábanas
de su cama).
En su libro Doce historias y un sueño (1902), Wells incluye
un relato, el sueño, en el que un hombre le cuenta a otro
que en sus sueños, de forma consecutiva, vive otra vida,
ambientada en el futuro. Visita sitios que no conoce, pero que
puede describir con total certeza y veracidad, ve máquinas
que aún no existen...
Influido por Quevedo, encontramos a Torres Villarroel, que escribió
en 1725 un cuento, la narración de un sueño, titulado
"Correo del otro mundo", en el que como el propio encabezamiento
sugiere, el protagonista comienza a recibir misivas procedentes
de extraños personajes ya fallecidos.
Más recientemente, un autor posterior a Stevenson como
es Baroja, publicó en 1946 un libro titulado El Hotel del
Cisne, formado por narraciones de sueños, tal y como los
recordaba el autor. Sirva uno de esos sueños como muestra
de la literatura de sueños puros, sin interpretar:
"El óptico es un hombre joven con
un aire de sabio. Me estudia la vista y me dice:
- Tiene usted condiciones para ver fantasmas."
(Pío Baroja, El Hotel del Cisne, 1946)
En
fin, la lista de ejemplos es extensa. No obstante, no hay que
olvidar que los sueños no serían nada sin el talento
del que los transcribe, del mismo modo como sucede con la literatura
en general. No hay que ver en los sueños un filón
a explotar, que sustituya a la invención y a la creatividad
de la mente humana. Simplemente son, por así decirlo, una
ligera indiscreción, un ojo de cerradura por e' que curiosear
en los pensamientos más escondidos de alguien que, sin
necesidad de recurrir a sus 'duendes", escribió libros
que nos harán soñar a todos durante muchos años.
Pablo Cruz
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